Desde cualquier ángulo que se analice, la declaración de James Comey ante el Senado de Estados Unidos (7 de junio de 2017) fue un gran fiasco para los anti-Trump y su subordinada la prensa tradicional.
No valdría la pena referirse al tema si no fuera por la importancia que se le dio a esa intervención a nivel planetario. Con bombos y platillos periodistas y comentaristas de la prensa tradicional crearon la expectativa de que se trataría de un episodio similar al de Watergate (que llevó a la renuncia como Presidente de Richard Nixon).
En su declaración el ex director del FBI no solo reconoció que Donald Trump no estaba siendo investigado, sino que también reconoció que nunca le solicitó que detuviera la investigación sobre la intervención de Rusia en la campaña presidencial.
Lo que si afirmó es que Trump le había dicho que “tenía la esperanza” que su asesor Michael Flynn saliera bien librado de la investigación de la que es actualmente objeto, lo cual si fuere verdad no es delito alguno (“tener la esperanza” de algo no es delito). También señaló que le había exigido “lealtad”, lo que puede interpretarse como una especie de acoso por parte del Presidente.
Como prueba Comey presentó unos papelitos que, según él, había escrito a la salida de las reuniones con Trump que trascribían lo que ambos se dijeron. Pero nunca en su momento acudió ante sus superiores en el Departamento de Justicia para dejar constancia de sus preocupaciones al respecto, como estaba obligado a hacerlo, si era que consideraba que el Presidente le había dicho algo inapropiado. En cambio, reconoció que filtró al New York Times uno de esos papelitos, lo cual podría ser un delito porque se trata de material clasificado como propiedad del gobierno.
Por su parte Trump negó rotundamente que le hubiera dicho a Comey lo que Comey consignó en esos papelitos. Incluso llegó a afirmar que lo negaría bajo juramento y acusó a Comey de ser un mentiroso y un filtrador (‘leaker’).
Pero ahí no termina esta peculiar historia. Comey en su declaración juramentada comprometió a la administración Obama en lo que sería, esa si, una verdadera obstrucción a la justicia para impedir que se investigara a Hillary Clinton por el escándalo de los correos electrónicos. Y como si eso no fuera suficiente, reconoció que manipuló el caso de Hillary, en la forma cuestionable como lo hizo, para salvarla de una investigación criminal.
Este individuo desde hace por lo menos dos décadas ha rescatado a los Clinton de varios problemas jurídicos en los que se han visto involucrados. Es una ficha de los Clinton. Es mas, como director del FBI rehusó investigar a la Fundación Clinton, no obstante claras evidencias de conducta criminal.
En el caso de Trump y sus colaboradores no hay acusaciones específicas o cargos criminales concretos por vínculos inapropiados con Rusia. Pero los periodistas y comentaristas de la prensa tradicional se han hecho los de la vista gorda ante la falta de evidencias sólidas y se han dado a la tarea de hacerle creer a su audiencia que se trata de un escándalo de proporciones mayúsculas (así de intelectualmente deshonestos son).
En conclusión, nada de nada sobre este caso luego de mas de seis meses de reportajes periodísticos mentirosos y de toda clase de insinuaciones tendenciosas. Nada de nada luego de miles y miles de horas de televisión, de infinitos pantallazos de Internet, y de innumerables artículos de periódicos y revistas. Nunca como antes tanto periodismo sobre nada de nada.
En su declaración el ex director del FBI no solo reconoció que Donald Trump no estaba siendo investigado, sino que también reconoció que nunca le solicitó que detuviera la investigación sobre la intervención de Rusia en la campaña presidencial.
Lo que si afirmó es que Trump le había dicho que “tenía la esperanza” que su asesor Michael Flynn saliera bien librado de la investigación de la que es actualmente objeto, lo cual si fuere verdad no es delito alguno (“tener la esperanza” de algo no es delito). También señaló que le había exigido “lealtad”, lo que puede interpretarse como una especie de acoso por parte del Presidente.
Como prueba Comey presentó unos papelitos que, según él, había escrito a la salida de las reuniones con Trump que trascribían lo que ambos se dijeron. Pero nunca en su momento acudió ante sus superiores en el Departamento de Justicia para dejar constancia de sus preocupaciones al respecto, como estaba obligado a hacerlo, si era que consideraba que el Presidente le había dicho algo inapropiado. En cambio, reconoció que filtró al New York Times uno de esos papelitos, lo cual podría ser un delito porque se trata de material clasificado como propiedad del gobierno.
Por su parte Trump negó rotundamente que le hubiera dicho a Comey lo que Comey consignó en esos papelitos. Incluso llegó a afirmar que lo negaría bajo juramento y acusó a Comey de ser un mentiroso y un filtrador (‘leaker’).
Pero ahí no termina esta peculiar historia. Comey en su declaración juramentada comprometió a la administración Obama en lo que sería, esa si, una verdadera obstrucción a la justicia para impedir que se investigara a Hillary Clinton por el escándalo de los correos electrónicos. Y como si eso no fuera suficiente, reconoció que manipuló el caso de Hillary, en la forma cuestionable como lo hizo, para salvarla de una investigación criminal.
Este individuo desde hace por lo menos dos décadas ha rescatado a los Clinton de varios problemas jurídicos en los que se han visto involucrados. Es una ficha de los Clinton. Es mas, como director del FBI rehusó investigar a la Fundación Clinton, no obstante claras evidencias de conducta criminal.
En el caso de Trump y sus colaboradores no hay acusaciones específicas o cargos criminales concretos por vínculos inapropiados con Rusia. Pero los periodistas y comentaristas de la prensa tradicional se han hecho los de la vista gorda ante la falta de evidencias sólidas y se han dado a la tarea de hacerle creer a su audiencia que se trata de un escándalo de proporciones mayúsculas (así de intelectualmente deshonestos son).
En conclusión, nada de nada sobre este caso luego de mas de seis meses de reportajes periodísticos mentirosos y de toda clase de insinuaciones tendenciosas. Nada de nada luego de miles y miles de horas de televisión, de infinitos pantallazos de Internet, y de innumerables artículos de periódicos y revistas. Nunca como antes tanto periodismo sobre nada de nada.