Sus partidarios lo han colocado en un pedestal, el del anti político “honesto” y “decente”, que no puede ser objeto de crítica.
Hay que ver las críticas que los partidarios del pedestal le hacen a los demás candidatos. Insinúan que el único candidato “honesto” y “decente” es Mockus. Dividen a Colombia en dos, en los buenos y en los malos, como si eso fuera posible.
Siempre hay que sospechar de todo político que exalta su “honestidad” como argumento principal para ser elegido. Ningún político verdaderamente honesto tiene la necesidad de reforzar su imagen en este sentido. Ni para gobernar bien se necesita credencial de “honesto”.
Así también, nada más patético que el político con ínfulas de ser anti político. Sergio Fajardo, por ejemplo, abusa con esta postura.
Muchos partidarios de la fórmula Mockus–Fajardo no solamente se creen el cuento de que ambos personajes no son políticos, sino que van más allá. Dado que identifican la política con corrupción, estos dos políticos son anti políticos porque son “honestos”, a diferencia de los demás políticos. Y son “honestos” porque son “decentes”. Igual de “decentes” a nosotros los “decentes”, piensan estos partidarios.
De ahí se derivan varias creencias, entre las cuales sobresalen dos por su impacto sobre la actual campaña presidencial. Una es que todo aquel que se considera “honesto” y “decente” debe votar por los anti políticos, o sea por Mockus y Fajardo.
La otra creencia es que los problemas de un país como Colombia sólo los pueden resolver los anti políticos. Los políticos tradicionales, por lo visto, erraron de profesión o están “en el lugar equivocado”.
Sobra decir que esta es una visión infantil e ingenua de la política. Está implícito en la profesión de la política administrar intereses de todo tipo, unos elevados y otros no tan elevados. La política se convierte en una farsa cuando se pretende liderada por ángeles o por humanos sobre pedestales. Es demasiado mundana y terrenal como para serlo.
Jugar en la política sin ser político, o es una contradicción conducente a desastres, o es una postura para engatusar pelmazos (casi siempre, esta última).
En el caso de un país muy complejo como la Colombia actual, sí que se puede decir que sólo quien conoce la política, quien la haya domesticado de verdad, es quien debería ser elegido Presidente de la República.
Siempre hay que sospechar de todo político que exalta su “honestidad” como argumento principal para ser elegido. Ningún político verdaderamente honesto tiene la necesidad de reforzar su imagen en este sentido. Ni para gobernar bien se necesita credencial de “honesto”.
Así también, nada más patético que el político con ínfulas de ser anti político. Sergio Fajardo, por ejemplo, abusa con esta postura.
Muchos partidarios de la fórmula Mockus–Fajardo no solamente se creen el cuento de que ambos personajes no son políticos, sino que van más allá. Dado que identifican la política con corrupción, estos dos políticos son anti políticos porque son “honestos”, a diferencia de los demás políticos. Y son “honestos” porque son “decentes”. Igual de “decentes” a nosotros los “decentes”, piensan estos partidarios.
De ahí se derivan varias creencias, entre las cuales sobresalen dos por su impacto sobre la actual campaña presidencial. Una es que todo aquel que se considera “honesto” y “decente” debe votar por los anti políticos, o sea por Mockus y Fajardo.
La otra creencia es que los problemas de un país como Colombia sólo los pueden resolver los anti políticos. Los políticos tradicionales, por lo visto, erraron de profesión o están “en el lugar equivocado”.
Sobra decir que esta es una visión infantil e ingenua de la política. Está implícito en la profesión de la política administrar intereses de todo tipo, unos elevados y otros no tan elevados. La política se convierte en una farsa cuando se pretende liderada por ángeles o por humanos sobre pedestales. Es demasiado mundana y terrenal como para serlo.
Jugar en la política sin ser político, o es una contradicción conducente a desastres, o es una postura para engatusar pelmazos (casi siempre, esta última).
En el caso de un país muy complejo como la Colombia actual, sí que se puede decir que sólo quien conoce la política, quien la haya domesticado de verdad, es quien debería ser elegido Presidente de la República.