Eran de esperarse gestos amistosos de Juan Manuel Santos para con sus dos contrapartes y viceversa. Pero, no hay que ensillar antes de traer la bestia.
En el caso del Presidente de Ecuador, apenas tocó territorio venezolano en su más reciente visita oficial a ese país, y para hacer méritos con el anfitrión, lo primero que dijo es que si el Presidente Santos viajaba a su país sería encarcelado. Se refería Correa al proceso que le sigue un juez de la provincia de Sucumbíos al nuevo Presidente de Colombia por el operativo militar que dio de baja al cabecilla de las FARC alias Raúl Reyes. Este juicio ha sido promovido por el gobierno de Correa, no obstante sus hipócritas declaraciones sobre la independencia de poderes que supuestamente existe en su país.
Al gobierno de Correa se lo podría enjuiciar en Colombia por su colaboración con el grupo narcoterrorista de las FARC, y por el daño ocasionado en vidas humanas y destrucción de bienes físicos que esa colaboración trajo en su momento. Habría suficientes pruebas para ello. Después de todo alias Raúl Reyes dirigía desde territorio ecuatoriano y bajo la protección de ese gobierno toda clase de operaciones terroristas. Entonces, Correa no podría ingresar a territorio colombiano porque sería encarcelado al ser acusado de ser cómplice de un grupo que ha violado tanto la ley colombiana como la internacional.
Con Hugo Chávez la situación es todavía peor. Han sido múltiples sus agresiones a Colombia y sus insultos al Presidente de los colombianos Álvaro Uribe. De manera completamente arbitraria ha cerrado el comercio entre los dos países, ha expropiado sin indemnización a empresas colombianas, ha acogido y protegido a delincuentes pertenecientes a las FARC y el ELN en su territorio, y se ha involucrado en decisiones soberanas de Colombia como el de los acuerdos de cooperación militar con Estados Unidos.
Restablecer relaciones normales con Venezuela requiere mucho más que gestos como el de una invitación a la posesión de Juan Manuel Santos. Deben agotarse unas etapas previas, como el restablecimiento de relaciones comerciales normales y las debidas indemnizaciones a las empresas expropiadas. Por lo menos en el caso de Ecuador este tema no está sobre el tapete. Pero en el caso de Venezuela si lo está.
Obviamente también está el tema de la estrecha colaboración del gobierno de Chávez con las FARC. Después del agua sucia que ha pasado por debajo del puente, la vieja diplomacia de sonreír todo el tiempo, de poner buena cara mientras se reciben golpes por debajo de la mesa, ya no aplica.
Hacer gestos sin que haya cambiado lo fundamental que altera las relaciones entre los dos países, confunde y hasta envalentona a los enemigos de esas relaciones. En la diplomacia se puede ser audaz, pero solamente cuando están dadas las condiciones para obtener aunque sea unos mínimos resultados.
En el caso de las relaciones entre Colombia y Venezuela, habría que quemar varias etapas antes de llegar a fotos en las que los dos mandatarios aparecen saludándose muertos de la risa, como si nada de lo que pasó en los últimos tiempos hubiere en realidad sucedido. Aunque casi todo vale en el mundo de las apariencias diplomáticas, hay ocasiones en las que pierden por completo su sentido y lo que corresponde es andar con pies de plomo para no terminar haciendo el ridículo.
Al gobierno de Correa se lo podría enjuiciar en Colombia por su colaboración con el grupo narcoterrorista de las FARC, y por el daño ocasionado en vidas humanas y destrucción de bienes físicos que esa colaboración trajo en su momento. Habría suficientes pruebas para ello. Después de todo alias Raúl Reyes dirigía desde territorio ecuatoriano y bajo la protección de ese gobierno toda clase de operaciones terroristas. Entonces, Correa no podría ingresar a territorio colombiano porque sería encarcelado al ser acusado de ser cómplice de un grupo que ha violado tanto la ley colombiana como la internacional.
Con Hugo Chávez la situación es todavía peor. Han sido múltiples sus agresiones a Colombia y sus insultos al Presidente de los colombianos Álvaro Uribe. De manera completamente arbitraria ha cerrado el comercio entre los dos países, ha expropiado sin indemnización a empresas colombianas, ha acogido y protegido a delincuentes pertenecientes a las FARC y el ELN en su territorio, y se ha involucrado en decisiones soberanas de Colombia como el de los acuerdos de cooperación militar con Estados Unidos.
Restablecer relaciones normales con Venezuela requiere mucho más que gestos como el de una invitación a la posesión de Juan Manuel Santos. Deben agotarse unas etapas previas, como el restablecimiento de relaciones comerciales normales y las debidas indemnizaciones a las empresas expropiadas. Por lo menos en el caso de Ecuador este tema no está sobre el tapete. Pero en el caso de Venezuela si lo está.
Obviamente también está el tema de la estrecha colaboración del gobierno de Chávez con las FARC. Después del agua sucia que ha pasado por debajo del puente, la vieja diplomacia de sonreír todo el tiempo, de poner buena cara mientras se reciben golpes por debajo de la mesa, ya no aplica.
Hacer gestos sin que haya cambiado lo fundamental que altera las relaciones entre los dos países, confunde y hasta envalentona a los enemigos de esas relaciones. En la diplomacia se puede ser audaz, pero solamente cuando están dadas las condiciones para obtener aunque sea unos mínimos resultados.
En el caso de las relaciones entre Colombia y Venezuela, habría que quemar varias etapas antes de llegar a fotos en las que los dos mandatarios aparecen saludándose muertos de la risa, como si nada de lo que pasó en los últimos tiempos hubiere en realidad sucedido. Aunque casi todo vale en el mundo de las apariencias diplomáticas, hay ocasiones en las que pierden por completo su sentido y lo que corresponde es andar con pies de plomo para no terminar haciendo el ridículo.