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Sobre sus espaldas recae todo el peso de la recuperación de la economía mundial.

El problema es que ese consumidor está pobre. Sencillamente está sobre endeudado. En términos de tarjetas de crédito, los castigos de cartera superan el 11% (las moras son mucho más, obviamente). En términos de cartera hipotecaria los castigo son superiores al 20% y reflejan el hecho de que los valores de las viviendas no cubren el valor de los préstamos. Pero últimamente, ese consumidor no solamente está sobre endeudado, sino que se está quedando sin empleo.

Es a este atribulado consumidor al que ahora los impacientes analistas tratan de medirle hasta el aceite. Y cualquier suspiro del muribundo despierta un generalizado entusiasmo en las bolsas de valores del planeta. La triste realidad es que no hay mucho que medirle, porque sencillamente lo que tiene lo debe. Si bien ya empezó un lento y duro proceso de reducción de la deuda en los hogares, como en la letra de un bolero, sólo el tiempo podrá sanar las heridas. Vana ilusión pensar que de la noche a la mañana ese consumidor reviviera y comenzara a gastar como un loco (ya hizo suficientes locuras en el pasado y está pagando por ello, como para que ahora busque endeudarse aún más).  

Con el consumidor de Estados Unidos así de golpeado, es difícil esperar que se convierta en el motor del crecimiento mundial, tal como lo fuera en 2003-2007. Ese personaje lo máximo que puede hacer por la economía mundial es no reducir su consumo más drásticamente de lo que ya ha hecho. Ese consumidor es hoy en día un zombie, otro más de tantos que abundan actualmente en la economía mundial.

Y si no es el consumidor, ¿quién es el que va a reactivar la economía de Estados Unidos? ¿Las empresas que enfrentan una débil demanda interna y externa? Obviamente que de ahí no va a surgir un impulso sostenido. Pero lo más complejo de este asunto es que no se observa una tendencia de la inversión privada a aumentar y a convertirse en motor de crecimiento. Menos después de que se conocieron las políticas económicas de Barack Obama, que apuntan a un considerable aumento de impuestos y a sobre costos laborales de todo tipo.

En Estados Unidos, la actitud de los políticos muestra que se está lejos de superar los problemas: creen que su país tiene carta blanca para gastar sin importar el tamaño del déficit fiscal (que en 2009 superará el 12% del PIB), y consideran que al sector privado se lo puede exprimir con más cargas tributarias y que eso no incidirá en la inversión, el empleo, y el poderío económico del país.

Mientras que no haya claridad sobre sus políticas fiscales y tributarias, mientras no se detenga la debilidad del dólar, sencillamente Estados Unidos no recuperará niveles altos de inversión privada y no estará en capacidad de impulsar a la economía mundial. Y como no hay un reemplazo a Estados Unidos, la pregunta es ¿qué va a pasar con la economía mundial? Un menor crecimiento de seguro por algunos años. En estas circunstancias el dinamismo del consumo interno de cada país adquiere especial relevancia. Siempre y cuando el consumidor allí no esté sobre endeudado como en Estados Unidos (y Europa), porque si ya lo está no hay caso en pretender compensar con mayor gasto interno, así sea parcialmente, el vacío que ha dejado la peor crisis económica global en mucho tiempo.

En las condiciones actuales, será afortunado aquel país que contra viento y marea logre captar inversión extranjera, que tenga la flexibilidad para realizar ajustes rápidos en su estructura productiva, y que mantenga viva la llama del entusiasmo inversionista por el entorno favorable, macroeconómico y en cuanto a reglas de juego, que ofrece a empresarios y demás agentes económicos.