Jorge Ospina Sardi
Políticos y economistas se muestran perplejos sobre el rumbo de la economía global después de botar la casa por la ventana con gigantescos estímulos fiscales y masivas emisiones monetarias.
En una columna en el diario El Tiempo (20 de octubre de 2012) Carlos Caballero Argáez señala que las asambleas anuales del Fondo Monetario Internacional y del Banco Mundial estuvieron marcadas por la tensión y la incertidumbre. Una situación económica mundial en deterioro es la causa para que funcionarios públicos y economistas keynesianos (el 90% de los economistas) luzcan completamente desorientados sobre los nubarrones que se avecinan y sobre qué hacer al respecto. Concluye Caballero que “el mundo no sabe para donde va”.
Profundicemos en el tema. El consenso al inicio de la crisis de 2008-2009, un ingenuo e infantil consenso, era el de que los problemas de una recesión causada por una burbuja sin precedentes de endeudamiento por parte de gobiernos, hogares y empresas, luego de dos décadas de irresponsabilidad fiscal y monetaria, se subsanarían con mas de lo mismo, o sea con aumentos en los déficit fiscales e inyectándole torrentes de liquidez adicional a los sistemas económicos. La receta fue la de proporcionarle mas azúcar a un paciente que se encontraba en shock diabético.
Hubo ciertamente una tibia recuperación económica inicial. Duró aproximadamente dos años. Pero el paciente recayó como lo pronosticaron los economistas de la llamada “escuela austriaca”. Para estos economistas lo que está sucediendo actualmente era lo previsible: la única cura a una crisis ocasionada por un excesivo endeudamiento es una recesión (un ajuste drástico en los niveles de gasto público y privado) cuya intensidad y profundidad depende de la gravedad de la enfermedad. Y en este caso la enfermedad es bastante seria como lo demuestran niveles de deuda de gobiernos, hogares y empresas en los países mas ricos, que al sumarlos superan 300% del PIB.
Se trata de una “inflación” de proporciones casi infinitas resultado de sistemas políticos que distribuyen prebendas y beneficios a las poblaciones sin tener los recursos para hacerlo, y de sistemas financieros que conceden créditos sin respaldo en ahorro alguno en proporciones de 1 a 10 y aun mayores. En condiciones como estas se enloquecen las señales para inversionistas y empresarios. Se inician toda clase de negocios y emprendimientos sobre la base de supuestos muy optimistas en relación con el futuro crecimiento de las ventas y sobre la futura capacidad de repago de las deudas. Los políticos, a su vez, creen que disponen de mas recursos de los que realmente existen para atender sus caprichos y los de sus electores.
Para ponerlo de otra manera, se trata de un sistema en donde los agentes económicos creen pisar tierra firme en la toma de sus decisiones sin percatarse que es sobre arenas movedizas que caminan. Se equivocan en sus apreciaciones porque se obnubilan con la ilusión de un dinero fácil y sin límites que el sistema económico extrae de la nada con gasto público y otorgamiento de créditos sin el respaldo de ahorro.
El problema es que muchos de los emprendimientos que se realizan en este entorno se vuelven inviables cuando “estalla la burbuja”. Cuando el sistema copa sus posibilidades de endeudamiento y la etapa eufórica de alto crecimiento sin sustento en el ahorro disponible llega a su fin. O sea cuando hay que “recoger la pita”, por así decirlo, que no es otra cosa que un forzado ajuste de los niveles de gasto a los recursos disponibles.
Pero la etapa de “recoger la pita” es sumamente compleja puesto que implica reconocer que muchos emprendimientos que se iniciaron en el ciclo económico anterior no pueden continuar, al igual que los alegres compromisos políticos que se adquirieron. Implica, y esto es lo mas difícil, que las poblaciones acepten desmejoras en sus niveles de vida, no por causas externas como lo sería una guerra, sino porque lo que devengan y reciben no corresponde a sus verdaderas contribuciones a la economía. Estas últimas fueron completamente distorsionadas por las señales equívocas que proporcionó el sistema en su etapa eufórica.
