Sin que hayan cesado los insultos de Hugo Chávez hacia Álvaro Uribe, Juan Manuel Santos se reune con su contraparte venezolana.
¿Qué resultados se pueden esperar de esta apresurada reunión entre los dos Presidentes?
Cuando las relaciones personales no estaban tan deterioradas entre Álvaro Uribe y Hugo Chávez, el Presidente de Venezuela mantuvo inalterado su irrestricto apoyo a los grupos narcoterroristas de las FARC y del ELN. En esos momentos de relaciones diplomáticas relativamente normales, las quejas del gobierno de Colombia nunca fueron atendidas.
Ningún apretón de manos, ningún gesto por parte de Juan Manuel Santos hará que Chávez modifique su conducta. La visión del mundo de Chávez es burdamente bipolar. Su manera de hacer política y de gobernar es a base de permanentes enfrentamientos con “enemigos” reales o supuestos.
Todo lo que atente contra su poder totalitario es considerado “enemigo de Venezuela”. Es exactamente la misma táctica que por 50 años han utilizado los hermanos Fidel y Raúl Castro en Cuba.
Mientras el diálogo entre Santos y Chávez sea para saludos a las banderas, todo será cordialidad. Pero cualquier exigencia concreta de Colombia en relación con la presencia de las FARC y el ELN en ese país, será ignorada por ese gobierno.
Santos corre el peligro de que sea percibido como ingenuo, al intentar recomponer una relación que por ahora no tiene mayor arreglo. El daño que Chávez le ha hecho a esa relación es irreparable, tanto en lo comercial como en lo político.
Chávez no cederá un ápice en temas relacionados con la presencia de guerrillas de todo tipo (incluidas las bolivarianas) en las zonas fronterizas de su país, porque las considera como su defensa de última instancia en caso de que tambalee su poder por falta de apoyo entre el electorado venezolano.
Mal haría Santos en pensar que él si puede hacer lo que no pudo Uribe. De que él si tiene la habilidad diplomática o de negociación para hacerle cambiar de opinión a quien es completamente intransigente en sus designios de implantar un modelo totalitario comunista en la región.
Chávez tratará de medirle rápidamente el aceite a Santos como Presidente. El de Chávez ya fue medido, y en qué forma, por Uribe. Los actuales gobernantes de Venezuela (y algunos de UNASUR) tienen la ilusión de que a Santos lo cautivarán los cantos de sirena de quienes quieren destruir el legado de Uribe. De que se maree con el cuento de que ahora si hay un “estadista” al frente de los destinos de Colombia.
Abrigan la esperanza de que Santos se asemejará a tantos otros Presidentes de Colombia, que siempre buscaron el “diálogo” y la “negociación” a la hora de lidiar con experimentados y curtidos delincuentes. Sin embargo, los antecedentes sugieren que están equivocados y que el agua del molino va por otro lado.
Cuando las relaciones personales no estaban tan deterioradas entre Álvaro Uribe y Hugo Chávez, el Presidente de Venezuela mantuvo inalterado su irrestricto apoyo a los grupos narcoterroristas de las FARC y del ELN. En esos momentos de relaciones diplomáticas relativamente normales, las quejas del gobierno de Colombia nunca fueron atendidas.
Ningún apretón de manos, ningún gesto por parte de Juan Manuel Santos hará que Chávez modifique su conducta. La visión del mundo de Chávez es burdamente bipolar. Su manera de hacer política y de gobernar es a base de permanentes enfrentamientos con “enemigos” reales o supuestos.
Todo lo que atente contra su poder totalitario es considerado “enemigo de Venezuela”. Es exactamente la misma táctica que por 50 años han utilizado los hermanos Fidel y Raúl Castro en Cuba.
Mientras el diálogo entre Santos y Chávez sea para saludos a las banderas, todo será cordialidad. Pero cualquier exigencia concreta de Colombia en relación con la presencia de las FARC y el ELN en ese país, será ignorada por ese gobierno.
Santos corre el peligro de que sea percibido como ingenuo, al intentar recomponer una relación que por ahora no tiene mayor arreglo. El daño que Chávez le ha hecho a esa relación es irreparable, tanto en lo comercial como en lo político.
Chávez no cederá un ápice en temas relacionados con la presencia de guerrillas de todo tipo (incluidas las bolivarianas) en las zonas fronterizas de su país, porque las considera como su defensa de última instancia en caso de que tambalee su poder por falta de apoyo entre el electorado venezolano.
Mal haría Santos en pensar que él si puede hacer lo que no pudo Uribe. De que él si tiene la habilidad diplomática o de negociación para hacerle cambiar de opinión a quien es completamente intransigente en sus designios de implantar un modelo totalitario comunista en la región.
Chávez tratará de medirle rápidamente el aceite a Santos como Presidente. El de Chávez ya fue medido, y en qué forma, por Uribe. Los actuales gobernantes de Venezuela (y algunos de UNASUR) tienen la ilusión de que a Santos lo cautivarán los cantos de sirena de quienes quieren destruir el legado de Uribe. De que se maree con el cuento de que ahora si hay un “estadista” al frente de los destinos de Colombia.
Abrigan la esperanza de que Santos se asemejará a tantos otros Presidentes de Colombia, que siempre buscaron el “diálogo” y la “negociación” a la hora de lidiar con experimentados y curtidos delincuentes. Sin embargo, los antecedentes sugieren que están equivocados y que el agua del molino va por otro lado.