Jorge Ospina Sardi
Las políticas responsables de la crisis económica global de 2008-2009, tales como los abusos con el gasto público, las excesivas regulaciones y los manejos financieros y monetarios alegres, son de origen socialista.
Está de moda en algunos círculos achacarle la culpa del surgimiento y reventón de las burbujas económicas al capitalismo. Pero resulta que el mundo actual no es capitalista sino socialista y que los ciclos económicos recientes han sido consecuencia de políticas socialistas que han distorsionado por completo el sistema económico.
Nada más alejado del capitalismo que un sector público que sufre de hipertrofia, como sucede actualmente en la mayoría de los países del planeta, incluidos Estados Unidos y la Comunidad Europea. Los gigantescos déficit fiscales y unas deudas públicas impagables por lo elevadas, son resultado de la aplicación durante décadas de las políticas socialistas de gasto público. Son el resultado principalmente de utilizar la agencia del Estado en un vano intento para resolverle problemas existenciales a distintos grupos de la población, sin tener los recursos para hacerlo.
Son resultado, en últimas, de las acciones de políticos irresponsables que se han acostumbrado a repartir sin prudencia alguna el dinero que no les pertenece. Estos políticos, que han hipotecado hasta más no poder a los países bajo su gobierno, tienen el descaro de culpar al capitalismo por una quiebra de la que este sistema nada tiene que ver.
Son los mismos políticos que siguiendo lineamientos socialistas le han impuesto al sistema productivo altísmos tributos y elaboradísimas trabas y regulaciones. Al tiempo que desaniman y reprimen la actividad productiva, le exigen a quienes ellos llaman capitalistas que se sacrifiquen para mantener unas redundantes burocracias corruptas y para sostener a grupos de la población que por desidia y ventajismo poco o nada aportan a la economía.
Tampoco son inherentes a un sistema capitalista las orgías del sector financiero que promueven los gobiernos que adoptan políticas socialistas. En un sistema capitalista bien entendido, el sector financiero no podría prestar mucho más allá de lo que recibe como depósitos. Si se quiebra es por su cuenta y riesgo. Pero como el principio socialista es que hay que prestarle a todo el mundo, incluido a quienes no tienen como pagar, los gobiernos actuales se han inventado la ficción de que por cada dólar de depósito el sector financiero puede prestar más de diez dólares y además, acuden a toda suerte de métodos "persuasivos" para que los créditos sean otorgados con criterios políticos y no económicos.
En otras palabras, en el sistema socialista actual el sector financiero puede darle la vuelta al dinero sin ningún respaldo en términos de ahorro real y deben prestarle a quienes no tienen una suficiente capacidad de pago. Y obtener como premio más utilidades de las razonables durante el ciclo expansivo de creación de las burbujas.
¡Pero no sólo eso! Si por alguna razón la cadena de pagos se interrumpe, los gobiernos actuales salen a respaldar los depósitos de los ahorradores y a subsidiar a los prestatarios, así como a sacar del atolladero a los inversionistas del sector financiero. Es ni más ni menos la aplicación de aquel otro añejo sueño socialista según el cual hay que eliminar el riesgo de toda actividad económica, en este caso la financiera, utilizando a la agencia del Estado para evitar que ninguno de los protagonistas involucrados responda por sus decisiones y acciones.
Naturalmente si el sector financiero puede prestar más de diez veces su capital y si los gobiernos garantizan que al final de cuentas ahorradores, prestatarios e inversionistas serán rescatados, entonces, por qué sorprenderse de la proliferación de malos préstamos y de la quiebra de los bancos e instituciones financieras involucrados, una vez que a estos carruseles de la alegría se les acaba la cuerda.
No sobra repetirlo una y otra vez: ni los insostenibles déficit fiscales actuales, ni las deudas públicas y privadas desproporcionadas, ni la emisión monetaria con la cual se busca alargar artificialmente la duración de las burbujas financieras, ni las pesadas regulaciones y tributos que asfixian el espíritu de emprendimiento de los pueblos, nada de eso hace parte de un sistema capitalista bien entendido, sino que por el contrario son elementos constitutivos del marco institucional y político que caracteriza al socialismo moderno.
