Da la impresión que se está quedando sin mayor apoyo popular. El 60% de los colombianos tiene una imagen desfavorable frente a un 31% favorable.
Los datos son los de una encuesta realizada por Datexco a finales de enero de 2016 y arrojan un descenso significativo en los últimos meses. En ella, el 61% está en desacuerdo como Juan Manuel Santos está conduciendo el proceso de paz con las Farc, y solo el 33% está de acuerdo. O sea que su tema favorito, el que con la ayuda de los medios de comunicación desayunan, almuerzan y cenan los colombianos, no le está aportando positivamente a su popularidad.
Las confusas negociaciones de este proceso de paz han durado una eternidad, y hay tanta desconfianza y rechazo hacia las Farc, que da la impresión que los colombianos sencillamente han resuelto darle la espalda al tema. Dado que la situación económica se ha complicado por el desplome de los ingresos externos, el bolsillo y la solución de los problemas del día a día son por lejos sus prioridades.
En realidad a Colombia se le pasó la bonanza externa de 2010–2014 como un soplo que poco rastro dejó. Por ejemplo, en temas como la infraestructura vial, no obstante los permanentes anuncios sobre unas imponentes nuevas autopistas, ellas no se ven por ningún lado. Al contrario, es todo una pesadilla andar por muchas vías principales detrás de unos vehículos que caminan a 20 kilómetros por hora sin posibilidades de sobrepaso.
Vías como la doble calzada de Bogotá-Tunja llevan mas de 10 años de construcción y todavía no se terminan. Viajar desde Bogotá a un sitio turístico como Barichara (Santander) toma hoy en día mas tiempo que hace cuarenta años. El ingreso a Bogotá por una autopista norte que es la misma de hace cincuenta años está expuesto a unas cada vez mas terribles congestiones. Sobre el túnel de La Línea ni para que hablar. Estos son apenas unos entre muchos ejemplos a lo largo y ancho del país.
El sistema de justicia hace agua, al igual que el sistema de salud pública. Todos los políticos hablan de mas impuestos y mas intervencionismo estatal, pero nadie reflexiona sobre la verdadera eficacia de las políticas propuestas.
Y es que para la clase política la buena administración de los recursos públicos es lo de menos. Solo se les escucha grandes pronunciamientos sobre las desigualdades, la justicia social, el cambio climático, y el “posconflicto”, como si estos rollos mentales resolvieran los angustiantes problemas básicos que enfrentan los colombianos.
Detrás de esos discursos grandilocuentes lo único que hay son apropiaciones indebidas de fondos públicos, con contratos y obras mal ejecutadas que no le dejan beneficios duraderos a las comunidades.
La baja popularidad del Presidente Santos tiene que ver con la inoperancia de su gobierno en materia de soluciones a problemas concretos y con la percepción de que lo que mas le importa es su imagen por encima de cualquier otra consideración.
El proceso de paz con las Farc no ha sido la excepción a todo esto. Le ha entregado casi todo a un grupo de delincuentes (7.000 entre una población de 48 millones). Sin siquiera haber firmado un acuerdo, se la ha pasado recorriendo el planeta vendiendo la idea de que se trata de unas negociones que son ejemplo para la humanidad, lo que para nada coincide con la percepción que de ellas tienen la mayoría de los colombianos.
Las confusas negociaciones de este proceso de paz han durado una eternidad, y hay tanta desconfianza y rechazo hacia las Farc, que da la impresión que los colombianos sencillamente han resuelto darle la espalda al tema. Dado que la situación económica se ha complicado por el desplome de los ingresos externos, el bolsillo y la solución de los problemas del día a día son por lejos sus prioridades.
En realidad a Colombia se le pasó la bonanza externa de 2010–2014 como un soplo que poco rastro dejó. Por ejemplo, en temas como la infraestructura vial, no obstante los permanentes anuncios sobre unas imponentes nuevas autopistas, ellas no se ven por ningún lado. Al contrario, es todo una pesadilla andar por muchas vías principales detrás de unos vehículos que caminan a 20 kilómetros por hora sin posibilidades de sobrepaso.
Vías como la doble calzada de Bogotá-Tunja llevan mas de 10 años de construcción y todavía no se terminan. Viajar desde Bogotá a un sitio turístico como Barichara (Santander) toma hoy en día mas tiempo que hace cuarenta años. El ingreso a Bogotá por una autopista norte que es la misma de hace cincuenta años está expuesto a unas cada vez mas terribles congestiones. Sobre el túnel de La Línea ni para que hablar. Estos son apenas unos entre muchos ejemplos a lo largo y ancho del país.
El sistema de justicia hace agua, al igual que el sistema de salud pública. Todos los políticos hablan de mas impuestos y mas intervencionismo estatal, pero nadie reflexiona sobre la verdadera eficacia de las políticas propuestas.
Y es que para la clase política la buena administración de los recursos públicos es lo de menos. Solo se les escucha grandes pronunciamientos sobre las desigualdades, la justicia social, el cambio climático, y el “posconflicto”, como si estos rollos mentales resolvieran los angustiantes problemas básicos que enfrentan los colombianos.
Detrás de esos discursos grandilocuentes lo único que hay son apropiaciones indebidas de fondos públicos, con contratos y obras mal ejecutadas que no le dejan beneficios duraderos a las comunidades.
La baja popularidad del Presidente Santos tiene que ver con la inoperancia de su gobierno en materia de soluciones a problemas concretos y con la percepción de que lo que mas le importa es su imagen por encima de cualquier otra consideración.
El proceso de paz con las Farc no ha sido la excepción a todo esto. Le ha entregado casi todo a un grupo de delincuentes (7.000 entre una población de 48 millones). Sin siquiera haber firmado un acuerdo, se la ha pasado recorriendo el planeta vendiendo la idea de que se trata de unas negociones que son ejemplo para la humanidad, lo que para nada coincide con la percepción que de ellas tienen la mayoría de los colombianos.