Ahora bien, hay varias formas de retomar un rumbo sostenible luego de una grave crisis de endeudamiento como la que actualmente padecen las economías de Estados Unidos y Europa. El mas eficaz remedio a la enfermedad es una corta pero muy intensa recesión, en donde todos los agentes económicos, incluidos los gobiernos, ajustan abruptamente su gasto a la disponibilidad y costo real de los recursos, ojalá acompañado de medidas facilitadoras de la actividad productiva. Una dura medicina, sin duda, pero una que toma apenas unos años y que produce resultados duraderos.
El otro camino es el adoptado por Japón después de una gran pirámide de endeudamiento en las décadas de los años setenta y ochenta. Es básicamente el de sobreaguar con el alto endeudamiento sin resolver los profundos desequilibrios que se generaron en la etapa eufórica. Este es un camino que lleva a una gradual decadencia o estancamiento económico que en el caso de Japón ya ha durado dos décadas. El problema es que después de dos décadas la deuda excesiva se mantiene en niveles similares a los que ocasionaron la crisis. Es decir, se trata de un camino en el que la sociedad se habitúa a convivir con la enfermedad a punta de paliativos e incluso de placebos.
El camino de una corrección fuerte pero decisiva no es cuestión de uno o dos años, especialmente cuando la deuda ha alcanzado los estratosféricos niveles de Estados Unidos, Europa y Japón. Sorprende entonces que los economistas keynesianos se rasguen las vestiduras porque después de uno o dos años de políticas de austeridad en países de la periferia europea, la recuperación todavía no sea una realidad. En Chile después del golpe de Augusto Pinochet y en algunos países de Europa Oriental después del derrumbe del comunismo el proceso de convalecencia y recuperación tomó un poco mas de cinco años, con buenos resultados económicos posteriores.
De manera que juzgar los resultados de unas políticas de austeridad que pretenden corregir inmensos déficit fiscales e insostenibles niveles de gasto privado al poco tiempo de ser implementadas es un absurdo, por decir lo menos. De hecho, en países como Grecia, los desbalances económicos son tan profundos que solo se resolverían con la declaratoria de una insolvencia en el marco de una devaluada moneda propia. Pero todo ello se traduciría en una reducción muy brusca de los estándares de vida de los griegos, una que sería consecuente con su escaso aporte productivo. Si no ocurriera esto, otros socios mas productivos de la Unión Europea tendrían que subsidiarlos, que es lo que se está dando por distintas vías.
Esta última es la realidad, en mayor o menor proporción, guste o no guste, de la periferia europea y de países como Francia. Escandalizarse por la falta de resultados inmediatos y milagrosos de un proceso de ajuste económico que busca rectificar los desvaríos de décadas es solo para quienes interpretan la realidad bajo la óptica simplista y mecanicista de los economistas keynesianos.
Sobre todo lo anterior quizás vale la pena traer a colación lo que escribió Ludwig von Mises (en Money, Method and the Market Process): “La verdadera razón del desencanto popular con la teoría económica bien entendida es la renuencia a aceptar las restricciones impuestas por la naturaleza en los emprendimientos humanos. Esta renuencia está presente en todos los seres humanos y es especialmente obsesiva en los espíritus neuróticos. Los hombres se sientes infelices porque tienen que pagar un precio por todo aquello que desean y porque nunca logran una plena satisfacción. Culpan a la teoría economía bien entendida por demostrar que son inevitablemente escasos los recursos para preservar y fortalecer sus fuerzas vitales y para remover sus desasosiegos y malestares. Desdeñan a quienes sostienen esta teoría por describir el mundo tal como es y no tal como debería ser, un supuesto mundo de ilimitadas oportunidades. No comprenden que la vida es por siempre una de resistencia activa contra condiciones adversas y que la razón humana solo se manifiesta y se vigoriza en esta lucha de nunca acabar. Que una vida libre de restricciones y limitaciones es inconcebible para la mente humana. Que la capacidad analítica es el principal instrumento que posee el hombre en la lucha por su preservación y por la expansión de su existencia. Y que ese instrumento no cumpliría con esta vital función y no se desarrollaría cabalmente en un paraíso de necios y tontos.”
Es ese paraíso de necios y tontos, uno en el cual se gasta mucho más de lo que se produce y se tiene, el que políticos imprudentes e irreflexivos han forjado en Estados Unidos y Europa con la complicidad de los economistas keynesianos, quienes además, como si lo anterior no fuera suficiente, han vendido la idea que a los países hay que imponerles asfixiantes cargas tributarias y frondosas telarañas regulatorias de todo tipo. El tránsito de este paraíso al mundo de las realidades es lo que actualmente está en juego en las principales economías del planeta. Aunque no será el fin del mundo, tampoco será un juego para niños. Es pensar como economistas keynesianos que es posible resolver en poco tiempo y sin grandes desengaños y traumatismos el monumental lío que ellos mismos contribuyeron a crear.
