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Jorge Ospina Sardi

 

Los costos laborales se han convertido en variable decisiva de los éxitos o fracasos de empresas y negocios debido a las persistentes y continuadas sobre valoraciones de los aportes de trabajadores y empleados a los procesos productivos.

 

Son varias las causas que originan estas sobre valoraciones. Los mercados laborales son regulados por legislaciones e intervenciones directas de los gobiernos, todas ellas dirigidas a engrandecer y encumbrar los intereses de trabajadores y empleados.

 

Se trata de una infinidad de barreras y disposiciones que inciden a su favor en temas como los niveles salariales y sus aumentos, las indemnizaciones por despidos, las licencias de maternidad y por enfermedades, la duración de las jornadas laborales y de las vacaciones, las contribuciones a la seguridad social, y otras que se quedan en el tintero. 

 

A estos controles e interferencias en el mercado laboral se agregan elementos de carácter ideológico y cultural. En los medios de comunicación, en películas y novelas y en las redes sociales se propaga insistentemente la idea que trabajadores y empleados son explotados y abusados por capitalistas y empresarios. Se trata de uno de esos temas donde las emociones nublan la realidad de interpretaciones y ejecutorias.

 

Como si todo lo anterior fuera poco, en la literatura que aborda temas de administración ha hecho carrera la muy cuestionable tesis según la cual las empresas, para optimizar sus rendimientos, deben tratar a sus trabajadores y empleados como si fueran miembros de una misma familia. Que deben responsabilizarse de su bienestar no solo en lo material sino también en lo espiritual. Que deben procurar hacerlos felices. Que deben constituirse en unas especies de “guarderías para adultos”. 

 

 

Esta situación ha alcanzado un punto en el cual se puede afirmar sin reparo que son los trabajadores y empleados quienes “explotan” a capitalistas y empresarios y no al revés. Y en realidad, si por las distintas circunstancias que se mencionaron atrás sus remuneraciones superan a sus aportes, entonces no queda de otra que caracterizarlos como “explotadores”. 

 

Un efecto pernicioso del ensalzamiento de los méritos de trabajadores y empleados es una confusión sobre el verdadero papel que desempeñan en los procesos productivos. Ahondemos en la naturaleza de esta confusión.

 

La razón de ser de las empresas no son sus trabajadores y empleados. Son, por un lado, los clientes que demandan los bienes y servicios que ellas producen. Por el otro, los dueños que por su cuenta y riesgo han sufragado los costos y han coordinado los esfuerzos productivos necesarios para hacerlas realidad.

 

Los trabajadores y empleados solo participan en los procesos productivos con aportes puntuales sin asumir los riesgos de los resultados finales. Esos aportes puntuales deben ser remunerados por lo que son y nada mas. No son el fruto de compromisos que semejan a los de una especie de “matrimonio de por vida”.

 

Los capitalistas y empresarios que crean, organizan y dirigen las empresas no lo hacen con el objetivo de generar empleo sino en búsqueda de unas inciertas utilidades que dependen de la debida atención a las demandas de sus clientes.

 

Es cierto que los trabajadores y empleados que participan en ese empeño pueden tener la esperanza de obtener un ingreso seguro durante un tiempo y promociones a futuro. Pero nadie les puede garantizar que esto se dará porque todo depende finalmente de las trayectorias financieras de las empresas donde laboran.

 

Si las empresas retribuyen a sus trabajadores y empleados mas allá de lo que ellos puntualmente aportan, entonces su viabilidad financiera queda comprometida. Y si fracasan el barco se hunde con ellos a bordo, no hay nada que hacer. Quedan pulverizados sus supuestos “derechos adquiridos” en relación con niveles salariales y permanencias en los empleos. 

 

 

Se sabe que alrededor de 90% de las nuevas empresas fracasan o no prosperan y que una de las razones para que ello sea así es que sus costos laborales (salarios + honorarios + gastos generales) tienden a ser excesivos en relación con las ventas que logran.

 

Se podría argumentar que no es una cuestión de costos laborales sino, por ejemplo, de fallas en el área comercial. Pero este enfoque es equivocado porque los esfuerzos comerciales no deben y no tienen porque estructurarse en función de la necesidad de pagar unas nóminas y unos costos laborales exagerados e insostenibles. 

 

Lo primero es lo primero: la nómina y los costos laborales deben ser consecuentes con los volúmenes de ventas que se tienen, lo que resulta fundamental para estabilizar y rentabilizar sus operaciones. Si eso no se puede hacer hay que cerrarlas. Si eso se puede hacer entonces el siguiente paso sería, sobre bases mas firmes, intentar aumentar las ventas. 

 

Sin embargo, siempre hay que tener presente que en ninguna empresa se justifica incrementar producciones y ventas sacrificando rentabilidades. En vista de la muy marcada tendencia actual a las sobre valoraciones, solo es aconsejable hacerlo si el aumento relativo de las ventas es mayor al aumento relativo de los costos laborales. 

 

En otras palabras, no hay otro camino para capitalistas y empresarios que centrarse en acrecentar en términos reales las ventas por trabajador o empleado. Elevar las productividades laborales se ha convertido hoy por hoy en una condición sine que non para sobrevivir y prosperar. 

 

 

No es posible evitar estancamientos en sociedades donde predominan y se imponen creencias conducentes a sobre proteger a trabajadores y empleados y a inflar artificialmente sus remuneraciones. La razón fundamental es que en esos entornos la mayoría de los negocios dejan de ser rentables, los capitales se retraen y se escabullen hacia otros destinos, y los trabajadores y empleados terminan inmiscuyéndose en decisiones que no son las suyas y para las cuales no están preparados.

 

En esas sociedades se confunden trágicamente los roles, todos se sienten sabiondos y opinan sobre temas que desconocen, todos se arrogan el derecho a apropiarse de los frutos de éxitos ajenos. Al poco tiempo, sin embargo, la dura realidad “enseña los dientes” y una improvisación generalizada termina por enseñorearse a lo largo y ancho de la economía y en el mundo de los negocios.