Con la aprobación de la ley habilitante que le otorga poderes para legislar como se le venga en gana, Hugo Chávez se convirtió en dictador de facto de ese país.
Ya todas las cartas están sobre la mesa. La nueva Asamblea elegida por el pueblo en la votación del 26 de septiembre de 2010 quedó sin funciones. El voto en las urnas no cuenta sino cuando Chávez lo gana. La justicia obedece como perra faldera las órdenes del amo. Los sindicatos son un apéndice más del gobierno. A funcionarios y militares lo único que les interesa es congraciarse con el dictador para participar en la repartición del botín gubernamental.
El dictador persigue sin tregua a todo aquel que se le interpone en el camino. Mientras sus circunstanciales amigos y su familia disfrutan de tierras y fortuna sin límites, los demás venezolanos están expuestos a que les expolie lo que les pertenece, lo que labraron y construyeron con años de esfuerzo y trabajo.
El dictador se la pasa en los medios de comunicación vociferando, amenazando e insultando. Es el único discurso con el cual se siente cómodo. Siempre que trata de conceptuar alguna idea queda al descubierto su patética ignorancia y falta de ilustración.
Difícil encontrar un dictador más típico que Chávez. No resiste opiniones opuestas a la suya. Su mundo es blanco o negro. Sólo se rodea de figurines que le celebran todo lo que dice. Babean de la emoción cada vez que el dictador emite algún sonido. Bien pudieran ser reemplazados por serviles robots y no se notaría la diferencia.
El dictador le cambió el nombre a Venezuela por el de República Bolivariana de Venezuela. Pero ahora que destruyó hasta los últimos vestigios de su institucionalidad democrática y que lo único que cuenta es la voluntad del dictador, un nombre más apropiado, que le haría justicia, sería el de República Banana de Venezuela.
El dictador se la pasa en los medios de comunicación vociferando, amenazando e insultando. Es el único discurso con el cual se siente cómodo. Siempre que trata de conceptuar alguna idea queda al descubierto su patética ignorancia y falta de ilustración.
Difícil encontrar un dictador más típico que Chávez. No resiste opiniones opuestas a la suya. Su mundo es blanco o negro. Sólo se rodea de figurines que le celebran todo lo que dice. Babean de la emoción cada vez que el dictador emite algún sonido. Bien pudieran ser reemplazados por serviles robots y no se notaría la diferencia.
El dictador le cambió el nombre a Venezuela por el de República Bolivariana de Venezuela. Pero ahora que destruyó hasta los últimos vestigios de su institucionalidad democrática y que lo único que cuenta es la voluntad del dictador, un nombre más apropiado, que le haría justicia, sería el de República Banana de Venezuela.