Con un gobierno cuya consigna es la de raspar la olla hasta no dejar nada, Venezuela se encamina a un cataclismo económico de proporciones dantescas.
El propio Nicolás Maduro se auto proclamó jefe de los saqueadores del comercio de su país. Se convirtió en una especie de Alí Babá, jefe no de los 40 ladrones del cuento de Las mil y una noches, sino de miles de venezolanos que respondieron a su llamado de ir por lo que había en los anaqueles de tiendas y almacenes.
En la Venezuela de hoy en día, para conseguir cualquier artículo de primera necesidad en un supermercado hay que hacer una interminable cola, primero para hacerse al carro de poner las mercancías, luego para llegar a las mercancías que se desean adquirir y finalmente para pagarlas si es que se ha contado con la buena suerte de encontrarlas.
Si después de unas horas logró salir del supermercado al menos con una parte de lo que buscaba, no crea que es el final de la pesadilla. En las afueras rondan los delincuentes listos a acuchillar para hacerse a unas bolsas de leche o de aceite.
Bienvenidos al “Socialismo del Siglo XXI” que no es otro que un refrito del socialismo cubano de los años sesenta del siglo pasado. La Venezuela de finales de 2013 es un país sin reservas internacionales, con un gigantesco déficit presupuestal, con la inflación mas elevada del planeta, que ha hipotecado su petróleo a China, sin libertad de prensa, con un sector privado postrado y amedrentado, y con un deschavetado al frente que se abrogó poderes omnímodos para acabar de destruir lo poco productivo que queda en el país.
Las elecciones son allí una farsa como quedó demostrado el 14 de abril de este año cuando Maduro se las robó olímpicamente a su rival Henrique Capriles. Al igual que los demás poderes públicos, el electoral es un servil apéndice del gobierno.
Pues bien, hay quienes se empeñan en pescar en ese río cada vez mas revuelto que es Venezuela, incluidos algunos empresarios latinoamericanos. Después de todo ya existe una larga tradición por parte de algunos de ellos de lucrarse con los desajustes cambiarios que han asolado a ese país.
Sin embargo, así como anteriormente los gobiernos de la región podían presionar al gobierno venezolano el pago de las deudas con sus nacionales, la situación ha llegado a tal punto crítico que esos buenos oficios ya no arrojan resultados. El riesgo de comerciar al debe con ese país es actualmente infinito.
El gobierno de China solo le presta al gobierno Venezuela a cambio de un estricto compromiso de remesas futuras de petróleo. Nada de pagos de la deuda con unos desvalorizados bonos de PDVSA. Así debería ser con cualquier deuda que se adquiera con ese arbitrario y disparatado gobierno.
Al final de cuentas, después de raspar la olla hasta romperla, lo único que queda para responderle a los acreedores es la producción futura de petróleo, una que no está aumentando y que cada vez está mas comprometida en el pago de deudas anteriores. Y si eso es así con el dueño de PDVSA, ni qué decir de las empresas de ese país que están sometidas a saqueos y arbitrariedades burocráticas de toda índole, así como a restricciones insalvables a la hora de conseguir divisas para sus fines productivos.
En la Venezuela de hoy en día, para conseguir cualquier artículo de primera necesidad en un supermercado hay que hacer una interminable cola, primero para hacerse al carro de poner las mercancías, luego para llegar a las mercancías que se desean adquirir y finalmente para pagarlas si es que se ha contado con la buena suerte de encontrarlas.
Si después de unas horas logró salir del supermercado al menos con una parte de lo que buscaba, no crea que es el final de la pesadilla. En las afueras rondan los delincuentes listos a acuchillar para hacerse a unas bolsas de leche o de aceite.
Bienvenidos al “Socialismo del Siglo XXI” que no es otro que un refrito del socialismo cubano de los años sesenta del siglo pasado. La Venezuela de finales de 2013 es un país sin reservas internacionales, con un gigantesco déficit presupuestal, con la inflación mas elevada del planeta, que ha hipotecado su petróleo a China, sin libertad de prensa, con un sector privado postrado y amedrentado, y con un deschavetado al frente que se abrogó poderes omnímodos para acabar de destruir lo poco productivo que queda en el país.
Las elecciones son allí una farsa como quedó demostrado el 14 de abril de este año cuando Maduro se las robó olímpicamente a su rival Henrique Capriles. Al igual que los demás poderes públicos, el electoral es un servil apéndice del gobierno.
Pues bien, hay quienes se empeñan en pescar en ese río cada vez mas revuelto que es Venezuela, incluidos algunos empresarios latinoamericanos. Después de todo ya existe una larga tradición por parte de algunos de ellos de lucrarse con los desajustes cambiarios que han asolado a ese país.
Sin embargo, así como anteriormente los gobiernos de la región podían presionar al gobierno venezolano el pago de las deudas con sus nacionales, la situación ha llegado a tal punto crítico que esos buenos oficios ya no arrojan resultados. El riesgo de comerciar al debe con ese país es actualmente infinito.
El gobierno de China solo le presta al gobierno Venezuela a cambio de un estricto compromiso de remesas futuras de petróleo. Nada de pagos de la deuda con unos desvalorizados bonos de PDVSA. Así debería ser con cualquier deuda que se adquiera con ese arbitrario y disparatado gobierno.
Al final de cuentas, después de raspar la olla hasta romperla, lo único que queda para responderle a los acreedores es la producción futura de petróleo, una que no está aumentando y que cada vez está mas comprometida en el pago de deudas anteriores. Y si eso es así con el dueño de PDVSA, ni qué decir de las empresas de ese país que están sometidas a saqueos y arbitrariedades burocráticas de toda índole, así como a restricciones insalvables a la hora de conseguir divisas para sus fines productivos.