Es prácticamente inexistente el cuidado de las cuencas hidrográficas y el control de los asentamientos en las orillas de los principales ríos del país.
Actualmente existe una proliferación de entidades públicas encargadas de estos temas. Son 33 las corporaciones autónomas regionales (CAR) que existen en Colombia y que deben coordinarse con distintas instancias de la administración pública para tales fines.
A comienzos de los años ochenta, cuando dependían directamente del Departamento Nacional de Planeación, había sólo 7 corporaciones. Pero en esa época Planeación les controlaba su burocracia y vigilaba que las inversiones realizadas fueran prioritarias y que llegaran a buen término. Había menos dinero, pero se veían las obras y los programas de conservación. Hoy en día es bien frondosa la burocracia encargada de todo ello, son mucho más los recursos disponibles, pero no se ven resultados por ningún lado.
Las CAR se financian con aportes de la Nación (impuestos nacionales) y con regalías e impuestos locales. ¿Qué se ha hecho el creciente dinero que han recibido en las últimas dos décadas? ¿Dónde están las obras para el adecuado manejo de los recursos naturales en los ecosistemas bajo su responsabilidad? Por lo menos debería haber una que otra obra emblemática para mostrar. La triste realidad es que ni siquiera eso.
La situación es realmente patética. ¿A dónde han ido a parar estos dineros, que son muchos? De seguro, tal como ha sucedido en otras áreas de la actividad gubernamental, una parte no despreciable debe haber terminado en los bolsillos de contratistas, funcionarios, y gente cómplice en las regiones.
Aparentemente con las CAR sucede lo que es común en el sector público. Por sacar una mayor tajada se hacen obras chambonas, con la connivencia de todos los estamentos involucrados con ese gasto. Obras que quedan mal hechas y que al poco tiempo dejan de cumplir el objetivo para el cual fueron construidas.
Ni siquiera el poco dinero que queda después de descuartizar y repartir la marrana se gasta bien. Algún cínico diría: por lo menos que queden las obras, así hayan costado 300% o 500% o 1.000% más de lo que realmente valen. Pero tampoco hay consuelo para el cínico. Al escandaloso sobreprecio se agrega que los contratistas lo hacen mal para acrecentar su tajada. Hacen la más descarada trampa con los distintos componentes de costos.
Mientras esto sucede con las CAR, los altos funcionarios del gobierno nacional se reúnen y dan declaraciones. Estos altos funcionarios pueden ser honestos y bien intencionados. Pero las golondrinas nunca han hecho verano cuando de gasto publico se trata.
El subdesarrollo no proviene de la falta de recursos públicos. El gran lastre para el progreso es el uso ineficiente de esos recursos. Este tema, el de la eficiencia del gasto público, poco o ningún interés despierta entre los políticos en todas partes del planeta porque sencillamente les afecta sus intereses muy particulares.
Es un tema que está relacionado con la naturaleza misma de los gobiernos y con quiénes deben ser los beneficiarios del gasto público. Cuando el gobierno es considerado ante todo como botín, pierde su norte como intermediario en la atención de las necesidades básicas de la población.
Le queda la ilusión a la gente que con más recursos llega la solución a los problemas. Y sucede lo contrario. ¿Qué se saca con asignarle más recursos a entidades públicas como las CAR cuando ni siquiera administran bien los que ya poseen?
Algunos ingenuos dirán que es cuestión de cambiar a tal o cuales funcionarios públicos. Pero, ¿dónde están los ángeles que los reemplazarán y que manejarán honesta, impecable y eficientemente los recursos públicos? ¿Dónde están los ángeles que no se dejarán seducir con los cantos de sirena de la corrupción? ¿Cuál es el partido o agrupación política a la que pertenecen estos ángeles? Desafortunadamente los anteriores interrogantes no tienen respuesta dado que los ángeles no son de este mundo.
En el futuro se dirá, por enésima vez, que el despilfarro y la falta de obras fue culpa de los políticos y funcionarios del pasado. Habrá nuevos brotes de indignación. Se planteará como solución cambios burocráticos y la obtención de más recursos. La gente, cuya mayoría considera de manera simplista que todo se soluciona con más recursos y no con una mayor eficiencia en su utilización, le dará el beneficio de la duda a los nuevos políticos y funcionarios. Crecerá aún más la marrana. Y el ciclo se repetirá puesto que se trata de un problema que es inherente a los gobiernos y a entidades publicas como las CAR.
