Jorge Ospina Sardi
Mientras Gustavo Petro se mantenga dentro de los cauces de las reglas de juego de la institucionalidad colombiana que juró defender al posesionarse como Presidente, no hay lugar a acciones por fuera de ella.
Petro se la pasa diciendo sandeces para confrontar a sus rivales políticos. Varias de esas sandeces despiertan indignación entre algunos de sus oponentes. A otros los lleva a hacer toda clase de cábalas sobre su significado y qué es realmente lo que piensa hacer sobre temas fundamentales como los de la conformación de una Asamblea Constituyente a través de un decreto y su reelección en 2026.
La confusión que crea con sus planteamientos en discursos y apuntes en la red social X ha llevado a algunos de sus opositores a responder con otras sandeces, como la de proponer vías de hecho y paros nacionales para sacarlo del poder.
Piensan con el deseo. Es clarísimo que Petro es una personalidad que se siente como pez en el agua en entornos polarizados en los que afloran confrontaciones y enfrentamientos. Como quien dice, “ahí está en su salsa”.
Su imaginario no dista de esos cuentos infantiles en el que unos “buenos” son sometidos y maltratados por unos “malos”, hasta que llega el “héroe” del paseo a liberarlos del yugo. Y Petro siempre se presenta como el “salvador” de los “buenos”, aunque sin muchas realizaciones concretas. Acude ante todo a juegos semánticos y por lo tanto no se diferencia de esos demagogos que pobretean a sus electores y que se victimizan ante los incumplimientos.
Este es un cuento muy utilizado en política, pero la diferencia es con gobernantes que asumen con entereza sus responsabilidades y que entienden que cuando son elegidos se deben no solamente a sus electores sino también a quienes no votaron por ellos.
Petro ha sido incapaz, por lo menos durante la primera mitad de su período, de ampliar el abanico de sus simpatizantes, o como dicen los politólogos, de ampliar su base. Se la pasa estigmatizando a sus contradictores y sus discursos son excluyentes. Aquello de que es el Presidente de los colombianos no va con él: es el Presidente de sus partidarios y de quienes se benefician de su poder.
El estilo provocador y pendenciero de Petro aburre a quienes no son de ese talante y ofende a muchos otros que piensan distinto. Pero ante semejante situación, poco o nada se obtiene con reacciones impulsivas y con ofuscaciones que llevan a una pérdida de lo que algunos llaman la “sindéresis”.
Es a todas luces evidente que Petro no se siente a gusto con la institucionalidad con la que le ha tocado gobernar. Para él lo ideal sería la institucionalidad propia de una dictadura, sin los compromisos que trae consigo la separación e independencia de poderes públicos. Pero también es evidente, al menos por ahora, que sigue gobernando dentro del marco de la institucionalidad que recibió cuando se posesionó como Presidente.
No ha habido durante su gobierno un quiebre institucional propiamente dicho. No ha existido lo que podría considerarse un “auto golpe de Estado”. No se ha ingresado a terrenos inéditos que solo merecerían ser analizados y encarados si tuvieran lugar. Proponer estrategias y posibles acciones sobre la base de unas sandeces que el personaje dice, no es mas que una pérdida de tiempo y de energía.
Mientras no haya un quiebre institucional, mientras el gobierno de Petro se someta a las leyes y reglas de juego de la actual Constitución, mientras se mantenga vigente el actual cronograma electoral de 2026, no hay excusa para salirse o actuar por fuera de la institucionalidad establecida.
Para quienes no están de acuerdo con la políticas de este gobierno habrá la oportunidad de rectificaciones y modificaciones en un eventual cambio de gobierno. De eso se trata el juego democrático que para bien o para mal existe en Colombia. Después de todo, Petro obtuvo una alta votación y eso no se puede desconocer.
Quienes buscan la terminación de la Presidencia de Gustavo Petro antes de 2026 tienen una alternativa, que si bien en apariencia no parece alcanzable, es muy importante desde el punto de vista del debate político. Es lo que tiene que ver con la financiación de la campaña que lo llevó al poder.
En la campaña presidencial reportó gastos de $41.361 millones (aproximadamente US$9.7 millones). El tope de gastos permitidos era de $41.875 millones.
Si en su campaña Petro no reportó otros gastos y se excedió en los permitidos se trata de una violación al actual ordenamiento jurídico y democrático de suma gravedad porque se configuraría no solamente una estafa para hacerse al principal cargo de elección popular del país, sino que además una estafa para hacerse a miles de millones de pesos de dinero público que fueron directo a su bolsillo.
Y como si esto no fuera suficiente, se configuraría igualmente una violación de normas que impiden la competencia desleal. La violación de esos topes es una trampa en el juego democrático electoral que altera los resultados finales en beneficio propio y en detrimento de los intereses de sus competidores.
Sin entrar en el espinoso tema del origen del dinero que ingresó a la campaña, gastar mas del tope permitido (e implícitamente acordado por las partes al aceptar competir en las elecciones) es causal de destitución. Hace ilegítima la elección, simple y llanamente.
Actualmente no se sabe cuál será el final de esta historia porque apenas están en curso las investigaciones sobre la violación de los topes permitidos. Hay mucho escepticismo sobre el trámite de estas investigaciones en la Comisión de Acusaciones de la Cámara de Representantes. Pero ese es el canal establecido dentro de la institucionalidad existente.
La experiencia con esta situación podría dar lugar a introducir cambios en este aspecto de la institucionalidad colombiana. Pero por ahora no hay otra salida que acogerse a los procedimientos establecidos.
Ya quisiera Petro que sus opositores se salieran del marco constitucional, lo que sería la perfecta excusa para él también hacerlo, en lo que sin duda los aventajaría por sus reconocidas habilidades en eso de operar por fuera de reglas de juego y por disponer de los poderes de la Presidencia.
En el caso de Petro si que aplica aquello de “a palabras necias, oídos sordos” y también lo que decía Jacques Rousseau: “la paciencia es amarga, pero sus frutos son dulces.”