Los consumidores colombianos todavía no han alcanzado los niveles de endeudamiento que ha postrado el dinamismo económico reciente de Brasil y Sudáfrica.
Crecer con base en la expansión de la deuda pública y privada ha sido la fórmula de países ricos y menos ricos para producir “milagros económicos”. En el momento del milagro, los políticos salen eufóricos a atribuirse la autoría y los analistas a celebrarla. El problema es que el milagro es de corta duración. Los altos niveles de endeudamiento se devuelven, sin que los políticos asuman su responsabilidad y sin que los analistas reconozcan su ligereza, y como decían los abuelos, “empieza Cristo a padecer”.
En el caso de Brasil, de ser país estrella con crecimientos anuales del PIB cercanos a 6% antes de 2011, pasó a unos apenas superiores a 2% durante los últimos tres años. En estos últimos tiempos es el país suramericano de menor crecimiento, con la excepción de Venezuela.
Es claro que una parte del último boom económico brasilero se originó en un aumento de la deuda privada y en especial la de consumo. Por ejemplo, según lo resalta The Wall Street Americas (“Brasil, una señal de alerta para el resto de los países emergentes”, octubre 9 de 2013), el crédito de consumo creció a unas muy elevadas tasas hasta llegar a superar 25% del PIB. Aparte de que con ello se aceleró la inflación anual a 6%, la morosidad de esta deuda llegó a un preocupante 5,6%.
En Sudáfrica, otro país emergente elogiado también en su momento por su dinamismo económico, el crédito de consumo es actualmente 38% del PIB y la morosidad es de 4,5%, que aunque menor a la brasilera, va en aumento. En este país el incremento del PIB también se ha desacelerado a niveles similares a los de Brasil.
Tanto en Brasil como en Sudáfrica, el consumo de hogares ha dejado de ser el impulsador del crecimiento que fuera en años anteriores. Se agotó, por decirlo de alguna manera, la fórmula de la prosperidad al debe por parte de los consumidores. Gastar mas de lo que se tiene conduce a ilusiones falsas de crecimiento económico, las que se revierten con malestar y destrucción de riqueza en el momento en que no queda otra salida que frenar y reducir el excesivo endeudamiento.
Ahora bien, en el caso de Colombia el nivel del crédito de consumo, aunque ha aumentado a elevadas tasas a partir de 2011 (por encima del 20% anual en 2011-2012 y a un 13% anual en 2013), es apenas ligeramente superior a 10% del PIB (y no el 15% que erróneamente señala The Wall Street Americas), o sea bastante menos que en Brasil y Sudáfrica. Sin embargo, su morosidad es cercana a 5%, superior a la de Sudáfrica y no muy lejana a la de Brasil.
Con estos niveles de morosidad el sistema financiero colombiano tiene poco margen para continuar incrementando de manera significativa su crédito de consumo. Tal vez el problema en Colombia con estos préstamos es que existe la modalidad de las tarjetas de crédito a través de las cuales se puede pagar cualquier compra con cuotas mensuales, no con vencimiento a tres meses, sino con vencimientos a uno, dos y hasta tres años. Estas tarjetas de crédito pueden ser utilizadas para cancelar desde vehículos y electrodomésticos hasta el mercado de todos los días.
Colombia es de los pocos países del mundo donde los consumidores pueden financiar a tres años la compra de la papa y arroz que consumen para su sustento. Este es en apariencia un buen negocio para los bancos, pero cuando los golpea la morosidad deja de serlo. Y para los consumidores representa un tipo de endeudamiento que no hace sentido económico alguno.
En el caso de Brasil, de ser país estrella con crecimientos anuales del PIB cercanos a 6% antes de 2011, pasó a unos apenas superiores a 2% durante los últimos tres años. En estos últimos tiempos es el país suramericano de menor crecimiento, con la excepción de Venezuela.
Es claro que una parte del último boom económico brasilero se originó en un aumento de la deuda privada y en especial la de consumo. Por ejemplo, según lo resalta The Wall Street Americas (“Brasil, una señal de alerta para el resto de los países emergentes”, octubre 9 de 2013), el crédito de consumo creció a unas muy elevadas tasas hasta llegar a superar 25% del PIB. Aparte de que con ello se aceleró la inflación anual a 6%, la morosidad de esta deuda llegó a un preocupante 5,6%.
En Sudáfrica, otro país emergente elogiado también en su momento por su dinamismo económico, el crédito de consumo es actualmente 38% del PIB y la morosidad es de 4,5%, que aunque menor a la brasilera, va en aumento. En este país el incremento del PIB también se ha desacelerado a niveles similares a los de Brasil.
Tanto en Brasil como en Sudáfrica, el consumo de hogares ha dejado de ser el impulsador del crecimiento que fuera en años anteriores. Se agotó, por decirlo de alguna manera, la fórmula de la prosperidad al debe por parte de los consumidores. Gastar mas de lo que se tiene conduce a ilusiones falsas de crecimiento económico, las que se revierten con malestar y destrucción de riqueza en el momento en que no queda otra salida que frenar y reducir el excesivo endeudamiento.
Ahora bien, en el caso de Colombia el nivel del crédito de consumo, aunque ha aumentado a elevadas tasas a partir de 2011 (por encima del 20% anual en 2011-2012 y a un 13% anual en 2013), es apenas ligeramente superior a 10% del PIB (y no el 15% que erróneamente señala The Wall Street Americas), o sea bastante menos que en Brasil y Sudáfrica. Sin embargo, su morosidad es cercana a 5%, superior a la de Sudáfrica y no muy lejana a la de Brasil.
Con estos niveles de morosidad el sistema financiero colombiano tiene poco margen para continuar incrementando de manera significativa su crédito de consumo. Tal vez el problema en Colombia con estos préstamos es que existe la modalidad de las tarjetas de crédito a través de las cuales se puede pagar cualquier compra con cuotas mensuales, no con vencimiento a tres meses, sino con vencimientos a uno, dos y hasta tres años. Estas tarjetas de crédito pueden ser utilizadas para cancelar desde vehículos y electrodomésticos hasta el mercado de todos los días.
Colombia es de los pocos países del mundo donde los consumidores pueden financiar a tres años la compra de la papa y arroz que consumen para su sustento. Este es en apariencia un buen negocio para los bancos, pero cuando los golpea la morosidad deja de serlo. Y para los consumidores representa un tipo de endeudamiento que no hace sentido económico alguno.