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Con excepción de Venezuela y Ecuador, América Latina ha lidiado relativamente bien con la crisis económica global. Eso no justifica posturas triunfalistas.
 
Hasta ahora la crisis económica global no se ha reflejado en un desplome de los precios de los productos básicos de exportación de la región. Por el contrario, los precios de productos de la minería como cobre, oro, plata, zinc y níquel se han mantenido altos. Lo mismo ha sucedido con productos del agro como cereales, azúcar y café.

Tampoco se podría decir que el actual precio internacional del petróleo y del carbón estén deprimidos. Por el contrario, su promedio de 2010 es uno de los más elevados de los últimos tiempos.

De manera que lo que ha experimentado América Latina en 2010, y que ha sido el principal factor de su recuperación económica, es la reanudación de una bonanza de productos primarios que empezó hacia 2004 cuando se aceleró el crecimiento global, que se interrumpió en el segundo semestre de 2008 con la crisis económica global, y que tomó fuerza nuevamente un año después con la creciente demanda por estos productos por parte de países como China e India.

Es cierto, y así lo anotan algunos comentaristas de la situación económica actual de América Latina como el presidente del BID Luis Alberto Moreno, que la mayoría de los países de América Latina han adoptado políticas macroeconómicas y sectoriales que hacen olvidar las crisis económicas vividas en décadas anteriores. Eso ha sorprendido a círculos financieros internacionales que siempre han visto a la región como incapaz de administrar adecuadamente sus épocas de vacas gordas y sus épocas de vacas flacas.

Ahora bien, el contraste con los países económicamente más avanzados ha realzado la aceptable situación actual de América Latina. En su manejo económico, Estados Unidos y la mayoría de los países de Europa se han asemejado en los últimos tres años a países latinoamericanos de los años 80, especialmente en sus políticas fiscales y financieras.

O sea que los altos precios internacionales de los productos primarios de exportación y la crisis económica de Estados Unidos y Europa hacen ver relativamente mejor a América Latina que en otras épocas. Pero, ¿que pasaría si llegare el final del ciclo alto de esos precios internacionales y no se generen las rentas fiscales que estas exportaciones proporcionan?

El tema de fondo es que a América Latina todavía le queda mucho terreno por recorrer en la implementación de reformas dirigidas a elevar la eficiencia de su gasto social, a controlar la corrupción en sus administraciones públicas, a establecer reglas de juego transparentes y duraderas para la iniciativa privada, y a afinar mecanismos institucionales que faciliten la asimilación de tecnologías más productivas.

Es decir, lo anterior sólo para citar algunos temas que llevan a moderar actitudes de entusiasmo y complacencia. Es verdad, como lo afirma Moreno, que los éxitos recientes en algunos países de América Latina puede ser emulados por otros y que por lo tanto, sería provechosa una mayor colaboración sur-sur, por llamarla de alguna manera.

Sin embargo, tampoco hay que olvidar que los latinoamericanos son dados a sobre valorarse y a dejarse llevar por exaltaciones nacionalistas no fundamentadas en logros y realizaciones. Son dados a considerar que las improvisaciones chambonas son equivalentes a creaciones geniales. Dados a inventar la pólvora por enésima vez.
 
Incluso la región cuenta actualmente con el ejemplo de Venezuela donde, bajo las banderas de un nacionalismo primitivo y ramplón, se ha perseguido implacablemente a empresarios y a la tecnocracia mejor preparada. Donde, con políticas económicas y administrativas arrevesadas, se ha destruido a las empresas más representativas del país. Difícil encontrar un caso más patético de aplicación de políticas fracasadas en pleno Siglo XXI.