Se vislumbra un complejo quiebre en las tendencias económicas de largo plazo, sin que sus difíciles consecuencias reciban la atención que merece en la discusión de las políticas públicas.
Esta es la principal conclusión que se desprende de un primer vistazo a las proyecciones económicas 2014-2018 de LaNota.com que saldrán para la venta en unos pocos días. En esta ocasión, dado que hay un quiebre en las tendencias, elaborar estas proyecciones ha sido una tarea mas compleja que en el pasado.
No hay una percepción en Colombia sobre la eminencia de este quiebre y sobre sus implicaciones. En la conversación pública, incluida la actual relativa a la campaña para la elección presidencial, es como si este tema no existiera o no fuera motivo de preocupación alguna.
Este quiebre se fundamenta en buena medida en las perspectivas externas e internas de los sectores del petróleo y del carbón. En el caso del petróleo, por lejos el primer renglón de exportación de Colombia, la producción interna ha llegado a un pico y lo que se proyecta es un gradual descenso de las exportaciones. Este sector que ha sido en los últimos años motor de crecimiento y un gran soporte para las finanzas públicas, dejará de serlo especialmente a partir de 2015-2016.
Por otro lado, la revolución energética de Estados Unidos que llevará a una autosuficiencia en ese país, así como las grandes inversiones que se están haciendo en países como Canadá, Irak y otros, han movido a los analistas a pronosticar una disminución del precio internacional del crudo. Los futuros en las bolsas apuntan a precios en el horizonte de US$80 barril hacia 2016-2017 frente a los promedios recientes cercanos a US$100 barril.
A su vez, la demanda internacional y los precios internacionales del carbón, por lejos el segundo renglón de exportación de Colombia, se verán afectados negativamente por los desarrollos que se darán en el sector de hidrocarburos en los que se prevé halagüeñas perspectivas de producción mundial no solamente de petróleo sino también de gas natural.
A lo anterior se agrega que en Colombia, su gobierno y la opinión pública, están en babia en relación con los cambios que deben realizarse para darle un nuevo impulso al sector del petróleo principalmente y que implican modificaciones de fondo en los incentivos si lo que se quiere es atraer inversión extranjera y nacional.
El gobierno de Juan Manuel Santos ha disfrutado de los gozosos, de una bonanza forjada en gobierno anteriores, y no ha movido un dedo para adoptar reglas de juego verdaderamente competitivas que seduzcan al capital frente al surgimiento de otros países que actualmente tienen condiciones mas favorables para la explotación del crudo. El entorno internacional en este campo se ha modificado en contra de Colombia y en lugar de anticipar las consecuencias de estos cambios, este gobierno ha desmejorado la competitividad con la imposición de mayores cargas tributarias y haciendo mas dispendiosos los trámites ambientales.
Así también, este gobierno no ha movido un dedo para hacer realidad la inversión en áreas con un alto potencial de generación de divisas como es el caso del oro, el tercer renglón de exportación de Colombia. Nada de nada en casi cuatro años de gobierno. Proyectos de explotación del metal precioso y de otros productos de la minería que hace un tiempo se anticipaban como muy promisorios están hoy en día engavetados. La tal “locomotora” minera quedó en apenas un anuncio del plan de desarrollo (al igual que lo fueron las tan cacareadas reformas de la justicia, la educación y la salud).
Pero lo peor de todo es esa percepción predominante en el país, entre el grueso de la población, de que el petróleo, el carbón y el oro, son como maná caído del cielo, que están ahí para siempre y que no requieren de grandes inversiones y de un fuerte apoyo para que se exploten y continúen siendo fuente de crecimiento y de ingresos fiscales y de divisas.
Así las cosas, las proyecciones contemplan un retraimiento de estos sectores que de darse se traduciría en la insostenibilidad de las actuales tendencias de crecimiento económico. Déficit anuales en la cuenta corriente de la balanza de pagos del orden de 5% del PIB, aumentos de la deuda externa, devaluaciones del peso, y faltantes en la financiación de compromisos de gasto público adquiridos en los años gozosos. En fin, un entorno de inestabilidad macroeconómica como hacía ya algún tiempo no lo sufría el país y que llevaría a menores niveles de inversión extranjera y nacional y a restricciones de la demanda interna.
Este es el panorama que a primera vista surge de la patética pasividad que se observa en materia de políticas públicas en relación con el futuro económico del país. Algunos arguyen, con una ingenuidad que raya en lo absurdo, que si se firma un acuerdo con un grupo terrorista como las Farc, correrán ríos de leche y miel. Ni siquiera consideran la posibilidad de que ese acuerdo lleve a políticas públicas de peor calidad que las actuales, con el consiguiente sacrificio en crecimiento económico.
El escenario mas probable es el de que ese acuerdo de “paz”, impulsado por un gobierno que no tiene nada mas para mostrar y realizado con un grupo de ideología hostil a la inversión y a mejoras en la productividad, traería consigo costosas concesiones en el campo de las políticas que Colombia necesita implementar para asegurar que su economía conserve una trayectoria de dinamismo similar a la de estos últimos años, y particularmente si se tiene en cuenta el entorno externo mas exigente que enfrentará.
