En el primer trimestre de 2019 creció a una tasa anual de 3,2%. El desempleo cayó a 3,6%, un nivel que no se había registrado desde 1969.
Prácticamente ningún analista había pronosticado tan buen desempeño a comienzos de este año. Incluso, después de la leve desaceleración que se presentó en el último trimestre de 2018 cuando el PIB aumentó a una tasa anual de 2,2%, algunos pronosticaron que esa desaceleración continuaría durante el actual primer semestre.
Parte del mayor dinamismo obedeció a aumentos de inventarios y a unas menores importaciones, lo que ha llevado a los mas pesimistas a pronosticar que este crecimiento no es del todo sostenible, pero las cifras de desempleo y los incrementos que se han dado en el ingreso real de los asalariados sugiere lo opuesto.
De todas maneras, el hecho de que en el primer trimestre se revertió la tendencia a la desaceleración es una noticia muy positiva, que se refuerza con indicios de una reactivación del consumo de hogares a partir de marzo.
Lo cierto es que el crecimiento económico promedio superior a 3% anual desde que Donald Trump hizo un drástico viraje en las políticas económicas del gobierno federal de Estados Unidos, contrasta con el lánguido 1,5% anual de la era Obama y con el 0,4% anual que últimamente ha registrado la Unión Europea.
Reducciones significativas de impuestos, desregulación masiva, fuerte impulso al sector energético y ajustes importantes en la política comercial, han contribuido a que Estados Unidos se convierta nuevamente en el motor de la economía mundial y en el país desarrollado que actualmente mas atrae inversión extranjera.
Incluso los mas optimistas consideran que si la Reserva Federal no aumenta las tasas de interés, lo que parece será el caso dado que la inflación se encuentra controlada, el crecimiento económico podría alcanzar un 4% anual. Esto, para una economía desarrollada del tamaño de la norteamericana, sería un desempeño sencillamente espectacular.