Desde que ganó el Nóbel de la Paz sin méritos algunos, a Barack Obama se le han enredado sus escenarios de guerra.
No había pasado un mes de posesionarse como Presidente de Estados Unidos y el jurado izquierdista del Nóbel de la Paz con sede en Oslo (Noruega) le dio el premio. En los meses siguientes, hasta cuando recibió el premio en diciembre de 2009, los conflictos que enfrenta su país en distintas partes del planeta se han tornado más problemáticos. Todavía es temprano para juzgar si Obama tendrá éxito en solucionarlos o por lo menos, en evitar que se agraven aún más.
Por ahora la impresión generalizada es que los enemigos de Estados Unidos se han envalentonado desde que George W. Bush dejó la Presidencia. Lo que siempre sucede: a Obama le están midiendo el aceite. Y lo que están encontrando son posiciones ambivalentes y confusas.
Empecemos por Irán. El gobierno de ese país ha aumentado la represión sobre la disidencia sin importarle la opinión de Estados Unidos y sus aliados europeos. Ante llamados a “dialogar” acerca de su intransigente posición sobre la construcción de facilidades para la elaboración de bombas atómicas, su respuesta fue la de empezar a construir más facilidades. Posteriormente se burló de una nueva resolución del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas que condenó esa decisión de fortalecer su programa de enriquecimiento de uranio.
Sigamos con al-Qaeda. Su actividad en Pakistán, Iraq, Somalia y Yemen se ha acrecentado a niveles sólo comparables a los que se veían a finales de la administración de Bill Clinton y comienzos de la de Bush. Bombas y más bombas. Una actividad proselitista dentro del mundo árabe cada vez más intensa. Pronunciamientos cada vez más desafiantes contra Estados Unidos y su Presidente. Anuncios de victorias futuras.
Continuemos con Afganistán. Ahí el Taliban está cada vez más activo. Después de meses de dudas, Obama resolvió mandar tropas adicionales y lo anunció en un largo y aburrido discurso en el cual mencionó la palabra “victoria” sólo una vez. Y de paso dio a entender algo muy grave: que no importa lo que suceda, en 18 meses abandonaría a ese país a su suerte. Aunque probablemente no podrá hacerlo, ese anuncio elevó el entusiasmo y la mística de los talibanes. Y descorazonó a los aliados afganos de Estados Unidos.
En Corea del Norte y Venezuela, por otra parte, también andan de fiesta. Consideran a Obama débil. En el primero de esos países han reanudado el programa de armas atómicas con un impulso que no se veía desde hace años. En Caracas están montando un movimiento de abierto apoyo a los grupos narco terroristas latinoamericanos, bajo el nombre de Coordinadora Continental Bolivariana.
Esta ambivalencia frente a los enemigos declarados nunca le dio buenos resultados a países que han sido grandes potencias mundiales. Tampoco hay indicios de que le esté dando resultados a Estados Unidos después de un año de gobierno de Obama. Eso hace todavía más ridícula la decisión de entregarle el premio Nóbel, al cual ha debido renunciar por decoro.
Por ahora la impresión generalizada es que los enemigos de Estados Unidos se han envalentonado desde que George W. Bush dejó la Presidencia. Lo que siempre sucede: a Obama le están midiendo el aceite. Y lo que están encontrando son posiciones ambivalentes y confusas.
Empecemos por Irán. El gobierno de ese país ha aumentado la represión sobre la disidencia sin importarle la opinión de Estados Unidos y sus aliados europeos. Ante llamados a “dialogar” acerca de su intransigente posición sobre la construcción de facilidades para la elaboración de bombas atómicas, su respuesta fue la de empezar a construir más facilidades. Posteriormente se burló de una nueva resolución del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas que condenó esa decisión de fortalecer su programa de enriquecimiento de uranio.
Sigamos con al-Qaeda. Su actividad en Pakistán, Iraq, Somalia y Yemen se ha acrecentado a niveles sólo comparables a los que se veían a finales de la administración de Bill Clinton y comienzos de la de Bush. Bombas y más bombas. Una actividad proselitista dentro del mundo árabe cada vez más intensa. Pronunciamientos cada vez más desafiantes contra Estados Unidos y su Presidente. Anuncios de victorias futuras.
Continuemos con Afganistán. Ahí el Taliban está cada vez más activo. Después de meses de dudas, Obama resolvió mandar tropas adicionales y lo anunció en un largo y aburrido discurso en el cual mencionó la palabra “victoria” sólo una vez. Y de paso dio a entender algo muy grave: que no importa lo que suceda, en 18 meses abandonaría a ese país a su suerte. Aunque probablemente no podrá hacerlo, ese anuncio elevó el entusiasmo y la mística de los talibanes. Y descorazonó a los aliados afganos de Estados Unidos.
En Corea del Norte y Venezuela, por otra parte, también andan de fiesta. Consideran a Obama débil. En el primero de esos países han reanudado el programa de armas atómicas con un impulso que no se veía desde hace años. En Caracas están montando un movimiento de abierto apoyo a los grupos narco terroristas latinoamericanos, bajo el nombre de Coordinadora Continental Bolivariana.
Esta ambivalencia frente a los enemigos declarados nunca le dio buenos resultados a países que han sido grandes potencias mundiales. Tampoco hay indicios de que le esté dando resultados a Estados Unidos después de un año de gobierno de Obama. Eso hace todavía más ridícula la decisión de entregarle el premio Nóbel, al cual ha debido renunciar por decoro.