Su propuesta es la de eliminar beneficios tributarios que disfrutan las compañías de Estados Unidos que operan unidades productivas en países emergentes.
Se trata de otra propuesta de política de la administración Obama que pone en evidencia su orientación proteccionista. Antes había envolatado la puesta a votación en el Congreso de los acuerdos comerciales firmados con Colombia, Panamá y Corea del Sur. También había restringido el ingreso de camiones de carga mexicanos a su territorio. Y ahora último está empeñado en caerle con imposiciones tributarias a las empresas que dan empleo en países emergentes.
Actualmente el gobierno no grava las utilidades de las operaciones en países emergentes, si esas utilidades no retornan e ingresan a Estados Unidos. Por otro lado, se permite deducir como gastos los incurridos por las matrices en Estados Unidos relacionados con la administración de filiales y sucursales. Pues bien, estos beneficios terminarán en la cesta de la basura.
Igualmente, la administración Obama está decidida a voltearle la carga de la prueba a los ciudadanos que inviertan en entidades financieras que no cooperan con las autoridades tributarias de Estados Unidos. Los estadoudinenses que allí depositen su dinero, tendrán que probar que no están violando las leyes tributarias de su país. Es decir, en este caso —y en inversiones en las Bahamas, Islas Cayman y otros paraísos fiscales— aplicaría lo opuesto a la presunción de inocencia (usted sería considerado culpable hasta que no demuestre su inocencia).
En resumen, estas y otras medidas como el salvamento de las compañías automotoras, ilustran el tinte aislacionista de Obama y su gobierno. Nada de salir del país para producir en forma más rentable en otras latitudes del planeta. Nada de sacar capitales sin pagar unos prohibitivos impuestos. La consigna es primero producir en Estados Unidos; segundo hacerlo también en Estados Unidos, y tercero, si queda tiempo libre, viajar solamente por Estados Unidos.
Actualmente el gobierno no grava las utilidades de las operaciones en países emergentes, si esas utilidades no retornan e ingresan a Estados Unidos. Por otro lado, se permite deducir como gastos los incurridos por las matrices en Estados Unidos relacionados con la administración de filiales y sucursales. Pues bien, estos beneficios terminarán en la cesta de la basura.
Igualmente, la administración Obama está decidida a voltearle la carga de la prueba a los ciudadanos que inviertan en entidades financieras que no cooperan con las autoridades tributarias de Estados Unidos. Los estadoudinenses que allí depositen su dinero, tendrán que probar que no están violando las leyes tributarias de su país. Es decir, en este caso —y en inversiones en las Bahamas, Islas Cayman y otros paraísos fiscales— aplicaría lo opuesto a la presunción de inocencia (usted sería considerado culpable hasta que no demuestre su inocencia).
En resumen, estas y otras medidas como el salvamento de las compañías automotoras, ilustran el tinte aislacionista de Obama y su gobierno. Nada de salir del país para producir en forma más rentable en otras latitudes del planeta. Nada de sacar capitales sin pagar unos prohibitivos impuestos. La consigna es primero producir en Estados Unidos; segundo hacerlo también en Estados Unidos, y tercero, si queda tiempo libre, viajar solamente por Estados Unidos.