Con los golpes a las FARC, incluido el más reciente que llevó a la muerte de alias Mono Jojoy, quedan sin piso una serie de mitos.
El primero es el mito de que la guerrilla no se puede derrotar por la vía militar. Durante décadas, dirigentes y analistas políticos, incluidos ex Presidentes, propagaron la tesis de que las FARC eran militarmente invencibles. Esto se volvió una excusa para diálogos de paz interminables que fueron usados por esa organización para propagarse por todo el territorio del país. También se volvió excusa para no fortalecer a la fuerza pública como tocaba hacerlo y en general, para no persistir en un esfuerzo que sólo da resultados con el transcurso del tiempo.
Pues bien, toda guerra, cualquier guerra, puede ganarse. Obviamente si no se hacen bien las cosas, si no se comprometen los recursos suficientes, si no se prepara adecuadamente a quienes tienen la responsabilidad de conducirla, si no se le da tiempo al tiempo, no será posible cantar victoria. Y la absurda profecía de que una guerra no es ganable se convierte en triste realidad.
Otro mito en relación con las FARC tiene que ver con varias ONGs internacionales. Se trata de organizaciones que viven del conflicto colombiano, y cuyo único interés es la supervivencia de esa organización terrorista. El gran mito alrededor de estas ONGs es su fachada de promotoras de la “paz” en Colombia, cuando de hecho lo único que les importa es la prolongación de un conflicto del cual se lucran descaradamente. Lo de menos para ellas es la suerte del país y el sufrimiento que la guerra le trae a los colombianos.
Y está el tema de los colombianos que también viven del conflicto. Adoptan una postura pública completamente ambivalente con el tema. Nunca han condenado abiertamente a las FARC. Ni siquiera lo han hecho con las más reprobables acciones de esa organización. Se quejan de la pobreza y miseria del campo colombiano y de los desplazados por la violencia, sin nunca reconocer que buena parte del problema tiene su raíz en las actividades delincuenciales de las FARC. Su “paz”, al igual que la “paz” de muchas ONGs internacionales, nada tiene que ver con la PAZ que anhela la gran mayoría de los colombianos.
Un último mito, y que está relacionado con todo lo anterior, tiene que ver con los diálogos con las FARC. Cada vez que las heroicas fuerzas públicas colombianas le asestan un golpe a esta organización, comentaristas y dirigentes, de manera irreflexiva, salen con el cuento de que ojalá, ahora si, los terroristas, asesinos y extorsionadores entren en razón, entreguen las armas y se conviertan en ciudadanos ejemplares. O sea, que aún después de los horrendos crímenes que se les imputa, habría que tratarlos como si no fueran delincuentes de la peor calaña, sino ovejas descarriadas.
Detrás de este último mito está la idea de que los más atroces crímenes deben recibir un tratamiento diferente si se realizan bajo la excusa de una supuesta causa política. En un sistema de justicia bien entendido, en un sistema de justicia verdaderamente equitativo, todos los asesinatos, secuestros y extorsiones, son igual de graves, cualesquiera que sean las motivaciones de quien los ejecuta. Ojalá los golpes exitosos recientes de la fuerza pública a las FARC acabe con ese pernicioso mito según el cual unos crímenes son de buena familia y otros de mala familia. Cuando lo cierto es que todos son de la misma mala familia, provengan de donde provengan.
Pues bien, toda guerra, cualquier guerra, puede ganarse. Obviamente si no se hacen bien las cosas, si no se comprometen los recursos suficientes, si no se prepara adecuadamente a quienes tienen la responsabilidad de conducirla, si no se le da tiempo al tiempo, no será posible cantar victoria. Y la absurda profecía de que una guerra no es ganable se convierte en triste realidad.
Otro mito en relación con las FARC tiene que ver con varias ONGs internacionales. Se trata de organizaciones que viven del conflicto colombiano, y cuyo único interés es la supervivencia de esa organización terrorista. El gran mito alrededor de estas ONGs es su fachada de promotoras de la “paz” en Colombia, cuando de hecho lo único que les importa es la prolongación de un conflicto del cual se lucran descaradamente. Lo de menos para ellas es la suerte del país y el sufrimiento que la guerra le trae a los colombianos.
Y está el tema de los colombianos que también viven del conflicto. Adoptan una postura pública completamente ambivalente con el tema. Nunca han condenado abiertamente a las FARC. Ni siquiera lo han hecho con las más reprobables acciones de esa organización. Se quejan de la pobreza y miseria del campo colombiano y de los desplazados por la violencia, sin nunca reconocer que buena parte del problema tiene su raíz en las actividades delincuenciales de las FARC. Su “paz”, al igual que la “paz” de muchas ONGs internacionales, nada tiene que ver con la PAZ que anhela la gran mayoría de los colombianos.
Un último mito, y que está relacionado con todo lo anterior, tiene que ver con los diálogos con las FARC. Cada vez que las heroicas fuerzas públicas colombianas le asestan un golpe a esta organización, comentaristas y dirigentes, de manera irreflexiva, salen con el cuento de que ojalá, ahora si, los terroristas, asesinos y extorsionadores entren en razón, entreguen las armas y se conviertan en ciudadanos ejemplares. O sea, que aún después de los horrendos crímenes que se les imputa, habría que tratarlos como si no fueran delincuentes de la peor calaña, sino ovejas descarriadas.
Detrás de este último mito está la idea de que los más atroces crímenes deben recibir un tratamiento diferente si se realizan bajo la excusa de una supuesta causa política. En un sistema de justicia bien entendido, en un sistema de justicia verdaderamente equitativo, todos los asesinatos, secuestros y extorsiones, son igual de graves, cualesquiera que sean las motivaciones de quien los ejecuta. Ojalá los golpes exitosos recientes de la fuerza pública a las FARC acabe con ese pernicioso mito según el cual unos crímenes son de buena familia y otros de mala familia. Cuando lo cierto es que todos son de la misma mala familia, provengan de donde provengan.