Se trata de un socialismo voraz cuyos administradores se asemejan al perro que sufre de piquiña y que para solucionar su molestia intenta, con empeño digno de mejor suerte, morderse su propia cola.
Nada más alejado del capitalismo que un sector público que sufre de hipertrofia, como sucede actualmente en la mayoría de los países del planeta, incluidos Estados Unidos y la Comunidad Europea. Los gigantescos déficit fiscales y unas deudas públicas impagables por lo elevadas, son resultado de la aplicación durante décadas de las políticas socialistas de gasto público. Son el resultado principalmente de utilizar la agencia del Estado en un vano intento para resolverle problemas existenciales a distintos grupos de la población, sin tener los recursos para hacerlo.
Son resultado, en últimas, de las acciones de políticos irresponsables que se han acostumbrado a repartir sin prudencia alguna el dinero que no les pertenece. Estos políticos, que han hipotecado hasta más no poder a los países bajo su gobierno, tienen el descaro de culpar al capitalismo por una quiebra de la que este sistema nada tiene que ver.
Son los mismos políticos que siguiendo lineamientos socialistas le han impuesto al sistema productivo altísmos tributos y elaboradísimas trabas y regulaciones. Al tiempo que desaniman y reprimen la actividad productiva, le exigen a quienes ellos llaman capitalistas que se sacrifiquen para mantener unas redundantes burocracias corruptas y para sostener a grupos de la población que por desidia y ventajismo poco o nada aportan a la economía.
Tampoco son inherentes a un sistema capitalista las orgías del sector financiero que promueven los gobiernos que adoptan políticas socialistas. En un sistema capitalista bien entendido, el sector financiero no podría prestar mucho más allá de lo que recibe como depósitos. Si se quiebra es por su cuenta y riesgo. Pero como el principio socialista es que hay que prestarle a todo el mundo, incluido a quienes no tienen como pagar, los gobiernos actuales se han inventado la ficción de que por cada dólar de depósito el sector financiero puede prestar más de diez dólares y además, acuden a toda suerte de métodos "persuasivos" para que los créditos sean otorgados con criterios políticos y no económicos.
En otras palabras, en el sistema socialista actual el sector financiero puede darle la vuelta al dinero sin ningún respaldo en términos de ahorro real y deben prestarle a quienes no tienen una suficiente capacidad de pago. Y obtener como premio más utilidades de las razonables durante el ciclo expansivo de creación de las burbujas.
¡Pero no sólo eso! Si por alguna razón la cadena de pagos se interrumpe, los gobiernos actuales salen a respaldar los depósitos de los ahorradores y a subsidiar a los prestatarios, así como a sacar del atolladero a los inversionistas del sector financiero. Es ni más ni menos la aplicación de aquel otro añejo sueño socialista según el cual hay que eliminar el riesgo de toda actividad económica, en este caso la financiera, utilizando a la agencia del Estado para evitar que ninguno de los protagonistas involucrados responda por sus decisiones y acciones.
Naturalmente si el sector financiero puede prestar más de diez veces su capital y si los gobiernos garantizan que al final de cuentas ahorradores, prestatarios e inversionistas serán rescatados, entonces, por qué sorprenderse de la proliferación de malos préstamos y de la quiebra de los bancos e instituciones financieras involucrados, una vez que a estos carruseles de la alegría se les acaba la cuerda.
No sobra repetirlo una y otra vez: ni los insostenibles déficit fiscales actuales, ni las deudas públicas y privadas desproporcionadas, ni la emisión monetaria con la cual se busca alargar artificialmente la duración de las burbujas financieras, ni las pesadas regulaciones y tributos que asfixian el espíritu de emprendimiento de los pueblos, nada de eso hace parte de un sistema capitalista bien entendido, sino que por el contrario son elementos constitutivos del marco institucional y político que caracteriza al socialismo moderno.
Se trata de un socialismo voraz cuyos administradores se asemejan al perro que sufre de piquiña y que para solucionar su molestia intenta, con empeño digno de mejor suerte, morderse su propia cola.