¿Exceso de pesimismo? No, hasta que se modifique profundamente la manera de disponer de estos recursos públicos y hasta que la población exija que se cumpla con las obras. Que al menos las obras se hagan y sobretodo, que queden razonablemente bien hechas. Que haya una verdadera rendición de cuentas no sólo sobre los procesos de adjudicación de los contratos sino especialmente sobre el resultado final de las inversiones.
Las CAR se financian con aportes de la Nación (impuestos nacionales) y con regalías e impuestos locales. ¿Qué se ha hecho el creciente dinero que han recibido en las últimas dos décadas? ¿Dónde están las obras para el adecuado manejo de los recursos naturales en los ecosistemas bajo su responsabilidad? Por lo menos debería haber una que otra obra emblemática para mostrar. La triste realidad es que ni siquiera eso.
La situación es realmente patética. ¿A dónde han ido a parar estos dineros, que son muchos? De seguro, tal como ha sucedido en otras áreas de la actividad gubernamental, una parte no despreciable debe haber terminado en los bolsillos de contratistas, funcionarios, y gente cómplice en las regiones.
Aparentemente con las CAR sucede lo que es común en el sector público. Por sacar una mayor tajada se hacen obras chambonas, con la connivencia de todos los estamentos involucrados con ese gasto. Obras que quedan mal hechas y que al poco tiempo dejan de cumplir el objetivo para el cual fueron construidas.
Ni siquiera el poco dinero que queda después de descuartizar y repartir la marrana se gasta bien. Algún cínico diría: por lo menos que queden las obras, así hayan costado 300% o 500% o 1.000% más de lo que realmente valen. Pero tampoco hay consuelo para el cínico. Al escandaloso sobreprecio se agrega que los contratistas lo hacen mal para acrecentar su tajada. Hacen la más descarada trampa con los distintos componentes de costos.
Mientras esto sucede con las CAR, los altos funcionarios del gobierno nacional se reúnen y dan declaraciones. Estos altos funcionarios pueden ser honestos y bien intencionados. Pero las golondrinas nunca han hecho verano cuando de gasto publico se trata.
El subdesarrollo no proviene de la falta de recursos públicos. El gran lastre para el progreso es el uso ineficiente de esos recursos. Este tema, el de la eficiencia del gasto público, poco o ningún interés despierta entre los políticos en todas partes del planeta porque sencillamente les afecta sus intereses muy particulares.
Es un tema que está relacionado con la naturaleza misma de los gobiernos y con quiénes deben ser los beneficiarios del gasto público. Cuando el gobierno es considerado ante todo como botín, pierde su norte como intermediario en la atención de las necesidades básicas de la población.
Le queda la ilusión a la gente que con más recursos llega la solución a los problemas. Y sucede lo contrario. ¿Qué se saca con asignarle más recursos a entidades públicas como las CAR cuando ni siquiera administran bien los que ya poseen?
Algunos ingenuos dirán que es cuestión de cambiar a tal o cuales funcionarios públicos. Pero, ¿dónde están los ángeles que los reemplazarán y que manejarán honesta, impecable y eficientemente los recursos públicos? ¿Dónde están los ángeles que no se dejarán seducir con los cantos de sirena de la corrupción? ¿Cuál es el partido o agrupación política a la que pertenecen estos ángeles? Desafortunadamente los anteriores interrogantes no tienen respuesta dado que los ángeles no son de este mundo.
En el futuro se dirá, por enésima vez, que el despilfarro y la falta de obras fue culpa de los políticos y funcionarios del pasado. Habrá nuevos brotes de indignación. Se planteará como solución cambios burocráticos y la obtención de más recursos. La gente, cuya mayoría considera de manera simplista que todo se soluciona con más recursos y no con una mayor eficiencia en su utilización, le dará el beneficio de la duda a los nuevos políticos y funcionarios. Crecerá aún más la marrana. Y el ciclo se repetirá puesto que se trata de un problema que es inherente a los gobiernos y a entidades publicas como las CAR.
¿Exceso de pesimismo? No, hasta que se modifique profundamente la manera de disponer de estos recursos públicos y hasta que la población exija que se cumpla con las obras. Que al menos las obras se hagan y sobretodo, que queden razonablemente bien hechas. Que haya una verdadera rendición de cuentas no sólo sobre los procesos de adjudicación de los contratos sino especialmente sobre el resultado final de las inversiones.