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 Agustín Laje Arrigoni*
 
La muerte del Hugo Chávez humano ha dado paso al nacimiento del Hugo Chávez mítico: una versión falaz e insolente del líder bolivariano, despojada de sus atrocidades y abarrotada de supuestas virtudes.
 
El poder simbólico de la muerte es de inimaginable vigor en las sociedades humanas. La muerte nos fascina, nos sensibiliza, sacude eso llamado empatía que nos permite ponernos en el lugar del otro, como rezan algunas teorías sociales y psicológicas. Paradójicamente, la muerte muchas veces nos acerca a quien ya no tiene existencia terrenal y, precisamente por esto, contribuye a la emergencia de los mitos políticos.

La muerte tiene el poder de borrar historias y crear historietas. Sepultar hechos y construir fantasías. Otorgar plenarias indulgencias y amordazar visiones alternativas. En definitiva, censurar verdades y alentar mentiras. Todo ello, en presunto “honor” del difunto, por supuesto.

¿Pero quién murió realmente el pasado 6 de marzo de 2013 (descontando que ésta haya sido la verdadera fecha de su muerte)? La pregunta es válida, en tanto y en cuanto el nacimiento del Chávez mítico no tardará en pervertir la verdad histórica del controvertido bolivariano.

En términos políticos, murió un caudillo profundamente antidemocrático que, fracasado en su intentona golpista del 4 de febrero de 1992 contra el presidente democrático Carlos Andrés Pérez (intentona que dejó un saldo de más de 20 muertos y decenas de heridos), entendió que la democracia debía ser destruida desde adentro. En 1999, habiendo obtenido el poder mediante formas democráticas, Hugo Chávez activó entonces su plan para fagocitar la democracia desde su interior, socavando la independencia de poderes; destituyendo caprichosamente a incontables jueces y colocando a dedo a otros que le fueran funcionales; controlando celosamente la Asamblea General; obstaculizando el actuar de la oposición; violentando la libertad de expresión a niveles insoportables, y destruyendo instituciones vitales para el funcionamiento sano de toda democracia.

Así las cosas, aquel cuyo poder tuvo un origen democrático, en su ejercicio se volvió virtualmente dictatorial, pues reunió en su persona la suma del poder público y pronto se convirtió, además, en un enemigo declarado de los Derechos Humanos. Cabe mencionar que Hugo Chávez fue denunciado nada menos que por la Human Right Watch (Informe 2008) y por la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH), que en su informe de 2009 subrayó que el gobierno de Chávez “criminaliza a los defensores de los Derechos Humanos, judicializa la protesta social pacífica y persigue penalmente a los disidentes políticos”. El autoritarismo chavista, que acabó retirándose de la CIDH en la OEA, no se privó de tener sus numerosos presos políticos y sus exiliados. Un caso interesante es el del político opositor Alejandro Peña Esclusa, quien padeciendo cáncer fue encarcelado a partir de un sucio trabajo de los grupos de inteligencia de Hugo en 2010. Esta terrible enfermedad que soportaba el preso político, naturalmente empeoró en prisión, y las presiones de organismos de Derechos Humanos sólo obtenían indiferencia por parte del chavismo que gozaba de la situación.

A este veloz recorrido por el legado político de Hugo Chávez, debemos agregar que su gobierno ha sido considerado el más corrupto de toda América Latina por el prestigioso ranking que hacen los expertos de Transparencia Internacional. Es de conocimiento público la fortuna que han hecho los políticos del “socialismo del Siglo XXI” y sus amigos (conocidos como “boliburgueses”), incluyendo al mismísimo difunto y a su familia por supuesto. La Venezuela bolivariana también ocupa el último puesto del Índice de Desarrollo Democrático de América Latina (2012), que si bien no incluye a Cuba en su ponderación, habla a las claras del proceso fuertemente autoritario que introdujo Hugo Chávez en el país de Bolívar, a pesar de su origen electoral.

En términos económicos, murió un pésimo administrador que, más preocupado por repartir prebendas y desarrollar su sistema clientelar, descuidó una inédita posibilidad que tuvo Venezuela de modificar su ineficiente estructura económica. Esta posibilidad estuvo dada por la exponencial alza del precio internacional del petróleo, que es prácticamente lo único que exportan los venezolanos. El día que Chávez ganó las elecciones, el barril de petróleo costaba 9 dólares; en 2011 ya estaba en 160 dólares. Estamos hablando de un incremento de casi el 1.800% de aquello que representa el 96% del ingreso por exportaciones del país. En 14 años de gobierno chavista, se estima que ingresaron 980.000 millones de dólares por petróleo (de los cuales varios millones se usaron para financiar la dictadura castrista y existen fundadas sospechas que también se usaron para apoyar organizaciones terroristas como las FARC) gracias a factores que nada tienen que ver con la habilidad en el manejo de la economía, sino con una coyuntura internacional dada. Si aquel número no le dice mucho, considere que Estados Unidos destinó en su Plan Marshall para la recuperación de 18 países, la suma de 12.741 millones de dólares.

Sin embargo, y a pesar de este inédito viento de cola, Venezuela continúa desindustrializada, en permanente crisis energética, importando prácticamente todo de afuera, y padeciendo una inflación que está entre las más destructivas del mundo casi llegando al 30%.

En los últimos años han cerrado más de 107.000 empresas, que constituyen un 15% del total. Y es que la libertad económica en Venezuela ha sido coartada casi al extremo. El último informe anual de Libertad Económica en el Mundo, del prestigioso Fraser Institute, señala que los venezolanos tienen el país menos libre de las 144 naciones computadas. En el Índice 2013 de Libertad Económica de la Heritage Foundation, Venezuela aparece en el puesto 174 sobre 176 países considerados. Junto a Cuba, el país de Hugo Chávez es el de menor seguridad jurídica de todo el continente y, por lo tanto, el peor para invertir.

En términos sociales finalmente, murió un belicista que, mientras militarizaba a la población, introducía la discordia y la división social. Arguyendo descabelladas hipótesis de conflicto como una “guerra asimétrica” contra los Estados Unidos, Hugo Chávez armó y entrenó a más de 25.000 milicianos irregulares en una suerte de escuadrón de la muerte llamado “Guardia Territorial”. Además, conformó los “Movimientos Bolivarianos Revolucionarios” que, con una impronta protoguerrillera, controlan los barrios al estilo de los “Comandos de Defensa de la Revolución” de Fidel Castro. Todo esto, sin contar la reserva militar de 500.000 civiles dispuestos a enfrentarse contra “el imperialismo” (conflicto armado que sólo estaba en las esquizofrénicas neuronas de Hugo) que anunció allá por 2005, o la militarización de niños en las llamadas “guerrillas comunicacionales”.

Semejante militarización irregular, división social y fanatismo político, hacen hoy de Venezuela uno de los países más inseguros del mundo, con una tasa de 73 homicidios por cada 100.000 habitantes.

Murió Hugo Chávez. Recordémoslo como verdaderamente fue: políticamente, un enemigo de la democracia que consiguió destruirla desde su interior; económicamente, un pésimo administrador con suerte que desperdició una posibilidad inédita de desarrollar a Venezuela; y socialmente, un militarista desquiciado que quiso pergeñar un Estado policíaco en permanente paranoia, y acabó fragmentando a toda una sociedad que ahora, sin el caudillo, armada y fanatizada, espera por tiempos más difíciles aún.

(*) Autor del libro “Los mitos setentistas” y co-autor de “Plumas Democráticas”.
www.agustinlaje.com.ar | @agustinlaje | Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo.