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Hace poco el ex ministro Andrés Felipe Arias dijo que la apertura de los años 90 había acabado con el agro en Colombia. Eso no es cierto.
 
Esa aseveración la formuló en una entrevista en el diario El Tiempo en la que pretendió defender al controvertido subsidio del Agro Seguro. Allí también resolvió atacar a Rudolf Hommes, uno de sus más lúcidos críticos en el tema del subsidio. Hommes, como ministro de Hacienda, fue uno de los artífices de la apertura que se hizo en el gobierno de César Gaviria.

Vale la pena ir al fondo del comentario de Arias. La verdad es que no ha sido analizado a cabalidad el efecto de la apertura comercial de 1992 sobre el sector agropecuario. Se trató de una reducción muy parcial de la protección al sector con base en el establecimiento de bandas arancelarias, cuyo niveles fluctuaban de acuerdo con la evolución de los precios internacionales de los diferentes productos. Y a pesar de que con este esquema se le redujo la protección al sector, se la mantuvo relativamente alta desde el punto de vista de los estándares internacionales.

Es a esa apertura comercial que Arias –y una parte sustancial de la clase política colombiana– le atribuye unos efectos funestos sobre el agro. Lo repiten como loros, sin conocimiento de causa, como si se tratara de un hecho incontrovertible. Pero la repetición no convierte a las falsedades en verdades sino en clichés. Veamos.  

En primer lugar, las series estadísticas muestran que el sector agropecuario ha venido creciendo por debajo del promedio de la economía, lo cual es un proceso inevitable en todas las economías en proceso de desarrollo. A medida que aumenta el ingreso per cápita, que hay industrialización y que surgen los sectores de servicios, el sector agropecuario pierde importancia relativa. Deja ser la fuente principal de riqueza y de generación de empleo frente a otros sectores que tienden a ser más dinámicos.

En segundo lugar, las cifras del PIB agropecuario durante los años 90 y en la actual década arrojan crecimientos promedio anuales muy constantes. No hay una tendencia especial de disminución o de aumento a lo largo de los últimos 20 años.

En tercer lugar, Colombia ha sufrido con la violencia generada por la guerrilla y el para militarismo, cuya incidencia negativa se ha sentido con especial rigor en el sector rural. ¿Cuánto impactó a la producción agropecuaria este fenómeno que se recrudeció a partir de la segunda mitad de los años 90 y durante los primeros años de la actual década? Que se sepa, no hay estudios serios que midan dicho impacto, pero es claro que pudo haber sido considerable en el caso de la pequeña agricultura en varias regiones del país y sobre la inversión en algunos cultivos de la agricultura comercial.

En cuarto lugar, algunos estudios sugieren que la producción y la inversión en el sector agropecuario dependen en medida no despreciable de la evolución de los precios internacionales de los diferentes productos. Esta variable debe incluirse en todo análisis que se haga sobre el desempeño del sector, cualquiera que sea el período que se escoja.

En quinto lugar, hay muchos otros elementos que inciden en la actividad agropecuaria. Uno de ellos muy importante es el de la infraestructura vial y todo lo relacionado con los costos de transporte. Otro tiene que ver con la evolución de la economía en general y de la demanda interna por los productos del agro.

¿Dónde están los estudios que demuestran que la apertura comercial de 1992 fue la causante de todos los males y desgracias que se le atribuyen? Sencillamente no existen. Ni pueden existir. Pero eso no obsta para que Arias y numerosos políticos, quien sabe con qué intereses o si por pereza mental, sigan propagando la fantasiosa idea.

De hecho, pocos mencionan que la apertura comercial de 1992 trajo el beneficio de reducir de manera significativa el costo de los insumos que se utilizan en la agricultura y en la ganadería. No hay que olvidarse que hasta ese año los aranceles en Colombia de muchos de esos insumos eran muy altos y que los empresarios del agro, grandes y pequeños, los tenían que pagar. Y se redujeron estos aranceles a unos niveles más razonables. Pero aún así siguieron siendo altos y continúan siendo altos en comparación con los vigentes en otros países de similar grado de desarrollo. Porque a pesar de la apertura del gobierno de Gaviria, la economía colombiana continúa como una de las más protegidas del planeta.