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Critican las últimas elecciones legislativas de Colombia, sin tener en cuenta la trayectoria del país donde viven.
 
Obviamente que lo deseable es tener un país perfecto con unas elecciones perfectas. Y obviamente que lo fácil es poner la perfección como vara de medida y luego descalificar, con pose de indignación, todo lo que se aparta de ese ideal de perfección. Juzgar desde unas utópicas alturas, es la salida fácil de la cual abusan estos columnistas.

El caso más farisaico entre todos es el de Daniel Samper Pizano. El subtítulo de su columna del 21 de marzo de 2010 fue “La jornada electoral demuestra que se ha perdido la capacidad de indignación.” Luego, a lo largo de su columna, expresa su gran indignación por la aterradora muestra de eficacia de las maquinarias; porque fueron elegidos el hijo de La Gata y la hermana de un cacique condenado por asesinato; porque las urnas no se indignaron con políticos vinculados con la parapolítica; y otras aseveraciones de ese estilo. Concluye Daniel Samper que a la política colombiana le extirparon la glándula moral que segrega la indignación.

Lo curioso con Daniel Samper es que no dice que la política fue mucho peor cuando se movía en ella a sus anchas su hermano el ex Presidente Ernesto Samper Pizano. Este último personaje se robó una elección presidencial con el aporte de los dineros del narcotráfico. Pero no sólo eso. Permitió, por allá en los años ochenta y noventa, que a su Partido Liberal se lo tomara el poderoso Cartel de Cali dirigido por los hermanos Gilberto y Miguel Rodríguez Orejuela.

La alianza con la mafia de narcotraficantes más poderosa de Colombia acabó con un Partido Liberal que fuera mayoritario durante varias décadas. Ese Partido todavía no se ha repuesto de toda la indignación que segregaron las glándulas morales de los colombianos. Con toda la razón, puesto que el gobierno de Samper Pizano casi acabó con el país al degradar la política a niveles nunca antes vistos.

Y resulta que ahora Daniel, quien fue uno de los que le aconsejó a Ernesto no renunciar, se da golpes en el pecho de indignación con hechos políticos, que aunque deplorables, no le llegan ni al tobillo de los que sucedieron en la política colombiana cuando su hermano era protagonista central. En esos momentos a Daniel, por lo visto, no le funcionaba la glándula moral que segrega indignación, la misma que aparentemente desde pequeño le extirparon a Ernesto.

Igual indignación manifiestan la mayoría de los columnistas del diario El Tiempo como María Isabel Rueda, Rudolf Hommes, Salud Hernández-Mora. Ninguno de ellos destaca lo positivo de las últimas elecciones: que se redujo la influencia de la parapolítica y del narcotráfico en el Congreso; que los partidos políticos han logrado purgar a una parte importante de líderes comprometidos con las mafias; que se pasó de 9 millones de votos en la elección legislativa de 2006 a cerca de 14 millones en la de 2010; y que estas fueron las elecciones más tranquilas y seguras en mucho tiempo gracias a la actuación de las Fuerzas Militares, la Policía Nacional y el DAS.

Ninguno de estos columnistas señala que después de estas elecciones quedan sobre la mesa para escoger siete candidatos presidenciales respetables y, que se sepa, con una activa glándula moral que segrega indignación. Tampoco mencionan que se ha abierto el camino para nuevas alianzas, las que no necesitarán de partidos vinculados con la parapolítica para conformar mayoría en una coalición de gobierno.

Es decir, estos columnistas del diario El Tiempo no analizan con perspectiva histórica. No mencionan para nada de dónde viene la política colombiana.

Da la impresión de que estos columnistas han envejecido y se creen el cuento de que todo tiempo pasado fue mejor. Habrá que recordarles, una y otra vez, que la política colombiana viene de tales profundidades, que lo actual es bastante mejor que lo de antes. Que no en vano Colombia ha luchado en los últimos años contra las más temibles y siniestras fuerzas del narcotráfico y del terrorismo, y que se trata de un emprendimiento que todavía se encuentra a mitad del camino.