Profundicemos en el tema. El consenso al inicio de la crisis de 2008-2009, un ingenuo e infantil consenso, era el de que los problemas de una recesión causada por una burbuja sin precedentes de endeudamiento por parte de gobiernos, hogares y empresas, luego de dos décadas de irresponsabilidad fiscal y monetaria, se subsanarían con mas de lo mismo, o sea con aumentos en los déficit fiscales e inyectándole torrentes de liquidez adicional a los sistemas económicos. La receta fue la de proporcionarle mas azúcar a un paciente que se encontraba en shock diabético.
Hubo ciertamente una tibia recuperación económica inicial. Duró aproximadamente dos años. Pero el paciente recayó como lo pronosticaron los economistas de la llamada “escuela austriaca”. Para estos economistas lo que está sucediendo actualmente era lo previsible: la única cura a una crisis ocasionada por un excesivo endeudamiento es una recesión (un ajuste drástico en los niveles de gasto público y privado) cuya intensidad y profundidad depende de la gravedad de la enfermedad. Y en este caso la enfermedad es bastante seria como lo demuestran niveles de deuda de gobiernos, hogares y empresas en los países mas ricos, que al sumarlos superan 300% del PIB.
Se trata de una “inflación” de proporciones casi infinitas resultado de sistemas políticos que distribuyen prebendas y beneficios a las poblaciones sin tener los recursos para hacerlo, y de sistemas financieros que conceden créditos sin respaldo en ahorro alguno en proporciones de 1 a 10 y aun mayores. En condiciones como estas se enloquecen las señales para inversionistas y empresarios. Se inician toda clase de negocios y emprendimientos sobre la base de supuestos muy optimistas en relación con el futuro crecimiento de las ventas y sobre la futura capacidad de repago de las deudas. Los políticos, a su vez, creen que disponen de mas recursos de los que realmente existen para atender sus caprichos y los de sus electores.
Para ponerlo de otra manera, se trata de un sistema en donde los agentes económicos creen pisar tierra firme en la toma de sus decisiones sin percatarse que es sobre arenas movedizas que caminan. Se equivocan en sus apreciaciones porque se obnubilan con la ilusión de un dinero fácil y sin límites que el sistema económico extrae de la nada con gasto público y otorgamiento de créditos sin el respaldo de ahorro.
El problema es que muchos de los emprendimientos que se realizan en este entorno se vuelven inviables cuando “estalla la burbuja”. Cuando el sistema copa sus posibilidades de endeudamiento y la etapa eufórica de alto crecimiento sin sustento en el ahorro disponible llega a su fin. O sea cuando hay que “recoger la pita”, por así decirlo, que no es otra cosa que un forzado ajuste de los niveles de gasto a los recursos disponibles.
Pero la etapa de “recoger la pita” es sumamente compleja puesto que implica reconocer que muchos emprendimientos que se iniciaron en el ciclo económico anterior no pueden continuar, al igual que los alegres compromisos políticos que se adquirieron. Implica, y esto es lo mas difícil, que las poblaciones acepten desmejoras en sus niveles de vida, no por causas externas como lo sería una guerra, sino porque lo que devengan y reciben no corresponde a sus verdaderas contribuciones a la economía. Estas últimas fueron completamente distorsionadas por las señales equívocas que proporcionó el sistema en su etapa eufórica.
Ahora bien, hay varias formas de retomar un rumbo sostenible luego de una grave crisis de endeudamiento como la que actualmente padecen las economías de Estados Unidos y Europa. El mas eficaz remedio a la enfermedad es una corta pero muy intensa recesión, en donde todos los agentes económicos, incluidos los gobiernos, ajustan abruptamente su gasto a la disponibilidad y costo real de los recursos, ojalá acompañado de medidas facilitadoras de la actividad productiva. Una dura medicina, sin duda, pero una que toma apenas unos años y que produce resultados duraderos.
