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El tal “milagro” económico de Brasil resultó ser un fiasco. Las políticas de los gobiernos de Lula y Rousseff no sentaron las bases para un crecimiento sostenido.
 
Estamos hablando del Brasil de siempre. De ese que de pronto crece económicamente a tasas llamativas y luego cae nuevamente en la mediocridad. El Brasil de los gobiernos de Lula da Silva y Dilma Rousseff no ha sido la excepción.

El aumento promedio anual del PIB de 3,5% durante 2003-2006, seguido de uno de 4,6% durante 2007-2010, llevó a una infinidad de trasnochados políticos izquierdistas de América Latina a escoger a Brasil como modelo para otros países de la región. Pero, ¿cuál modelo?

Tanto Lula como Rousseff son socialistas moderados. Durante sus gobiernos se presentó una significativa alza en los precios internacionales de los productos básicos de exportación de su país. Una parte de los recursos de la bonanza externa se utilizaron para financiar programas estatales de reducción de la pobreza, con algunos resultados favorables que probablemente se debieron ante todo, como suele suceder en estos casos, a las mayores tasas de crecimiento económico y a la reducción de los niveles de desempleo, antes que al impacto de dichos programas.

Como ha sido lo usual en América Latina, y muy especialmente en Brasil, no se aprovechó esta bonanza exportadora para emprender reformas estructurales que elevaran la eficiencia y productividad de la economía. Se mantuvo el mismo gobierno derrochador y burocrático, el mismo elevado proteccionismo, el mismo entrabado régimen impositivo, las mismas excesivas regulaciones y las mismas limitaciones de la infraestructura física. En resumen, el mismo Brasil estatista y paquidérmico de siempre.

Pero no solo eso. El populismo estatista-socialista de Lula y Rousseff condujo a un incremento insólito en los costos laborales unitarios, los cuales mas que se duplicaron entre 2002 y 2011, para luego empezar a descender. Este incremento fue bastante superior al de China en igual período y se compara muy desfavorablemente con el de India y México que incluso disminuyeron.

En un país donde los gobiernos poco o nada han hecho para elevar la eficiencia de la economía, un aumento en los costos laborales unitarios de esta magnitud constituye un duro golpe a la competitividad externa y un gran desestímulo a la diversificación.

Pues bien, apenas se revirtió el ciclo de los altos precios de los productos básicos de exportación y cuando los inversionistas extranjeros y nacionales perdieron su entusiasmo sobre el sobrevalorado “milagro”, Brasil se desaceleró hasta niveles que lo hacen ver actualmente como uno de los patitos feos de la región. En 2011 el aumento del PIB fue de 2,7%, en 2012 alcanzó apenas 0,9%, y en 2013 difícilmente llegará a 2%, con tendencia a caer en una recesión en estos últimos meses.   

Simultáneamente en 2013 la inflación anual se aproximó a 6%, manteniéndose por encima de la meta oficial de 4,5%, lo que ha llevado al Banco Central de Brasil a elevar su tasa básica de interés de 7,25% a 10%.

A su vez, la tasa de inversión como proporción del PIB, en lugar de aumentar ha descendido de 20% en 2008 a 18% en 2013, un nivel bastante inferior al de las economía de Asia y a otras de la región como en el caso de México, Colombia, Chile y Perú.

Ningún analista serio estima que 2014 será el inicio de una recuperación. La mayoría se inclina por una crecimiento económico por debajo de 2%. Incluso, si no se revierten las tendencias mas recientes, Brasil estaría ad portas de una recesión.

Dentro de la región, la comunidad económica internacional tiene sus ojos puestos en México. No hay interés en Brasil, excepto por el inercial de quienes ya están ahí establecidos. Se apuesta a que Rousseff será reelecta por cuatro años mas. La perspectiva de cuatro años de mas de lo mismo definitivamente no despierta mayor entusiasmo entre los distintos protagonistas de la actividad económica, ya sean brasileros o extranjeros.