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Pertenece a una generación contaminada de romanticismo revolucionario. Idealiza a la guerrilla. Es el hermano del Presidente Juan Manuel Santos.
 
Nunca se sabrá, pero posiblemente el ex director del diario El Tiempo Enrique Santos fue quien mas empujó a su hermano para que se involucrara en un proceso de paz con las Farc. Fue protagonista en las conversaciones previas al inicio del proceso. Le habla al oído al Presidente. Interesante, entonces, leer la entrevista que le dio a la revista Semana (26 de noviembre de 2012) en la cual da sus opiniones acerca de lo que está pasando en las reuniones de Cuba.

A diferencia de la mayoría de los colombianos que en las últimas encuestas mayoritariamente se han vuelto pesimistas sobre el resultado final del proceso, Santos deja traslucir a todo lo largo de la entrevista esperanzas sobre su eventual éxito. Una esperanza que desafortunadamente no está fundamentada en hechos concretos y reales.

Santos se enorgullece de sus relaciones con cada uno de los negociadores de las Farc. Tiene con ellos una actitud condescendiente que en realidad está fuera de lugar. “Rodrigo Granda era el mas elocuente. Bueno para el verbo; dialéctico y dicharachero a la vez”. “Marcos Calarcá fue muy eficaz en las comisiones técnicas; tiene su humor valluno, conciliador, realista”. “Andrés París de golpe se echaba unas vainas durísimas, pero también tiene su sentido del humor”. “La viuda de Tirofijo es simpática y de bajo perfil”.

Bueno saber que estos personajes comprometidos en asesinatos, secuestros, extorsiones y narcotráfico son elocuentes, dicharacheros, simpáticos y poseedores de sentido de humor. Pero, ¿qué pretende Santos? ¿Que estos angelitos sean puestos en un pedestal después de todo el mal que han hecho? Vaya y dígale a las víctimas, de quienes no hay una sola mención en la entrevista, que la viuda de Tirofijo merece toda la consideración y respeto porque es “simpática”.

Al final Santos dice que de lo que se trata con el proceso de paz es de “ponerle fin al conflicto armado. Lo que no significará el fin del conflicto social. Los problemas seguirán y de lo que se trata es de superarlos sin violencia”. Y más adelante cae en un lugar común que se le ha escuchado durante décadas a políticos y a comentaristas cada vez que ha habido una negociación: “Las Farc deben entender que esta es la última oportunidad.” En este caso, ¿la última oportunidad para qué diablos? Según Santos, para “traducir en algo su presunto capital político de 50 años”.  

Santos comete el error de expresarse como si la racionalidad de una curtida organización criminal como las Farc fuera la misma que la suya, o para tal efecto, como si fuera similar a la de los habitantes de los barrios estrato siete del norte de Bogotá. ¡Que confusión la suya!

Hasta ahora las Farc le están midiendo el aceite al gobierno. De seguro no guardan grandes expectativas sobre el desenlace final del proceso, pero lo continuarán mientras tengan la esperanza de obtener algunas victorias parciales. Una de ellas sería la de sacar a Simón Trinidad de las cárceles de Estados Unidos. Otra la de debilitar la mística de las fuerzas armadas en la lucha contra sus frentes. Un tercer objetivo, sin duda, sería el de modificar su status de organización terrorista, especialmente en Europa. Y así con otros objetivos intermedios.

Difícil creer, de todas maneras, que el Presidente Juan Manuel Santos y su equipo negociador permitan que las Farc logren estos u otros objetivos intermedios importantes sin un desarme completo. Así también lo sugiere Enrique Santos. Pero en la entrevista no hay la más mínima mención a los grandes negocios del narcotráfico y la minería ilegal. Las bandas que administran y se lucran de estos negocios, ¿obedecerían órdenes emanadas desde la mesa de negociaciones? ¿Qué recibirían a cambio?

Enrique Santos afirma que “gran parte del sentido del punto agrario es darles protagonismo y visibilidad en sus zonas de influencia, para que puedan ejercer liderazgos concretos en esas zonas”. ¿De qué estamos hablando aquí? ¿De pequeños Caguanes a lo largo y ancho del país? ¿Cómo así que “darles”?

En fin, todos estos interrogantes ponen de manifiesto lo confuso de este proceso de paz. La visión romántica sobre la guerrilla de Enrique Santos antes que despejar las dudas las acrecientan, porque al final de cuentas demuestra que a pesar de toda el agua que ha corrido por debajo del puente personajes muy influyentes de la vida política colombiana siguen creyendo que las Farc son lo que ellos fantasean que son y no lo que realmente son.