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Sin pruebas en la mano, la comunidad científica que se lucra del alarmismo relacionado con el cambio climático ha lanzado una nueva ofensiva mediática.
 
La razón, además de intentos desesperados de contrarrestar el creciente escepticismo sobre el tema entre la población ilustrada, es la próxima reunión de Naciones Unidas en París para reformular el Protocolo de Kioto, un acuerdo internacional dirigido a limitar las emisiones de CO2.

En un artículo S. Fred Singer (“The Coming Paradigm Shift on Climate”, American Thinker, marzo 27 de 2014) se señala que la Royal Society y la US National Academy of Science publicaron un reporte conjunto en el que, sin analizar evidencia científica, se hace un llamado “a la acción” para restringir dichas emisiones. La AAAS (American Asociation for the Advancement of Science) hace un igual llamado, y tampoco presenta evidencia científica alguna.

Se trata de grupos de científicos que reciben unas generosas financiaciones por parte de los gobiernos para realizar investigaciones relacionadas con el cambio climático ocasionado por el hombre, así como de una serie de intereses industriales receptores de cuantiosos subsidios públicos para la generación de fuentes alternativas de energía. Todos ellos están de acuerdo con las publicaciones del Panel Intergubernamental del Cambio Climático (IPCC, sigla en inglés) de Naciones Unidas, en el sentido de que los grandes cambios climáticos son originados en la actividad económica y depredadora del hombre y que esos cambios serán catastróficos para el planeta dentro de unos pocos años.

A estas conclusiones altamente sensacionalistas y sin mayor fundamento científico se contraponen las del Panel Internacional No Gubernamental sobre Cambio Climático (NIPCC, sigla en inglés). Esta organización plantea, con evidencia científica reciente, que los principales cambios climáticos no son los causados por el hombre sino que obedecen a fenómenos naturales, a ciclos por los que en la gran mayoría de los casos ya ha atravesado el planeta.

Lo cierto es que, como lo indica S. Fred Singer y muchos otros analistas, la evidencia científica no apoya las tesis de los alarmistas. No ha habido calentamiento global en los últimos 15 años, no obstante las crecientes emisiones de CO2 que se han dado en ese período. Los modelos que utilizan los científicos del IPCC sencillamente no aplican a la hora de explicar el comportamiento del clima. Y estos científicos no han presentado ninguna argumentación satisfactoria acerca de por qué sus modelos no tienen valor predictivo alguno.
 
Cae en lo patético el último informe del IPCC, cuyas histéricas conclusiones amplifican los medios tradicionales de comunicación. En él se alude a eventos puntuales como olas de calor en Europa, incendios en Estados Unidos, sequías en Australia e inundaciones en Mozambique, Tailandia y Pakistán, por ejemplo. Eso si, no se mencionan las olas de frío que han afectado al hemisferio Norte en años recientes. Lo que omite este informe es que estos fenómenos extremos no solamente han estado ahí desde tiempos inmemoriales, sino que su intensidad y variabilidad no ha ido en aumento.

Estos irresponsables alarmistas ni siquiera se dignan comparar la frecuencia de estos fenómenos naturales desde el momento en que se empezaron a llevar registros públicos hasta el presente. Y no lo hacen porque esta comparación mostraría que si bien el clima ha sido siempre portador de noticias catastróficas, no existe la mas mínima evidencia de que dichas noticias se hayan multiplicado en estos últimos tiempos.  

Si como lo insinúa S. Fred Singer se siente venir un cambio en el paradigma científico relacionado con las causas de los grandes cambios climáticos del planeta, las implicaciones económicas serían considerables. Si se termina por entender que es la naturaleza y no el hombre la mayor causante de estos grandes cambios, toda una pléyade de elefantes blancos empresariales y de investigaciones científicas sin fundamento abortarían, al quedarse sin el respaldo de grandes cantidades de dineros públicos. Y ojalá, entonces, algunos de esos recursos se reasignaran al cuidado de bosques y cuencas hídricas en países que no disponen de capacidades para hacerlo.