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No solamente no han sido exitosos sino que se oponen a la llegada de entrenadores extranjeros. Odian la competencia.
 
Varios de ellos que fueron entrevistado por el diario El Tiempo después del fracaso de las eliminatorias del Mundial de Suráfrica 2010 tuvieron el descaro de declarar que lo peor que le puede pasar al fútbol colombiano es traer entrenadores extranjeros. Fue el caso de Francisco Maturana, Jorge Luis Pinto, Luis Augusto García, Javier Álvarez y Gabriel Ochoa.

Aunque es evidente que la crisis por la que atraviesa el fútbol colombiano no se debe solamente a ellos, también lo es que ellos se han convertido en parte del problema. Han fracasado tanto en Colombia como en el exterior. En lugar de auto crítica y propósito de enmienda, adoptan una postura arrogante como si fueran unas víctimas de fuerzas oscuras y externas. Pero la verdad es que, en términos generales, han recibido el apoyo de dirigentes y afición. Desafortunadamente sus trayectorias abundan en fracasos y escasean en éxitos.

En el muy competido fútbol actual, la carrera de técnico es una exigente profesión que requiere de una sólida formación y de una permanente actualización en aspectos técnicos, físicos y de estrategia. Al igual que en otras profesiones y actividades, no se puede vivir de algún éxito anterior.

No se requiere ser el gran experto para percatarse de la mediocre calidad actual del fútbol colombiano a nivel de selecciones y de clubes. Partidos que siempre se plantean a la defensiva, donde el ataque es responsabilidad de apenas dos o máximo tres jugadores. Ausencia de presión sobre el rival. Conformismo con resultados parciales favorables. Desconcentración y dudoso estado físico. Menosprecio por los rivales débiles. En otras palabras, un fútbol aburrido, sin garra, sin derroche de voluntad y esfuerzo, sin pasión por la camiseta. Como dicen en Costa Rica, una mejenga.

Y en todo esto tienen que ver los entrenadores. Nadie les pide milagros. Pero si un fútbol aguerrido y ofensivo. Con unos sólidos fundamentos en cuanto al estado físico. Con una mentalidad ganadora. Con actuaciones consistentemente vibrantes. Para eso no se requiere jugadores de la talla excepcional de un Kaka, de un Ronaldo, o de un Messi. Para eso se requiere de buenos jugadores, que los hay en Colombia, y de entrenadores conocedores y permanentemente actualizados en su oficio, lo que no se ha visto últimamente en las canchas colombianas.

Un Eduardo Lara, que llora cada vez que pierde su equipo, pero también cada vez que gana, ya cumplió su ciclo con las selecciones. Sus resultados fueron apenas regulares a nivel de las selecciones de menores. En la de mayores su fracaso está a la vista. Tanto Lara como los otros entrenadores de renombre, que rotan en los equipos colombianos de fútbol, merecen todos ir a pasantías o cursos de actualización. Pagándoselas ellos mismos, por supuesto, porque no sería apropiado que lo hicieran con el dinero de quienes sufren la mejenga que han organizado.