Se manifiesta de varias maneras. Una de las más escandalosas tiene que ver con el tratamiento que reciben los peatones por parte de los choferes de vehículos.
Existen otros aspectos patéticos de esa incultura como el desastroso comportamiento en las filas y la forma como la gente atropella e irrespeta el espacio vital de quien está a su lado. Pero volvamos al tema de los peatones que ilustra a la perfección la calaña de patanes que abundan en Bogotá.
Desde hace unos años los distintos alcaldes de la capital se han preocupado por construir andenes y recobrar el espacio público para los peatones. Pero ninguno ha hecho nada para establecer y hacer valer reglas de juego claras que regulen las relaciones entre los peatones y los vehículos automotores.
Para comenzar, Bogotá es una ciudad sin semáforos para peatones. Y en los muy pocos sitios donde los hay, los vehículos no los respetan.
Es decir, ni siquiera en sitios con semáforos peatonales tiene prelación el peatón. Pero el tema del maltrato a los peatones va más allá. Tampoco los choferes bogotanos ceden el turno cuando el peatón va por el anden. Si el vehículo tiene que atravesar un andén, se lo echan encima con una agresividad miedosa.
Ahora bien, si el peatón reclama por sus derechos cuando claramente tiene la vía, los choferes de vehículos lo insultan y amenazan. Entre los peatones de la ciudad la consigna secreta es la de no reclamar por sus derechos por temor a que los choferes saquen un arma y la utilicen. Y mucho menos cuando se trata de vehículos costosos, y ni qué decir de aquellos con vidrios oscuros (que creen que por ser invisibles tienen licencia para matar).
Desde hace unos años los distintos alcaldes de la capital se han preocupado por construir andenes y recobrar el espacio público para los peatones. Pero ninguno ha hecho nada para establecer y hacer valer reglas de juego claras que regulen las relaciones entre los peatones y los vehículos automotores.
Para comenzar, Bogotá es una ciudad sin semáforos para peatones. Y en los muy pocos sitios donde los hay, los vehículos no los respetan.
Es decir, ni siquiera en sitios con semáforos peatonales tiene prelación el peatón. Pero el tema del maltrato a los peatones va más allá. Tampoco los choferes bogotanos ceden el turno cuando el peatón va por el anden. Si el vehículo tiene que atravesar un andén, se lo echan encima con una agresividad miedosa.
Ahora bien, si el peatón reclama por sus derechos cuando claramente tiene la vía, los choferes de vehículos lo insultan y amenazan. Entre los peatones de la ciudad la consigna secreta es la de no reclamar por sus derechos por temor a que los choferes saquen un arma y la utilicen. Y mucho menos cuando se trata de vehículos costosos, y ni qué decir de aquellos con vidrios oscuros (que creen que por ser invisibles tienen licencia para matar).
En realidad, hay mucho desconocimiento sobre los derechos de los peatones, que son la gran mayoría de la población de la ciudad. No se han hecho campañas cívicas efectivas que ilustren a la ciudadanía sobre este tema. Es urgente también señalizar mejor los cruces de las vías (empezando por los de mayor movimiento).
Por otro lado, no se le ha otorgado a la policía autoridad alguna en estos casos. Cuando los peatones tienen la vía y los vehículos se les atraviesan, los choferes deben recibir una multa ejemplar. Después de todo lo que está en juego es la integridad de las personas.
Sobra decir que este tema es totalmente complementario al de rescate del espacio público y que es vital desde el punto de vista de la cultura ciudadana y del turismo. Pero sobretodo, es determinante en la calidad de vida de una urbe del tamaño de Bogotá.
Por otro lado, no se le ha otorgado a la policía autoridad alguna en estos casos. Cuando los peatones tienen la vía y los vehículos se les atraviesan, los choferes deben recibir una multa ejemplar. Después de todo lo que está en juego es la integridad de las personas.
Sobra decir que este tema es totalmente complementario al de rescate del espacio público y que es vital desde el punto de vista de la cultura ciudadana y del turismo. Pero sobretodo, es determinante en la calidad de vida de una urbe del tamaño de Bogotá.