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Su respuesta fue lenta y deficiente, a pesar de la experiencia de Chile con este tipo de desastres naturales.
 
Naturalmente que son fáciles las críticas ex post luego de una tragedia de la magnitud de la que sufrió Chile con el terremoto del 27 de febrero de 2010. Pero resulta inexplicable la tardía e ineficaz reacción de Michelle Bachelet y su gobierno, horas y días despúes de sucedida la tragedia

Sólo dos días después declaró el “estado de catástrofe” que permite movilizar recursos con facilidad. Sólo tres días después empezó a enviar tropas para mantener el control del orden público, lo que siempre se convierte en problema serio cuando se presentan este tipo de tragedias. No distribuyó rápidamente comida y carpas entre los damnificados más afectados. No solicitó oportunamente ayuda extranjera en temas relacionados con el rescate de víctimas atrapadas entre los escombros. Sobrevoló el área devastada, sin “embarrarse” y sin enterarse de primera mano, de boca de los damnificados, el alcance de lo sucedido. No involucró en los esfuerzos gubernamentales iniciales al nuevo gobierno que se posesionará el 11 de marzo.

También días después del terremoto Bachelet menospreció el estimativo inicial según el cual el daño ascenderá a unos US$30.000 millones. Aunque obviamente se tardará meses en saberse si ese estimativo es exagerado o se quedó cortó, en estos casos lo prudente es pecar de pesimista. Mejor sobrestimar que subestimar, en una situación en la cual hay más de un millón de damnificados.

Pero lo más grave de la burocrática y complaciente reacción del gobierno de Bachelet fue lo que sucedió con el tsunami que asoló costas e islas cercanas al epicentro del terremoto. El terremoto tuvo lugar a las 3:34 de la madrugada. A las 3:44 el Servicio Geológico de Estados Unidos (USGS) emitió una alerta de tsunami para Chile. Y efectivamente el Servicio Hidrográfico y Oceanográfico de la Armada (SHOA) comunicó a las 3:55 a la Oficina Nacional de Emergencias (Onemi) que las “condiciones pueden generar un tsunami”.

De ahí en adelante la palabra tsunami desapareció misteriosamente de los comunicados de SHOA y Onemi. A las 5:00 de la madrugada Bachelet llega a la Onemi y nadie advirtió sobre un posible tsunami, aunque en ese momento ya había reventado en las costas una primera ola de mediana intensidad. La segunda ola, la de mayor intensidad y poder destructivo llegó a las 5:30 y otra tercer ola de fuerte intensidad lo hizo a las 6:05. Sólo horas después Bachelet, el SHOA y la Onemi se dieron por enterados de que había sucedido un tsunami que ocasionó la pérdida de vidas y considerables daños materiales.

¿Cómo es posible que en un país costero donde tiene lugar buena parte de la actividad telúrica del planeta no se prendan automáticamente las alarmas sobre la eventualidad de un tsunami luego de un terremoto de la magnitud del que se registró?  La excusa es que se pensó que el epicentro había sido en tierra firme y no en el mar. ¡Valiente excusa! Mientras los burócratas averiguaban la localización exacta del epicentro, poblaciones enteras eran arrasadas por las olas.

El recién electo Presidente Sebastián Piñera lo expresó con claridad: "Cuando ese terremoto se produce en un epicentro muy cercano al borde del mar, uno puede anticipar rápidamente algunas cosas. Primero, que había un grave peligro de tsunami.” Hubo por lo menos una hora y media para prevenir a la población. Nadie lo hizo. Ni siquiera se había preparado a la población para enfrentar una eventualidad de esas y auto activar un mecanismo de defensa civil que por lo menos protegiera la vida de las personas.

Por lo visto, el gobierno de Bachelet no estaba preparado para enfrentar un terremoto superior 8 puntos en la escala de Richter.