Fue maltratada porque se le ocurrió traer unos regalos de navidad para sus nietos, para sus padres y para su hermana que no veía desde hace 10 años.
Quien escribe esto es un extranjero de tercera edad que la acompañó en el viaje para ayudarle con su movilización porque sufrió una rotura de meniscos que requiere cirugía. Resolvió operarse en diciembre por ser el mes de menor demanda laboral como agente comercial que es de varias multinacionales en América Latina. Su trabajo la ha llevado a vivir por fuera de su país y su problema de meniscos la llevó a anticipar su visita de navidad a sus familiares que viven en Costa Rica.
Esos familiares son un padre de 90 años, una madre de 85 años, una hermana que viajó desde Chile donde vive y a la que no veía desde hace 10 años, un hijo, dos nietos (uno de los cuales con Primera Comunión durante su visita) y su primera nieta por nacer hacia finales de diciembre.
Se trataba, entonces, en esta visita de anticipar con unos regalitos las navidades, de agasajar a su nieto por la Primera Comunión, y a su nuera por el nacimiento de la nieta.
Se le ocurrió regalarle a su nuera por el nacimiento de su primera nieta una caja rosada de fabricación artesanal producida por mi sobrina, utilizable como recipiente para colocar objetos de la futura bebé. Como esa caja artesanal no cabía en su maleta que es de tamaño mediano pequeña, resolvió acondicionar una caja de cartón para tales propósitos, y aprovechar para introducir en ella otros regalitos, dentro de los cuales cinco vestiditos para la futura nieta, unos individualitos de mesa, unos libritos de dibujo de Mandala con los cuales se entretiene su anciano padre, y dos parecitos de zapatos para su madre.
¿Valor del menaje que iba en esa caja? Unos 200 dólares, a lo mas. La dos piezas que transportaba ni siquiera tuvieron que pagar exceso de equipaje.
Pues bien al pasar por las Aduanas ticas, una funcionaria, con “sangre en los ojos”, profirió una fulminante orden de revisión de la caja de cartón. Se la llevó, la desbarató y sin haber encontrado nada, pero absolutamente nada que fuera de prohibida importación, resolvió confiscar la caja de cartón. “Llévesela, se la regalo. Confísquela” dijo exasperada la abuela tica. No habían servido de nada explicaciones sobre el destino del contenido de la caja. “Usted no parece abuela” había dicho la implacable funcionaria.
No podía creer lo que estaba presenciando. Se supone que Costa Rica es un país culturalmente mas avanzado que otros países de la región. Y, sin embargo, en esos otros países en mi ya larga experiencia nunca he visto que se decomisaran, con celo que envidiaría cualquier fascista, los regalitos de una abuela a sus parientes cercanos.
La funcionaria se asustó con aquello de que “se la regalo”. Se echó para atrás y dijo “le voy a poner un sello de bonificación de pasaporte. ¿Usted sabe lo grave que es eso?”. En ese momento mi indignación era completa. Qué diablos es ese sello, me pregunté.
Pero lo que mas me indignó es que la abuela tica no había hecho absolutamente nada para merecer todo el despectivo maltrato, ni las amenazas de confiscación de sus regalitos, ni los sellos para yo no se qué diablos. Qué arbitrariedad y arrogancia la de esta funcionaria.
La caja de cartón quedó desbaratada y ni siquiera nos proporcionaron una cinta de empaque que remediara en algo la destrucción hecha por la funcionaria con cutter en mano.
Al salir de esta experiencia en la que gastamos los 45 minutos mas inútiles de nuestras vidas, varios ticos reaccionaron a su estilo. “No vale la pena quejarse”, “esto sucede todo el tiempo”, “con quejarse no van a cambiar las cosas” y otras manifestaciones de ese tenor.
Pues claro que vale la pena quejarse. Lo que parece ser una práctica aduanera de maltrato a los nacionales se puede transformar fácilmente en lo mismo para los extranjeros. Si a una respetable abuela tica la tratan así, qué puede esperar un extranjero si por esas coincidencias de la vida le corresponde un funcionario “con sangre en los ojos”.
