Muchos creen que China salvará al mundo de la actual crisis económica. Los dirigentes chinos, en cambio, no se hacen esas ilusiones.
La parte más dinámica de la economía china es aquella que le exporta a Estados Unidos, Europa, Japón y otros países. Está conformada por una serie de empresas, todas ellas con inversión extranjera y vínculos tecnológicos con el resto del planeta. Ese componente de la economía china ya entró en un proceso de ajuste a las nuevas realidades de la economía global. Los dirigentes chinos han expresado su preocupación por la reducción de la actividad de las empresas exportadoras localizadas en su territorio y por la caída en la inversión extranjera. Incluso han insinuado que está en peligro la estabilidad social y política de su país. Proyectan que el crecimiento económico caerá de 12% anual a un 7%. Pero otros analistas estiman que en 2009 ese descenso podría ser aún más drástico.
En otras palabras, China no jalonará a la economía global. No tiene como hacerlo. Es al revés de lo que piensan quienes la tienen en un pedestal. China es apenas la cuarta economía del planeta y depende críticamente de Estados Unidos, Japón y Europa, no solamente para el crecimiento de sus exportaciones sino también para la inversión que necesita para su desarrollo.
Y esto lleva al punto sobre el cual vienen insistiendo los analistas más ortodoxos desde hace algún tiempo. La salida de la actual crisis económica global implica un inevitable período de recesión, que no es otro que uno de austeridad en el gasto y desmonte de inversiones no viables para reducir la excesiva deuda a nivel de hogares, empresas y gobiernos. Esa excesiva deuda fue ocasionada por una política monetaria y fiscal insosteniblemente expansiva (irresponsable, por decir lo menos). Se trata de un ajuste del cual se saldrá más rápido si los gobiernos no intervienen para impedirlo.