Nadie se esperaba la mayoría parlamentaria del Partido Conservador del primer ministro David Cameron. Ni el propio Cameron se lo creía.
De repente las elecciones para elegir Parlamento del Reino Unido capturaron la atención planetaria. En mayo 8 de 2015 se decidiría quién gobernaría al Reino Unido por los próximos 5 años, si los conservadores de David Cameron, o si el Partido Laborista con Ed Miliband a la cabeza, o si una alianza entre conservadores con otros, u otra de laboristas con otros.
Para los 5 años de su primer gobierno Cameron no pudo conseguir la mayoría en el Parlamento, por lo que forjó una alianza con Nick Glegg, líder del Partido Liberal Demócrata. Pero para estas siguientes elecciones, las de mayo 8, no hubo favoritos. La incertidumbre sobre quién las ganaría se apoderó de los espíritus. La bolsa de Londres cayó y la libra esterlina perdió valor frente a otras monedas fuertes. Se empezaron a vender algunos apartamentos lujosos en las zonas mas caras de Londres.
Las encuestas decían que había un empate absoluto entre conservadores y laboristas, sin que ninguno de los dos pudiera alcanzar la tan anhelada mayoría absoluta parlamentaria. Si eso sucedía era inevitable un gobierno de alianzas y pactos. Pero, ¿quiénes con quiénes?
Una posibilidad era el retorno a la desgastada alianza entre conservadores y liberales demócratas. Sin embargo, las encuestas mostraban una clara tendencia de desintegración del apoyo popular al que era hasta ese entonces tercer partido del Reino Unido. Quedaban así los conservadores sin este posible apoyo en caso de querer seguir gobernando.
Mas complejo aún por el otro lado de la moneda. Los resultados de todas las encuestas indicaban que la única forma que tenían los laboristas para gobernar era mediante una alianza con quienes irrumpían como la tercera fuerza política, desbancando de esa posición a los liberales demócratas. Se trataba del Partido Nacionalista Escocés (SNP), cuyo apoyo crecía en forma notable dentro de Escocia a medida que se aproximaban las elecciones.
Siempre se ha dicho que Inglaterra (la cabeza de un reino unido conformado además por Escocia, Gales e Irlanda del Norte) es de talante conservador. En este caso ese talante salió a relucir con fuerza, en contravía de lo que indicaban las encuestas hasta faltando dos días para la elección en el sentido de que la única alianza mayoritaria sería la de los laboristas con los nacionalistas escoceses.
Desde el punto de vista ideológico, la líder de SNP Nicola Sturgeon adoptaba posiciones a la izquierda de Miliband. Su oposición al programa de austeridad fiscal de Cameron fue mas notoria que la del líder laborista. Pero aparte de la ideología, el SNP había promovido infructuosamente la independencia de Escocia en reciente referendo (cuya iniciativa contó con un insuficiente apoyo de 45%). Mileband, al tiempo que dejaba la puerta abierta para una alianza con el SNP, nunca respondió a la pregunta de si, en caso de formalizarla, aceptaría la propuesta de Sturgeon de realizar un segundo referendo independentista.
A pocos días de las elecciones la incertidumbre aumentó. Todos los pronósticos apuntaban a que un partido nacionalista se constituirán en el fiel de la balanza de un futuro gobierno, lo que nunca había sucedido en la historia de Inglaterra.
Para los 5 años de su primer gobierno Cameron no pudo conseguir la mayoría en el Parlamento, por lo que forjó una alianza con Nick Glegg, líder del Partido Liberal Demócrata. Pero para estas siguientes elecciones, las de mayo 8, no hubo favoritos. La incertidumbre sobre quién las ganaría se apoderó de los espíritus. La bolsa de Londres cayó y la libra esterlina perdió valor frente a otras monedas fuertes. Se empezaron a vender algunos apartamentos lujosos en las zonas mas caras de Londres.
Las encuestas decían que había un empate absoluto entre conservadores y laboristas, sin que ninguno de los dos pudiera alcanzar la tan anhelada mayoría absoluta parlamentaria. Si eso sucedía era inevitable un gobierno de alianzas y pactos. Pero, ¿quiénes con quiénes?
Una posibilidad era el retorno a la desgastada alianza entre conservadores y liberales demócratas. Sin embargo, las encuestas mostraban una clara tendencia de desintegración del apoyo popular al que era hasta ese entonces tercer partido del Reino Unido. Quedaban así los conservadores sin este posible apoyo en caso de querer seguir gobernando.
Mas complejo aún por el otro lado de la moneda. Los resultados de todas las encuestas indicaban que la única forma que tenían los laboristas para gobernar era mediante una alianza con quienes irrumpían como la tercera fuerza política, desbancando de esa posición a los liberales demócratas. Se trataba del Partido Nacionalista Escocés (SNP), cuyo apoyo crecía en forma notable dentro de Escocia a medida que se aproximaban las elecciones.
Siempre se ha dicho que Inglaterra (la cabeza de un reino unido conformado además por Escocia, Gales e Irlanda del Norte) es de talante conservador. En este caso ese talante salió a relucir con fuerza, en contravía de lo que indicaban las encuestas hasta faltando dos días para la elección en el sentido de que la única alianza mayoritaria sería la de los laboristas con los nacionalistas escoceses.
