Jorge Ospina Sardi
En la Unión Europea se sigue planteando que existe una disyuntiva entre crecimiento y austeridad. Esto en unas economías agobiadas por el exceso de endeudamiento.
Es patético que en la Unión Europea, en unos países cuya deuda pública y privada bordea 300% del PIB, cuyos déficit fiscales se mantienen en niveles insostenibles muy por encima del 5% del PIB, muchos políticos y analistas continúen con el cuento de que la forma de salir del estancamiento económico es gastar más y endeudarse más.
¿De dónde para acá se llega a la conclusión que mas gasto público es la salida a los males que aquejan a estas economías? Qué falta de originalidad las de estos discípulos de John Maynard Keynes. Tanto en Grecia como en Italia y España se han realizado en el pasado grandes inversiones públicas en infraestructura (trenes balas, metros, autopistas, aeropuertos y otras por el estilo) y ellas no han evitado que estos países enfrenten su peor crisis económica de las últimas décadas.
Pero, ¿de dónde saldrían los recursos para aumentar el gasto público si sencillamente no existen? Hay una fórmula mágica: mas emisión. ¿Y se lo creen? Parecen suramericanos de los años setenta. Incluso se les escucha criticar airadamente a la Alemania de Angela Merkel, uno de los países que mejor han lidiado con la crisis y de los pocos que valiéndose de su importancia ha intentado imponer un mínimo de cordura en el manejo económico de sus díscolos vecinos.
Otros argumentan que si las políticas de austeridad, como las que ha empezado a implementar Mariano Rajoy en España, no dan resultado a los tres meses, entonces se debe considerar que fracasaron. Ni que fueran retrasados mentales. Un problema de desequilibrios macroeconómicos y sobre endeudamiento como el que asola a ese país tomará años en corregirse. Pero el hecho de que el impacto de la rectificación de un sendero insostenible tome un cierto tiempo, tres o cuatro años, no significa que no haya que emprenderla.
Los políticos europeos se han obstinado en no comunicarle a la población que el modelo social demócrata hizo agua. Que no hay forma de financiarlo. Que los muy elevados beneficios sociales, la rígida legislación laboral y los estratosféricos impuestos son la causa de la mediocre productividad y del estancamiento empresarial que prevalece en la mayor parte de los países de la eurozona.
Asociar crecimiento económico con gasto público en países como los de la Unión Europea constituye en estos momentos un chiste cruel. El quid del crecimiento allí tiene que ver con reformas para estimular la inversión privada, para introducir movilidad laboral, para reducir los impuestos a niveles razonables, para remover la maraña de trabas burocráticas que desalientan la creación de nuevas empresas y el surgimiento de las pequeñas y medianas.
Gracias a políticas monetarias y financieras laxas el sistema económico de la Unión europea ha abusado del crédito, lo que al final de cuentas resultó en una descapitalización crónica de sus instituciones financieras. Burbujas crediticias por doquier. Estas instituciones, empujadas por una abundante liquidez, prestaron mucho mas allá de lo que aconsejarían unas sanas prácticas de riesgo.
Ni siquiera hay de donde capitalizar a estas quebradas instituciones financieras y los políticos de la eurozona siguen empeñados en incrementar el gasto público para no contrariar a sus exigentes electores.
Muchos de estos electores siguen en la luna. Creen que el problema no es de creación de riqueza sino de su distribución. No perciben que están viviendo mucho más allá de lo que producen. Que para merecer el nivel de vida que llevan tendrían que esforzarse muchísimo mas. La buena vida los ha confundido: suponen que la riqueza que disfrutan es un derecho adquirido y no uno que hay que ganárselo día a día con el sudor de la frente.
¿De dónde para acá se llega a la conclusión que mas gasto público es la salida a los males que aquejan a estas economías? Qué falta de originalidad las de estos discípulos de John Maynard Keynes. Tanto en Grecia como en Italia y España se han realizado en el pasado grandes inversiones públicas en infraestructura (trenes balas, metros, autopistas, aeropuertos y otras por el estilo) y ellas no han evitado que estos países enfrenten su peor crisis económica de las últimas décadas.
Pero, ¿de dónde saldrían los recursos para aumentar el gasto público si sencillamente no existen? Hay una fórmula mágica: mas emisión. ¿Y se lo creen? Parecen suramericanos de los años setenta. Incluso se les escucha criticar airadamente a la Alemania de Angela Merkel, uno de los países que mejor han lidiado con la crisis y de los pocos que valiéndose de su importancia ha intentado imponer un mínimo de cordura en el manejo económico de sus díscolos vecinos.
Otros argumentan que si las políticas de austeridad, como las que ha empezado a implementar Mariano Rajoy en España, no dan resultado a los tres meses, entonces se debe considerar que fracasaron. Ni que fueran retrasados mentales. Un problema de desequilibrios macroeconómicos y sobre endeudamiento como el que asola a ese país tomará años en corregirse. Pero el hecho de que el impacto de la rectificación de un sendero insostenible tome un cierto tiempo, tres o cuatro años, no significa que no haya que emprenderla.
Los políticos europeos se han obstinado en no comunicarle a la población que el modelo social demócrata hizo agua. Que no hay forma de financiarlo. Que los muy elevados beneficios sociales, la rígida legislación laboral y los estratosféricos impuestos son la causa de la mediocre productividad y del estancamiento empresarial que prevalece en la mayor parte de los países de la eurozona.
Asociar crecimiento económico con gasto público en países como los de la Unión Europea constituye en estos momentos un chiste cruel. El quid del crecimiento allí tiene que ver con reformas para estimular la inversión privada, para introducir movilidad laboral, para reducir los impuestos a niveles razonables, para remover la maraña de trabas burocráticas que desalientan la creación de nuevas empresas y el surgimiento de las pequeñas y medianas.
Gracias a políticas monetarias y financieras laxas el sistema económico de la Unión europea ha abusado del crédito, lo que al final de cuentas resultó en una descapitalización crónica de sus instituciones financieras. Burbujas crediticias por doquier. Estas instituciones, empujadas por una abundante liquidez, prestaron mucho mas allá de lo que aconsejarían unas sanas prácticas de riesgo.
Ni siquiera hay de donde capitalizar a estas quebradas instituciones financieras y los políticos de la eurozona siguen empeñados en incrementar el gasto público para no contrariar a sus exigentes electores.
Muchos de estos electores siguen en la luna. Creen que el problema no es de creación de riqueza sino de su distribución. No perciben que están viviendo mucho más allá de lo que producen. Que para merecer el nivel de vida que llevan tendrían que esforzarse muchísimo mas. La buena vida los ha confundido: suponen que la riqueza que disfrutan es un derecho adquirido y no uno que hay que ganárselo día a día con el sudor de la frente.