Otro tico me dijo que estos funcionarios aduaneros supuestamente tienen que cumplir con una cuota de confiscaciones y sellos. En este caso, y si este fue el caso, a una abuela tica las aduanas de su país la acusaron de contrabandear su amor por sus parientes representado en unos regalos sin mayor valor económico pero con gran valor sentimental. Habría que preguntarles cuál es el número de la nueva partida arancelaria que acaban de crear.
Esos familiares son un padre de 90 años, una madre de 85 años, una hermana que viajó desde Chile donde vive y a la que no veía desde hace 10 años, un hijo, dos nietos (uno de los cuales con Primera Comunión durante su visita) y su primera nieta por nacer hacia finales de diciembre.
Se trataba, entonces, en esta visita de anticipar con unos regalitos las navidades, de agasajar a su nieto por la Primera Comunión, y a su nuera por el nacimiento de la nieta.
Se le ocurrió regalarle a su nuera por el nacimiento de su primera nieta una caja rosada de fabricación artesanal producida por mi sobrina, utilizable como recipiente para colocar objetos de la futura bebé. Como esa caja artesanal no cabía en su maleta que es de tamaño mediano pequeña, resolvió acondicionar una caja de cartón para tales propósitos, y aprovechar para introducir en ella otros regalitos, dentro de los cuales cinco vestiditos para la futura nieta, unos individualitos de mesa, unos libritos de dibujo de Mandala con los cuales se entretiene su anciano padre, y dos parecitos de zapatos para su madre.
¿Valor del menaje que iba en esa caja? Unos 200 dólares, a lo mas. La dos piezas que transportaba ni siquiera tuvieron que pagar exceso de equipaje.
Pues bien al pasar por las Aduanas ticas, una funcionaria, con “sangre en los ojos”, profirió una fulminante orden de revisión de la caja de cartón. Se la llevó, la desbarató y sin haber encontrado nada, pero absolutamente nada que fuera de prohibida importación, resolvió confiscar la caja de cartón. “Llévesela, se la regalo. Confísquela” dijo exasperada la abuela tica. No habían servido de nada explicaciones sobre el destino del contenido de la caja. “Usted no parece abuela” había dicho la implacable funcionaria.
No podía creer lo que estaba presenciando. Se supone que Costa Rica es un país culturalmente mas avanzado que otros países de la región. Y, sin embargo, en esos otros países en mi ya larga experiencia nunca he visto que se decomisaran, con celo que envidiaría cualquier fascista, los regalitos de una abuela a sus parientes cercanos.
La funcionaria se asustó con aquello de que “se la regalo”. Se echó para atrás y dijo “le voy a poner un sello de bonificación de pasaporte. ¿Usted sabe lo grave que es eso?”. En ese momento mi indignación era completa. Qué diablos es ese sello, me pregunté.
Pero lo que mas me indignó es que la abuela tica no había hecho absolutamente nada para merecer todo el despectivo maltrato, ni las amenazas de confiscación de sus regalitos, ni los sellos para yo no se qué diablos. Qué arbitrariedad y arrogancia la de esta funcionaria.
La caja de cartón quedó desbaratada y ni siquiera nos proporcionaron una cinta de empaque que remediara en algo la destrucción hecha por la funcionaria con cutter en mano.
Al salir de esta experiencia en la que gastamos los 45 minutos mas inútiles de nuestras vidas, varios ticos reaccionaron a su estilo. “No vale la pena quejarse”, “esto sucede todo el tiempo”, “con quejarse no van a cambiar las cosas” y otras manifestaciones de ese tenor.
Pues claro que vale la pena quejarse. Lo que parece ser una práctica aduanera de maltrato a los nacionales se puede transformar fácilmente en lo mismo para los extranjeros. Si a una respetable abuela tica la tratan así, qué puede esperar un extranjero si por esas coincidencias de la vida le corresponde un funcionario “con sangre en los ojos”.
Otro tico me dijo que estos funcionarios aduaneros supuestamente tienen que cumplir con una cuota de confiscaciones y sellos. En este caso, y si este fue el caso, a una abuela tica las aduanas de su país la acusaron de contrabandear su amor por sus parientes representado en unos regalos sin mayor valor económico pero con gran valor sentimental. Habría que preguntarles cuál es el número de la nueva partida arancelaria que acaban de crear.