Se trata de la devaluación más anticipada del planeta. El gobierno la ha anunciado varias veces. Parece que ahora si se atreverá a hacerla.
Como se sabe, la tasa oficial es de 2.15 bolívares por dólar. La no oficial o no regulada ha oscilado recientemente entre 6.50 y 7,10 bolívares por dólar. ¿Cómo sería la devaluación? Lo que ha insinuado el ministro de Finanzas Alí Rodríguez sería el establecimiento de un sistema de tasas múltiples de cambio. Los resultados de tal sistema han sido desastrosos en los países donde se ha implantado, incluida la Venezuela de comienzos de los años noventa.
Por ahora, todo aquel que logre conseguir dólares a la tasa oficial de 2.15 puede considerarse ganador de la lotería. Obviamente hay una inmensa demanda no atendida por esos dólares “oficiales”. Por ejemplo, hace poco el Presidente de Brasil Luiz Inacio Lula da Silva le mandó una carta a su homólogo Hugo Chávez quejándose de que Venezuela le debía a los exportadores brasileros cuentas vencidas de más de 8 meses. Por otro lado, Telefónica anunció que no ha podido sacar del país cerca de US$2.000 millones en dividendos de su filial venezolana. Se estima que las solicitudes de giro a la tasa oficial represadas en CADIVI por concepto de importaciones ya realizadas u otras operaciones ya aprobadas superan los US$20.000 millones (algunos dicen que es el doble de eso).
Por otro lado, el desfase de Venezuela en materia de precios es monumental. La gran mayoría de los precios de bienes y servicios básicos están en un nivel irreal, que ha llevado a varios productores a cerrar empresas, por la imposibilidad de producirlos indefinidamente a pérdida. Pero la historia no para ahí: al tiempo que el gobierno mantiene un control irreal sobre los precios, apoya un activismo sindical desbordado o lunático.
Por ahora, todo aquel que logre conseguir dólares a la tasa oficial de 2.15 puede considerarse ganador de la lotería. Obviamente hay una inmensa demanda no atendida por esos dólares “oficiales”. Por ejemplo, hace poco el Presidente de Brasil Luiz Inacio Lula da Silva le mandó una carta a su homólogo Hugo Chávez quejándose de que Venezuela le debía a los exportadores brasileros cuentas vencidas de más de 8 meses. Por otro lado, Telefónica anunció que no ha podido sacar del país cerca de US$2.000 millones en dividendos de su filial venezolana. Se estima que las solicitudes de giro a la tasa oficial represadas en CADIVI por concepto de importaciones ya realizadas u otras operaciones ya aprobadas superan los US$20.000 millones (algunos dicen que es el doble de eso).
Por otro lado, el desfase de Venezuela en materia de precios es monumental. La gran mayoría de los precios de bienes y servicios básicos están en un nivel irreal, que ha llevado a varios productores a cerrar empresas, por la imposibilidad de producirlos indefinidamente a pérdida. Pero la historia no para ahí: al tiempo que el gobierno mantiene un control irreal sobre los precios, apoya un activismo sindical desbordado o lunático.
Uno de los precios más irreales es el de la gasolina que está en 17 centavos de dólar el galón. Es decir, los venezolanos se han mal acostumbrado a vivir con una gasolina prácticamente gratis. Y los colombianos de la frontera a consumirla a un muy bajo precio.
Con un sistema de tasa de cambio múltiple, los bienes que el gobierno considera vitales, como por ejemplo alimentos y drogas, se continuarían importando con el bolívar de 2.15. Otros bienes y servicios considerados también importantes, pero menos importantes que los alimentos y las drogas, se importarían a tasas de cambio intermedias. Y otros considerados como de “lujo” a la tasa de cambio más alta. Aparte de lo dispendioso que resulta administrar varias tasas de cambio, es improbable que la medida logre restringir la demanda de dólares, una demanda que continuará ávida de “hacer negocio” con las tasas preferenciales que se establezcan.
Venezuela llegó a esta encrucijada cambiaria con una inflación de 28% anual. El primer impacto de la devaluación “a medias” que se proyecta será el de acelerar esa inflación. Varios precios tendrán que ser reajustados para reflejar el mayor costo de importar. Sin esos reajustes se acentuaría el desabastecimiento de productos de toda clase. Sólo con una política monetaria y fiscal altamente restrictiva se evitaría que se dispare la inflación.
