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Definitivamente las social democracias no tienen remedio. Son incapaces de regular apetencias y de administrar presupuestos.
 
Para nadie es un secreto que los gobiernos de la Unión Europea, y últimamente el de Estados Unidos, gastan mucho más de los ingresos propios que reciben. Es decir, viven con un creciente endeudamiento.

Sus políticos, los que gobiernan, ofrecen cada vez más beneficios sociales a las poblaciones, sin relación con lo que ellas producen. Son incapaces de ajustar el gasto público a los recursos disponibles. Y si en déficit, son incapaces de recortarlo: si intentan hacerlo, son masacrados en las urnas por sus electores.

Las social democracias europeas pretenden ser paraísos. No se necesita trabajar para vivir bien. ¿Quién dijo que hay que ganarse el pan de cada día con el sudor de la frente? Eso aplica sólo a los chinos y otros pueblos atrasados. Los habitantes de las social democracias europeas son seres humanos afortunados, no sujetos a las leyes económicas más elementales. Ellos descubrieron que a base de deuda se puede financiar el paraíso y que toda deuda puede crecer indefinidamente sin necesidad de asumir los costos.

Los norteamericanos desconocían este secreto hasta que llegó a la Presidencia Barack Obama, quien se ha empeñado en convertir a su país en otra endeudada social democracia.

Sin embargo, fuerzas extrañas amenazan a las ya muy endeudadas social democracias. Hay una cierta preocupación en los mercados financieros internacionales. Lo impensable no parece tan impensable. Los gobiernos de las social democracias europeas son susceptibles de quebrarse. Llega un momento en el cual el pago de las elevadas deudas pesa mucho y ¡cataplún!

Pero queda una luz de esperanza. Que los gobiernos salgan a salvar a los gobiernos. Pero claro, ¡qué maravillosa solución! Que un país no pueda cumplirle a sus acreedores es lo de menos. Para eso están otros gobiernos solidarios y las instituciones multilaterales financiadas por esos gobiernos: para rescatar a los gobiernos ahogados con deuda.

Sin embargo, hay algo que no convence del todo. Los gobiernos que rescatan al ahogado, están también ellos sobre endeudados. Prestan para prestarle al ahogado. Pero, ¡qué diablos! Lo importante es salir del apuro. Lo importante es tranquilizar a los mercados financieros, así sea por poco tiempo. Y aparecer ante la opinión pública como salvadores del orden establecido.  

En el caso del salvamento de Grecia (140.000 millones de euros) y del paquete global de rescate que la Unión Europea aprobó para sus otros miembros quebrados (750.000 millones de euros), se logró el milagro. Se encontró un mecanismo por medio del cual unos países quebrados adquirieron el compromiso de salvar a otros países quebrados, todos endeudándose aún más.

Algunos escépticos pensarán que esta no es la solución. Que la única salida viable es la de recortar el gasto público a niveles compatibles con los ya excesivos impuestos que se recaudan y con la necesidad de reducir una deuda que se ha convertido en carga insostenible.

Pero, ¿de qué hablan estos escépticos? Acaso no entienden que las social democracias no sobreviven sino prometen lo inalcanzable, el paraíso en la Tierra. Y que la llave del paraíso es el gasto público. Lo que hoy en día llaman “inversión social”.

Y así las cosas, políticos y electores de las social democracias seguirán ofreciendo lo divino y lo humano, sin importarles la magnitud de las deudas y de las quiebras. Los uno porque es la única forma viable de ser elegidos y gobernar, y los otros porque, ni estúpidos que fueran, aspiran a recibir más de lo que le aportan a la sociedad.
 
Que siga la fiesta, que está muy buena, que lo de menos es que ya sea de madrugada…