No hay una percepción en Colombia sobre la eminencia de este quiebre y sobre sus implicaciones. En la conversación pública, incluida la actual relativa a la campaña para la elección presidencial, es como si este tema no existiera o no fuera motivo de preocupación alguna.
Este quiebre se fundamenta en buena medida en las perspectivas externas e internas de los sectores del petróleo y del carbón. En el caso del petróleo, por lejos el primer renglón de exportación de Colombia, la producción interna ha llegado a un pico y lo que se proyecta es un gradual descenso de las exportaciones. Este sector que ha sido en los últimos años motor de crecimiento y un gran soporte para las finanzas públicas, dejará de serlo especialmente a partir de 2015-2016.
Por otro lado, la revolución energética de Estados Unidos que llevará a una autosuficiencia en ese país, así como las grandes inversiones que se están haciendo en países como Canadá, Irak y otros, han movido a los analistas a pronosticar una disminución del precio internacional del crudo. Los futuros en las bolsas apuntan a precios en el horizonte de US$80 barril hacia 2016-2017 frente a los promedios recientes cercanos a US$100 barril.
A su vez, la demanda internacional y los precios internacionales del carbón, por lejos el segundo renglón de exportación de Colombia, se verán afectados negativamente por los desarrollos que se darán en el sector de hidrocarburos en los que se prevé halagüeñas perspectivas de producción mundial no solamente de petróleo sino también de gas natural.
A lo anterior se agrega que en Colombia, su gobierno y la opinión pública, están en babia en relación con los cambios que deben realizarse para darle un nuevo impulso al sector del petróleo principalmente y que implican modificaciones de fondo en los incentivos si lo que se quiere es atraer inversión extranjera y nacional.
El gobierno de Juan Manuel Santos ha disfrutado de los gozosos, de una bonanza forjada en gobierno anteriores, y no ha movido un dedo para adoptar reglas de juego verdaderamente competitivas que seduzcan al capital frente al surgimiento de otros países que actualmente tienen condiciones mas favorables para la explotación del crudo. El entorno internacional en este campo se ha modificado en contra de Colombia y en lugar de anticipar las consecuencias de estos cambios, este gobierno ha desmejorado la competitividad con la imposición de mayores cargas tributarias y haciendo mas dispendiosos los trámites ambientales.
Así también, este gobierno no ha movido un dedo para hacer realidad la inversión en áreas con un alto potencial de generación de divisas como es el caso del oro, el tercer renglón de exportación de Colombia. Nada de nada en casi cuatro años de gobierno. Proyectos de explotación del metal precioso y de otros productos de la minería que hace un tiempo se anticipaban como muy promisorios están hoy en día engavetados. La tal “locomotora” minera quedó en apenas un anuncio del plan de desarrollo (al igual que lo fueron las tan cacareadas reformas de la justicia, la educación y la salud).
Pero lo peor de todo es esa percepción predominante en el país, entre el grueso de la población, de que el petróleo, el carbón y el oro, son como maná caído del cielo, que están ahí para siempre y que no requieren de grandes inversiones y de un fuerte apoyo para que se exploten y continúen siendo fuente de crecimiento y de ingresos fiscales y de divisas.
Así las cosas, las proyecciones contemplan un retraimiento de estos sectores que de darse se traduciría en la insostenibilidad de las actuales tendencias de crecimiento económico. Déficit anuales en la cuenta corriente de la balanza de pagos del orden de 5% del PIB, aumentos de la deuda externa, devaluaciones del peso, y faltantes en la financiación de compromisos de gasto público adquiridos en los años gozosos. En fin, un entorno de inestabilidad macroeconómica como hacía ya algún tiempo no lo sufría el país y que llevaría a menores niveles de inversión extranjera y nacional y a restricciones de la demanda interna.
Este es el panorama que a primera vista surge de la patética pasividad que se observa en materia de políticas públicas en relación con el futuro económico del país. Algunos arguyen, con una ingenuidad que raya en lo absurdo, que si se firma un acuerdo con un grupo terrorista como las Farc, correrán ríos de leche y miel. Ni siquiera consideran la posibilidad de que ese acuerdo lleve a políticas públicas de peor calidad que las actuales, con el consiguiente sacrificio en crecimiento económico.
El escenario mas probable es el de que ese acuerdo de “paz”, impulsado por un gobierno que no tiene nada mas para mostrar y realizado con un grupo de ideología hostil a la inversión y a mejoras en la productividad, traería consigo costosas concesiones en el campo de las políticas que Colombia necesita implementar para asegurar que su economía conserve una trayectoria de dinamismo similar a la de estos últimos años, y particularmente si se tiene en cuenta el entorno externo mas exigente que enfrentará.
Es como si se hubiere llegado a un punto en el que Colombia necesita de un cimbronazo, que la saque de la actual complacencia, y que la enserie en el arduo trabajo que se requiere para convertirse en una economía exitosa a nivel planetario.