Es una conclusión evidente luego de leer las últimas columnas del ex ministro José Vicente Rangel.
Este personaje, un viejo comunista de corte estalinista que vive como un ricacho capitalista y que se enriqueció con toda clase de puestos públicos en el gobierno de Hugo Chávez, es quizás el principal columnista defensor del régimen en la prensa escrita de Venezuela. Escribe bajo el seudónimo de “Marciano”. Últimamente se ha dedicado a “burlarse” de la oposición y de sus distintos voceros.
En realidad, sus columnas destilan veneno y odio, como es lo usual en todo buen chavista. Hasta aquí nada original. Lo que realmente interesa es que sus opiniones muestran, hasta cierto punto, cómo están interpretando Hugo Chávez y sus asesores cubanos la coyuntura política de su país.
Pues bien, últimamente Rangel ha expresado un gran “regocijo” ante la supuesta debilidad y desunión de la oposición venezolana. Lo hace en un tono jactancioso y triunfalista. No le concede a la oposición más del 15% de los puestos de la Asamblea Nacional en la elección de septiembre de 2010.
El primer interrogante que surge es por qué Rangel está tan preocupado con la oposición si en su opinión no tiene la más mínima posibilidad de lograr unos resultados decorosos en las próximas elecciones. Sería mejor ni tocar el tema, no vaya a ser que los líderes opositores se den por enterados y subsanen, antes de septiembre, dichas debilidades.
Para entender mejor lo que hay detrás de lo escrito por Rangel hay que tener en cuenta las muy conocidas y gastadas estrategias a las que suelen acudir las dictaduras para sostenerse en el poder: 1) perseguir con todos los medios a disposición del Estado a los líderes opositores que tengan la capacidad de reemplazar al dictador; 2) ridiculizar ante la opinión pública a las figuras emblemáticas opositoras; y 3) desalentar al oponente exagerando sus debilidades y animar a los partidarios realzando las fortalezas propias.
En todos estos puntos le colabora Rangel al dictador Chávez desde sus columnas. Pero es en el punto tercero donde se ha venido concentrando recientemente. Y lo hace porque Chávez y quienes todavía lo acompañan se sienten débiles. Ese gobierno es como una especie de barco que va directo a un acantilado, sin que se vea la rectificación de rumbo. La falta de gerencia y de resultados es más que evidente.
Lo normal, entonces, es que haya desmoralización dentro del chavismo, y muy especialmente entre aquellos que no saborean las mieles del poder y que no reciben mayores beneficios del gobierno. Es patético leer a Rangel en sus intentos por minimizar la gravedad de los múltiples problemas que enfrenta Chávez y por hacer creer a los lectores amigos del régimen que la proyección de su jefe es la de una fuerza incontenible, ante la cual la oposición está más que perdida.
¿Habrán chavistas que le crean al patético Rangel? Seguramente los hay acostumbrados a pensar con el deseo. Sin embargo, para la oposición no puede haber mejor síntoma que, a estas alturas del paseo, Rangel se preocupe tanto por ella y sus falencias. Es risible, por decir lo menos, que le dedique toda esa tinta a una oposición que, según él, está destinada a auto destruirse irremediablemente en septiembre. Definitivamente, algo debe estar haciendo bien la oposición venezolana.
En realidad, sus columnas destilan veneno y odio, como es lo usual en todo buen chavista. Hasta aquí nada original. Lo que realmente interesa es que sus opiniones muestran, hasta cierto punto, cómo están interpretando Hugo Chávez y sus asesores cubanos la coyuntura política de su país.
Pues bien, últimamente Rangel ha expresado un gran “regocijo” ante la supuesta debilidad y desunión de la oposición venezolana. Lo hace en un tono jactancioso y triunfalista. No le concede a la oposición más del 15% de los puestos de la Asamblea Nacional en la elección de septiembre de 2010.
El primer interrogante que surge es por qué Rangel está tan preocupado con la oposición si en su opinión no tiene la más mínima posibilidad de lograr unos resultados decorosos en las próximas elecciones. Sería mejor ni tocar el tema, no vaya a ser que los líderes opositores se den por enterados y subsanen, antes de septiembre, dichas debilidades.
Para entender mejor lo que hay detrás de lo escrito por Rangel hay que tener en cuenta las muy conocidas y gastadas estrategias a las que suelen acudir las dictaduras para sostenerse en el poder: 1) perseguir con todos los medios a disposición del Estado a los líderes opositores que tengan la capacidad de reemplazar al dictador; 2) ridiculizar ante la opinión pública a las figuras emblemáticas opositoras; y 3) desalentar al oponente exagerando sus debilidades y animar a los partidarios realzando las fortalezas propias.
En todos estos puntos le colabora Rangel al dictador Chávez desde sus columnas. Pero es en el punto tercero donde se ha venido concentrando recientemente. Y lo hace porque Chávez y quienes todavía lo acompañan se sienten débiles. Ese gobierno es como una especie de barco que va directo a un acantilado, sin que se vea la rectificación de rumbo. La falta de gerencia y de resultados es más que evidente.
Lo normal, entonces, es que haya desmoralización dentro del chavismo, y muy especialmente entre aquellos que no saborean las mieles del poder y que no reciben mayores beneficios del gobierno. Es patético leer a Rangel en sus intentos por minimizar la gravedad de los múltiples problemas que enfrenta Chávez y por hacer creer a los lectores amigos del régimen que la proyección de su jefe es la de una fuerza incontenible, ante la cual la oposición está más que perdida.
¿Habrán chavistas que le crean al patético Rangel? Seguramente los hay acostumbrados a pensar con el deseo. Sin embargo, para la oposición no puede haber mejor síntoma que, a estas alturas del paseo, Rangel se preocupe tanto por ella y sus falencias. Es risible, por decir lo menos, que le dedique toda esa tinta a una oposición que, según él, está destinada a auto destruirse irremediablemente en septiembre. Definitivamente, algo debe estar haciendo bien la oposición venezolana.