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Jorge Ospina Sardi

 

Tres leyes de espíritu maltusiano ponen en evidencia los alcances y limitaciones tanto del Estado de Bienestar como de los sistemas democráticos de gobierno que lo sustentan. 

 

Las tres leyes tienen su fuente de inspiración en el Ensayo sobre el Principio de la Población de Thomas Malthus. La primera ley podría formularse así: Entre mayores sean las ayudas sociales, mas elevado será el porcentaje de la población que intentará cumplir con las condiciones necesarias para ser elegible a esas ayudas. Esta ley se desprende de otra muy básica que se refiere a la naturaleza humana: los seres humanos bajan la guardia en sus esfuerzos productivos si obtienen lo necesario para vivir sin necesidad de trabajar. 

 

Podríamos decir que la humanidad se divide entre quienes están dispuestos a trabajar y entre quienes están dispuestos a que los demás trabajen por ellos. Y que siempre será una mayoría la que estará dispuesta a dejar de trabajar si lo que recibe por su trabajo mas o menos iguala o es menor a lo que recibe en ayudas estatales personales directas o indirectas. 

 

Estas ayudas estatales a las que hacemos referencia son aquellas dirigidas a personas específicas. Son, por ejemplo, los subsidios de desempleo, de maternidad, de alimentación, de salud, de educación y los que se conceden en el cobro de servicios públicos como energía eléctrica, agua, y disposición de basuras. También aquellos indirectos que recaen sobre los empleadores como las indemnizaciones por despidos y el pago por parte de ellos de un componente de las pensiones. O incluso salarios que se reciben en puestos públicos inoficiosos e improductivos.

 

En este contexto, el Estado de Bienestar se define como aquel donde este tipo de ayudas y su administración se convierten por lejos en el principal gasto de los gobiernos. 

 

A los promotores del Estado de Bienestar no les interesa los procesos que garantizan la creación de riqueza y su buena administración. Los recursos a repartir están ahí y eso es lo único que importa. Es lo de menos que están disponibles gracias a grandes esfuerzos productivos anteriores y que solamente se puedan conservar y acrecentar con esfuerzos dirigidos a sacrificar satisfacciones en el presente para obtener mejores resultados a futuro.

 

Si debido a estos esfuerzos se logran progresos significativos en los niveles de vida entonces los promotores del Estado de Bienestar suben los estándares. Modifican el concepto de pobreza: lo relativizan al punto que el número de pobres siempre será un gran porcentaje de la población definido como aquel que no disfruta de la riqueza de los mas afortunados y exitosos. 

 

En el Estado de Bienestar no importa el nivel absoluto de riqueza para establecer el número de potenciales beneficiarios de las ayudas estatales personales. Este número nunca disminuirá puesto que de lo que se trata es de alcanzar el máximo grado de igualdad en la distribución de la riqueza y del ingreso existente. La vara de medida siempre tendrá como punto de referencia a los que mas poseen y no al avance en relación con niveles de vida anteriores.

 

 

Una segunda ley de espíritu maltusiano

 

Es aquí, entonces, cuando entra en escena la segunda ley maltusiana, una que tiene que ver con el sistema democrático de gobierno. Se basa en la reflexión de que el Estado de Bienestar es un componente integral de un sistema en el que la redistribución de riqueza e ingreso es un incontenible anhelo. De que es el que encarna mas adecuadamente el espíritu y los valores propios de una democracia.

 

Esta segunda ley se puede plantear de la siguiente manera: Entre mas evolucionado un sistema democrático de gobierno, mayor será el número de beneficiarios de las ayudas personales directas e indirectas que provee el Estado Bienestar, independientemente del progreso en la satisfacción de sus necesidades básicas. Ese número de aspirantes a recibir ayudas estatales se incrementará por la dinámica electoral y la racionalidad redistributiva que caracteriza al sistema democrático, y no necesariamente por las condiciones económicas y financieras específicas de quienes las reciben.

