En 2013 hicieron 259 voladuras de oleoductos, el mayor número de la última década. Fue una de las razones por las cuales Ecopetrol incumplió sus metas de producción.

 

También, conjuntamente con el ELN, secuestraron el año pasado a 16 empleados de la industria petrolera. Un artículo en Bloomberg firmado por Raúl Gallegos indica cómo se ha recrudecido recientemente la guerra por parte de las Farc contra la industria petrolera (“Colombian Rebels declare War on Oil”, marzo 5 de 2014). Actualmente hay 17 batallones de las Fuerzas Armadas que protegen puntos estratégicos de la industria contra eventuales ataques terroristas.  

Aunque muchos colombianos, curtidos como están por las múltiples frustradas negociaciones anteriores con las Farc, no le creen al actual proceso, otros mas ingenuos han comprado la idea de que “la paz” es un hecho y de que ya prácticamente se está en el post conflicto.

 

Esta última es una percepción fantasiosa difundida por el gobierno y por los políticos que lo apoyan y que ha sido propagada sin pudor alguno por los medios de comunicación oficialistas. Dado que las negociaciones con las Farc se convirtieron en la principal bandera de los esfuerzos reeleccionistas de Santos, se han multiplicado los esfuerzos por idealizar los supuestos beneficios que se obtendrían de las reuniones de La Habana.

Entonces se leen y escuchan pendejadas como que con la firma de un acuerdo de paz con las Farc se resolverá el tema de la pobreza en Colombia, el crecimiento económico aumentará anualmente en forma sostenida en dos puntos porcentuales durante los próximos 50 años, y correrán ríos de leche y miel.

Esta historia ya se ha escuchado en repetidas ocasiones. Algunos economistas que la propagan no explican por qué otros países de la región similares a Colombia en niveles de productividad, educación y desarrollo institucional, pero que están en paz, no han logrado alcanzar sostenidamente altos crecimientos económicos y reducciones significativas de la pobreza. Y por qué cuando se intensificó la lucha contra las Farc en el gobierno de Álvaro Uribe se lograron altas tasas de inversión y de aumentos del PIB.

Quienes creen que “la paz” es la firma de un acuerdo con las Farc se hacen las mayores ilusiones con las actuales negociaciones. Pero la firma de ese acuerdo no es todavía un hecho, y si lo fuere no se sabe si lo allí consignado sería conveniente para el país y si los colombianos lo aceptarían de buenas a primeras. Aun en un escenario optimista, el camino luce tortuoso y problemático, como suele suceder cada vez que se negocia con terroristas.

En el entretanto continuarán los salvajes atentados contra la población civil como el mas reciente de Quibdó, la ampliación de los cultivos y del tráfico de la coca, los secuestros, las extorsiones, los asesinatos y la destrucción de la infraestructura. Ahora en plenas negociaciones las Farc tienen que demostrar, a como de lugar, que su poder de destrucción y de hacer el mal está vivito y coleando.

En el caso de la industria petrolera, que es la que ha sacado al país de sus penurias fiscales y la que le ha proporcionado la capacidad (desaprovechada hasta ahora) de emprender grandes obras civiles, las Farc se han propuesto asestarle crecientes golpes. A esto se suman los mayores impuestos que el actual gobierno le impuso y la desventaja en la que hoy en día se encuentra Colombia para atraer nueva inversión frente a otros países que poseen mas llamativos prospectos de explotación petrolera, tanto con la tradicional tecnología como con la nueva de fracturación hidráulica.