El otro camino es el adoptado por Japón después de una gran pirámide de endeudamiento en las décadas de los años setenta y ochenta. Es básicamente el de sobreaguar con el alto endeudamiento sin resolver los profundos desequilibrios que se generaron en la etapa eufórica. Este es un camino que lleva a una gradual decadencia o estancamiento económico que en el caso de Japón ya ha durado dos décadas. El problema es que después de dos décadas la deuda excesiva se mantiene en niveles similares a los que ocasionaron la crisis. Es decir, se trata de un camino en el que la sociedad se habitúa a convivir con la enfermedad a punta de paliativos e incluso de placebos.
El camino de una corrección fuerte pero decisiva no es cuestión de uno o dos años, especialmente cuando la deuda ha alcanzado los estratosféricos niveles de Estados Unidos, Europa y Japón. Sorprende entonces que los economistas keynesianos se rasguen las vestiduras porque después de uno o dos años de políticas de austeridad en países de la periferia europea, la recuperación todavía no sea una realidad. En Chile después del golpe de Augusto Pinochet y en algunos países de Europa Oriental después del derrumbe del comunismo el proceso de convalecencia y recuperación tomó un poco mas de cinco años, con buenos resultados económicos posteriores.
De manera que juzgar los resultados de unas políticas de austeridad que pretenden corregir inmensos déficit fiscales e insostenibles niveles de gasto privado al poco tiempo de ser implementadas es un absurdo, por decir lo menos. De hecho, en países como Grecia, los desbalances económicos son tan profundos que solo se resolverían con la declaratoria de una insolvencia en el marco de una devaluada moneda propia. Pero todo ello se traduciría en una reducción muy brusca de los estándares de vida de los griegos, una que sería consecuente con su escaso aporte productivo. Si no ocurriera esto, otros socios mas productivos de la Unión Europea tendrían que subsidiarlos, que es lo que se está dando por distintas vías.
Esta última es la realidad, en mayor o menor proporción, guste o no guste, de la periferia europea y de países como Francia. Escandalizarse por la falta de resultados inmediatos y milagrosos de un proceso de ajuste económico que busca rectificar los desvaríos de décadas es solo para quienes interpretan la realidad bajo la óptica simplista y mecanicista de los economistas keynesianos.
Sobre todo lo anterior quizás vale la pena traer a colación lo que escribió Ludwig von Mises (en Money, Method and the Market Process): “La verdadera razón del desencanto popular con la teoría económica bien entendida es la renuencia a aceptar las restricciones impuestas por la naturaleza en los emprendimientos humanos. Esta renuencia está presente en todos los seres humanos y es especialmente obsesiva en los espíritus neuróticos. Los hombres se sientes infelices porque tienen que pagar un precio por todo aquello que desean y porque nunca logran una plena satisfacción. Culpan a la teoría economía bien entendida por demostrar que son inevitablemente escasos los recursos para preservar y fortalecer sus fuerzas vitales y para remover sus desasosiegos y malestares. Desdeñan a quienes sostienen esta teoría por describir el mundo tal como es y no tal como debería ser, un supuesto mundo de ilimitadas oportunidades. No comprenden que la vida es por siempre una de resistencia activa contra condiciones adversas y que la razón humana solo se manifiesta y se vigoriza en esta lucha de nunca acabar. Que una vida libre de restricciones y limitaciones es inconcebible para la mente humana. Que la capacidad analítica es el principal instrumento que posee el hombre en la lucha por su preservación y por la expansión de su existencia. Y que ese instrumento no cumpliría con esta vital función y no se desarrollaría cabalmente en un paraíso de necios y tontos.”
Es ese paraíso de necios y tontos, uno en el cual se gasta mucho más de lo que se produce y se tiene, el que políticos imprudentes e irreflexivos han forjado en Estados Unidos y Europa con la complicidad de los economistas keynesianos, quienes además, como si lo anterior no fuera suficiente, han vendido la idea que a los países hay que imponerles asfixiantes cargas tributarias y frondosas telarañas regulatorias de todo tipo. El tránsito de este paraíso al mundo de las realidades es lo que actualmente está en juego en las principales economías del planeta. Aunque no será el fin del mundo, tampoco será un juego para niños. Es pensar como economistas keynesianos que es posible resolver en poco tiempo y sin grandes desengaños y traumatismos el monumental lío que ellos mismos contribuyeron a crear.