Sea cual fuere el camino cambiario que escoja el gobierno, lo único que lograría “cuadrar” a la economía venezolana sería una fuerte disminución del gasto tanto publico como privado. En otras palabras, ni más ni menos que una contracción económica de envergadura. Porque la raíz del problema es un gasto desaforado que no coincide con lo que produce y está en capacidad de importar el país. Por un lado, el gobierno gasta a manos rotas para atender hasta los más extravagantes caprichos de Hugo Chávez, incluidas una serie de innecesarias nacionalizaciones cuyo costo no ha logrado cubrir. Por el otro, los precios subsidiados o desfasados de una infinidad de bienes y servicios con lo que se ha imposible ajustar su consumo a las disponibilidades reales. Y como si lo anterior no fuera suficiente, el gobierno se las ha arreglado para destruir la base productiva del país con sus políticas hostiles hacia la iniciativa privada, con lo cual ha aumentado la dependencia en importaciones que no puede sufragar.
O sea que lo que se le viene a Venezuela no es la implementación de un “paquete de estímulo”, tal como lo ha tildado el ministro Alí Rodríguez. Más que un “paquete de estímulo”, se trata de un intento para restringir el gasto, que probablemente se quedará a mitad de camino, con medidas que no llegarán al fondo del problema. Por lo que se conoce hasta ahora, no es un paquete coherente de políticas macroeconómicas que le permitan salir a Venezuela de su actual encrucijada. Es un paquete a través del cual se borra con el codo lo que se hace con la mano. Definitivamente falta en ese gobierno la convicción y la valentía para agarrar el “toro por los cuernos”.
Con un sistema de tasa de cambio múltiple, los bienes que el gobierno considera vitales, como por ejemplo alimentos y drogas, se continuarían importando con el bolívar de 2.15. Otros bienes y servicios considerados también importantes, pero menos importantes que los alimentos y las drogas, se importarían a tasas de cambio intermedias. Y otros considerados como de “lujo” a la tasa de cambio más alta. Aparte de lo dispendioso que resulta administrar varias tasas de cambio, es improbable que la medida logre restringir la demanda de dólares, una demanda que continuará ávida de “hacer negocio” con las tasas preferenciales que se establezcan.
Venezuela llegó a esta encrucijada cambiaria con una inflación de 28% anual. El primer impacto de la devaluación “a medias” que se proyecta será el de acelerar esa inflación. Varios precios tendrán que ser reajustados para reflejar el mayor costo de importar. Sin esos reajustes se acentuaría el desabastecimiento de productos de toda clase. Sólo con una política monetaria y fiscal altamente restrictiva se evitaría que se dispare la inflación.
Sea cual fuere el camino cambiario que escoja el gobierno, lo único que lograría “cuadrar” a la economía venezolana sería una fuerte disminución del gasto tanto publico como privado. En otras palabras, ni más ni menos que una contracción económica de envergadura. Porque la raíz del problema es un gasto desaforado que no coincide con lo que produce y está en capacidad de importar el país. Por un lado, el gobierno gasta a manos rotas para atender hasta los más extravagantes caprichos de Hugo Chávez, incluidas una serie de innecesarias nacionalizaciones cuyo costo no ha logrado cubrir. Por el otro, los precios subsidiados o desfasados de una infinidad de bienes y servicios con lo que se ha imposible ajustar su consumo a las disponibilidades reales. Y como si lo anterior no fuera suficiente, el gobierno se las ha arreglado para destruir la base productiva del país con sus políticas hostiles hacia la iniciativa privada, con lo cual ha aumentado la dependencia en importaciones que no puede sufragar.
O sea que lo que se le viene a Venezuela no es la implementación de un “paquete de estímulo”, tal como lo ha tildado el ministro Alí Rodríguez. Más que un “paquete de estímulo”, se trata de un intento para restringir el gasto, que probablemente se quedará a mitad de camino, con medidas que no llegarán al fondo del problema. Por lo que se conoce hasta ahora, no es un paquete coherente de políticas macroeconómicas que le permitan salir a Venezuela de su actual encrucijada. Es un paquete a través del cual se borra con el codo lo que se hace con la mano. Definitivamente falta en ese gobierno la convicción y la valentía para agarrar el “toro por los cuernos”.