 

Considérese, por ejemplo, el tema de las eleciones y de los políticos que en ellas compiten. Se trata de un mercado persa en el que se ofrecen toda clase de ayudas estatales, sin deparar mayormente en el costo. Sostenía Malthus que la mayoría de la población no ve mas allá de sus narices y que lo único que le preocupa son los beneficios inmediatos que reciben, los que tienden a ser crecientes en las etapas expansivas de las economías. Esa mayoría de la población se inclinará a votar por quienes mas ayudas prometan, sin deparar en sus capacidades y honestidad.  

 

En una economía dinámica, con altas tasas de crecimiento, no apabullada aun por la carga que trae consigo un Estado de Bienestar ya consolidado, el sistema democrático atraviesa por lo que se puede definir como una etapa “alegre”, que no es otra cosa que el establecimiento de ayudas estatales cada vez mas costosas e inclusivas. Los ofrecimientos de los políticos en esta etapa son infinitos (todos se dan golpes en el pecho con la existencia de pobrezas relativas), y sus promesas despiertan toda clase de expectativas entre la población.

 

 

Epílogo a la maltusiana

 

A esta etapa alegre le sigue la etapa “madura”, una en la cual ya está en pie la infraestructura institucional de una sofisticado esquema de ayudas. No obstante progresos y avances en la reducción de los niveles absolutos de pobreza, la cantidad de favorecidos nunca disminuirá de un porcentaje que oscilará alrededor de la tercera parte de la población o incluso mas.

 

En esta etapa madura del Estado de Bienestar, el monto de las ayudas, así como la cantidad de la población elegible (no solamente la nativa sino la extranjera que emigra estimulada por la perspectiva de hacerse a ellas), lleva a que los gobiernos acudan sin pudor alguno a deudas y emisiones monetarias, ante la imposibilidad de financiarlas únicamente con impuestos. Es lo de menos para los políticos demócratas que estas fuentes de financiación sean poco ortodoxas y acarreen considerables costos escondidos. Su principal preocupación –y la de sus electores– es que las ayudas fluyan. Se llega así a las exageraciones que se observan en países como los de la Unión Europea.

 

Hasta el propio Malthus hace dos siglos previó que este sistema no era del todo sostenible. El Estado de Bienestar termina por asfixiar a su gallina de los huevos de oro. Un número creciente de la población pierde el incentivo a ahorrar, a iniciar nuevos emprendimientos, a innovar y a someterse a las exigencias de una economía dinámica. Se repliega la iniciativa del componente mas productivo de la sociedad ante las excesivas cargas “sociales” que debe financiar y las expoliaciones de la que es víctima.

 

Y entonces, el Estado Bienestar alcanza lo que podría denominarse su etapa “ruinosa”. La economía se estanca o contrae ante la insuficiencia de ahorro y capital. Se esfuman sus fuentes de energía y vigor. En el mejor de los casos, en comunidades con derecho al pataleo, se tratará de un muy gradual proceso de decadencia.

 

La ley del menor esfuerzo termina por imponerse entre políticos, empresarios y la fuerza laboral. Gobiernos sobre endeudados, empresas sin el capital necesario para crecer, y una mano de obra sin la suficiente mística de trabajo impide revertir la trayectoria decadente. La resignación con unas decrecientes pero aun no despreciables ayudas estatales evita implosiones sociales, al tiempo que sus defensores se escudan en toda clase de espurias justificaciones y racionalizaciones. 

 

Por ejemplo, que lo que importa es una quimérica “igualdad” o la lucha contra un nebuloso “cambio climático” y no las innovaciones tecnológicas y el abaratamiento de bienes y servicios que solo el crecimiento económico hace posible. 

 

Se llega así a lo que sería una tercera ley de corte maltusiano: Todo sistema democrático de gobierno pasa inexorablemente de un Estado de Bienestar alegre, a uno maduro y finalmente a uno ruinoso. 

 

Al final de cuentas, el éxito económico que es la base de un Estado de Bienestar maduro, tiende a cebarse en sí mismo con la irrupción de un descontrolado espíritu democrático dadivoso que se distingue por su abierta hostilidad a los arduos y sofisticados esfuerzos en los que se apoya la creación y conservación de la riqueza.