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Eso que se llama “editorial” debería desaparecer. Dado que supuestamente compromete a los dueños, tiende a ser totalmente insustancial.
 
El caso del editorial “Al calor de Cancún” del 24 de febrero es un buen ejemplo. El editorial versa sobre el difícil momento por el que atraviesan las relaciones entre Colombia y Venezuela, señala que “gritos e increpaciones no son el mejor camino para restablecer una relación quebrada” y concluye que “es urgente recuperar los caminos del respeto mutuo y la diplomacia.”

Como buen editorial, la equidistancia es la regla. En el mundo de los editoriales nadie escapa a la sinrazón. El mundo debe ser perfecto y si no lo es, entonces, es por culpa de todos quienes tienen que ver con el tema.
 
Los editoriales, y en especial los del diario El Tiempo, cualquiera que sea la “problemática” que tratan, constan de tres partes: en la primera un lamento sobre la existencia de una problemática; en la segunda una disquisición sobre la necesidad o urgencia de resolver la problemática en cuestión; y en la tercera una exhortación a las partes involucradas en la problemática a actuar como componedores en lugar de causantes de la problemática.

Después de leer estos editoriales sólo cabe suspirar: ¡Aaah! Si el mundo fuera perfecto y todos lo que lo habitan también lo fueran…

En el caso del editorial que nos ocupa, por supuesto que lo ideal sería que las relaciones entre Colombia y Venezuela se caracterizaran por el respeto mutuo. Pero no es así. Hugo Chávez ha insultado al Presidente de Colombia en reiteradas ocasiones. Ha mandado sus tropas a la frontera. Aloja en su territorio a terroristas colombianos. Ha expropiado empresas colombianas. Ha bloqueado a las exportaciones colombianas. Y tiene la pretensión de exportar su “revolución” a Colombia y a otros países de la región.

Es decir, Colombia no está lidiando con un vecino cualquiera. En este caso no cabe el cuento de que tras la cachetada hay que presentar la otra mejilla, como si nada hubiera pasado. La historia está llena de ejemplos de cómo la falta de respuestas firmes a las agresiones estimulan aún más al agresor.

Pero volviendo al caso de los editoriales del diario El Tiempo, no solamente son anodinos sino que son aburridos. Son completamente predecibles. Pretenden quedar bien con todo el mundo. Son una perogrullada.

Y esto lleva a otro tema en relación con estos editoriales: ¿Son la opinión de quién?  ¿De los accionistas mayoritarios, o sea del español Grupo Planeta? ¿De unos accionistas minoritarios colombianos que ahí escriben? ¿Del director del periódico? En realidad, por lo anodinos, parecen corresponder a la opinión de nadie en particular. Son, al final de cuentas, un rezago de la forma como estaba estructurada la vieja prensa, la misma que está en crisis a lo largo y ancho del planeta.