Desde el punto de vista ideológico, la líder de SNP Nicola Sturgeon adoptaba posiciones a la izquierda de Miliband. Su oposición al programa de austeridad fiscal de Cameron fue mas notoria que la del líder laborista. Pero aparte de la ideología, el SNP había promovido infructuosamente la independencia de Escocia en reciente referendo (cuya iniciativa contó con un insuficiente apoyo de 45%). Mileband, al tiempo que dejaba la puerta abierta para una alianza con el SNP, nunca respondió a la pregunta de si, en caso de formalizarla, aceptaría la propuesta de Sturgeon de realizar un segundo referendo independentista.
A pocos días de las elecciones la incertidumbre aumentó. Todos los pronósticos apuntaban a que un partido nacionalista se constituirán en el fiel de la balanza de un futuro gobierno, lo que nunca había sucedido en la historia de Inglaterra.
Sin duda esta posibilidad, la de un laborismo sin mensaje claro, unido a una díscola bancada escocesa, alarmó a los votantes del sur y la mitad de Inglaterra, quienes terminaron votando por los conservadores en mayor proporción que en el pasado. Eso fue suficiente para que Cameron sorprendiera a todo el mundo y terminara, al final del conteo de los votos, con una mayoría absoluta (331 de un total de 650 parlamentarios).
Además del susto que despertaba la alianza entre laboristas y nacionalistas escoceses, resonó entre el electorado inglés el mensaje de mantener el rumbo trazado con la política de austeridad, la que ha sido medianamente exitosa desde el punto de vista de crecimiento económico y de generación de empleo.
En fin, los ingleses prefirieron irse por lo conocido y lo predecible. Lo que se les ofreció como alternativa no les inspiró la suficiente confianza.
Después de los resultados electorales los mercados financieros respiraron con tranquilidad y la libra esterlina se valorizó nuevamente. Cameron ahora podrá disfrutar de las mieles de un gobierno no compartido, es decir de un gobierno de mayoría. La última vez que los conservadores tuvieron mayorías absolutas en el Parlamento fue a comienzos de los años noventa cuando John Major.
Una de las promesas de campaña de Cameron es la de realizar en 2017 un referendo para que los habitantes del Reino Unido decidan si continúan o no en la Unión Europea. Entre el aquí y el allá el repitente primer ministro tratará de negociar con Bruselas mas autonomía para el manejo de regulaciones en sectores específicos y de otros temas como el relacionado con las inmigraciones.
Dura tarea la que enfrenta Cameron. Al proponer este referendo calmó a la derecha de su partido. Por su escasa mayoría, Cameron no puede darse el lujo de que haya divisiones. Necesitará de una gran disciplina y obediencia de su bancada en el nuevo Parlamento.
Al tiempo que este era el panorama de Cameron, en los demás bandos fue devastador el impacto de la derrota. Se vieron rodar frente a Westminster las cabezas de los líderes Ed Mileband del Partido Laborista, de Nick Glegg del Partido Liberal Demócrata, y de Nigel Farage del derechista UKIP (UK Independence Party). Los tres, ante la falta de resultados, renunciaron en la televisión, no sin antes darse golpes en el pecho y pedirle disculpas a sus seguidores.
Les llegará a estos tres partidos políticos épocas de retiros espirituales y profundas reflexiones sobre el rumbo perdido, mientras Cameron se ocupa de gobernar con autonomía, sin la obligación de pedirle permiso a otros partidos.
Además del susto que despertaba la alianza entre laboristas y nacionalistas escoceses, resonó entre el electorado inglés el mensaje de mantener el rumbo trazado con la política de austeridad, la que ha sido medianamente exitosa desde el punto de vista de crecimiento económico y de generación de empleo.
En fin, los ingleses prefirieron irse por lo conocido y lo predecible. Lo que se les ofreció como alternativa no les inspiró la suficiente confianza.
Después de los resultados electorales los mercados financieros respiraron con tranquilidad y la libra esterlina se valorizó nuevamente. Cameron ahora podrá disfrutar de las mieles de un gobierno no compartido, es decir de un gobierno de mayoría. La última vez que los conservadores tuvieron mayorías absolutas en el Parlamento fue a comienzos de los años noventa cuando John Major.
Una de las promesas de campaña de Cameron es la de realizar en 2017 un referendo para que los habitantes del Reino Unido decidan si continúan o no en la Unión Europea. Entre el aquí y el allá el repitente primer ministro tratará de negociar con Bruselas mas autonomía para el manejo de regulaciones en sectores específicos y de otros temas como el relacionado con las inmigraciones.
Dura tarea la que enfrenta Cameron. Al proponer este referendo calmó a la derecha de su partido. Por su escasa mayoría, Cameron no puede darse el lujo de que haya divisiones. Necesitará de una gran disciplina y obediencia de su bancada en el nuevo Parlamento.
Al tiempo que este era el panorama de Cameron, en los demás bandos fue devastador el impacto de la derrota. Se vieron rodar frente a Westminster las cabezas de los líderes Ed Mileband del Partido Laborista, de Nick Glegg del Partido Liberal Demócrata, y de Nigel Farage del derechista UKIP (UK Independence Party). Los tres, ante la falta de resultados, renunciaron en la televisión, no sin antes darse golpes en el pecho y pedirle disculpas a sus seguidores.
Les llegará a estos tres partidos políticos épocas de retiros espirituales y profundas reflexiones sobre el rumbo perdido, mientras Cameron se ocupa de gobernar con autonomía, sin la obligación de pedirle permiso a otros partidos.