En un discurso reciente la Canciller alemana Angela Merkel dijo que la construcción de una sociedad multicultural había fracasado.
En una reunión con la juventud de la Democracia Cristiana expresó que si bien los inmigrantes son bienvenidos en Alemania, ellos deben aprender el lenguaje y aceptar las normas culturales básicas del país. Añadió que el enfoque según el cual distintos grupos étnicos pueden disfrutar de una vida en comunidad sin integrarse, no ha dado resultados.
El tema en Alemania tiene que ver ante todo con los inmigrantes provenientes de Turquía. Muchos llegaron en los años sesenta como obreros que ayudaron a la reconstrucción de Alemania después de la Segunda Guerra Mundial. Aunque se esperaba que retornarían a su país de origen, la gran mayoría se quedó. Actualmente son 4 millones, a los que se agregan otros musulmanes de otros países cercanos a 1 millón.
El punto es que los turcos y otros musulmanes de Alemania viven en una sociedad paralela. A sus niños no les va bien en los colegios y la tasa de desempleo es muy alta. Las mujeres deben subordinarse a familias patriarcales. Se han vuelto cada vez más religiosos. Muchos apenas balbucean el alemán y viven de los beneficios que les concede el gobierno. Incluso hay quienes sostienen que esta falta de integración es cultivo para el terrorismo.
Los comentarios de Merkel coinciden con un creciente pesimismo entre los europeos en relación con las virtudes del multiculturalismo. En Alemania, el 55% de quienes respondieron a una encuesta piensan que los musulmanes son una carga para la economía. Otro estudio encontró que una tercera parte de los alemanes consideran que los extranjeros llegan a su país a abusar del Estado de bienestar.
Todo lo anterior contradice la propaganda oficial que celebra los supuestos beneficios de una diversidad étnica. En varios países, no sólo en la Comunidad Europea sino también en Estados Unidos y Canadá, estar a favor de la inmigración y del multiculturalismo es visto en círculos sociales altos como una señal de sofisticación cultural y de pensamiento cosmopolita, en contraste con el resto de la población que no está de acuerdo por supuestos prejuicios racistas.
Pero lo cierto es que cuando grupos de inmigrantes importantes no realizan esfuerzos para integrarse culturalmente a los países donde llegan, y las autoridades y clases más educadas de esos países celebran y elogian las diferencias culturales, se crean condiciones favorables para que afloren luchas y odios étnicos. Es el caso de los musulmanes en Europa.
De ahí que sea creciente el número de europeos que actualmente son partidarios de que los gobiernos limiten la inmigración y la condicionen a esfuerzos de integración en los aspectos básicos de la cultura del país receptor (comenzando obviamente por el idioma).
El tema en Alemania tiene que ver ante todo con los inmigrantes provenientes de Turquía. Muchos llegaron en los años sesenta como obreros que ayudaron a la reconstrucción de Alemania después de la Segunda Guerra Mundial. Aunque se esperaba que retornarían a su país de origen, la gran mayoría se quedó. Actualmente son 4 millones, a los que se agregan otros musulmanes de otros países cercanos a 1 millón.
El punto es que los turcos y otros musulmanes de Alemania viven en una sociedad paralela. A sus niños no les va bien en los colegios y la tasa de desempleo es muy alta. Las mujeres deben subordinarse a familias patriarcales. Se han vuelto cada vez más religiosos. Muchos apenas balbucean el alemán y viven de los beneficios que les concede el gobierno. Incluso hay quienes sostienen que esta falta de integración es cultivo para el terrorismo.
Los comentarios de Merkel coinciden con un creciente pesimismo entre los europeos en relación con las virtudes del multiculturalismo. En Alemania, el 55% de quienes respondieron a una encuesta piensan que los musulmanes son una carga para la economía. Otro estudio encontró que una tercera parte de los alemanes consideran que los extranjeros llegan a su país a abusar del Estado de bienestar.
Todo lo anterior contradice la propaganda oficial que celebra los supuestos beneficios de una diversidad étnica. En varios países, no sólo en la Comunidad Europea sino también en Estados Unidos y Canadá, estar a favor de la inmigración y del multiculturalismo es visto en círculos sociales altos como una señal de sofisticación cultural y de pensamiento cosmopolita, en contraste con el resto de la población que no está de acuerdo por supuestos prejuicios racistas.
Pero lo cierto es que cuando grupos de inmigrantes importantes no realizan esfuerzos para integrarse culturalmente a los países donde llegan, y las autoridades y clases más educadas de esos países celebran y elogian las diferencias culturales, se crean condiciones favorables para que afloren luchas y odios étnicos. Es el caso de los musulmanes en Europa.
De ahí que sea creciente el número de europeos que actualmente son partidarios de que los gobiernos limiten la inmigración y la condicionen a esfuerzos de integración en los aspectos básicos de la cultura del país receptor (comenzando obviamente por el idioma).