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Jorge Ospina Sardi

 

La historia de la humanidad está signada por el permanente enfrentamiento entre distintos tipos de codicias, y especialmente entre las constructivas que tienen lugar en la esfera de lo voluntario y las parasitarias que tienen lugar en la esfera de lo obligatorio. 

 

El progreso se da cuando las codicias constructivas aventajan a las parasitarias. Cuando eso no sucede y estas últimas imponen su ley, las comunidades se estancan o retroceden no solo en lo económico sino también en lo social y cultural. 

 

La codicia o avaricia se define, en forma general, "como un deseo vehemente o excesivo de poseer algo, especialmente riquezas." Otra definición que se encuentra en las redes sociales es la de "un deseo insaciable de ganancia material (ya sea comida, dinero, tierra o posesiones animadas o inanimadas) o de valor social, como estatus o poder."

 

Desde un punto de vista religioso tradicional, la codicia es uno de los siete pecados capitales. Los otros seis son la soberbia, la lujuria, la ira, la gula, la envidia y la pereza. Ningún ser humano se libra de excederse con ellos, en menor o mayor grado. En realidad, todos ellos expresan el abuso de inclinaciones o propensiones que son propias de la condición humana y que en justas dimensiones son esenciales para la supervivencia y progreso de la especie. Todos ellos son el fruto de excesos. 

 

En el caso de la codicia, al igual que en el caso de los otros seis pecados capitales, no podríamos avanzar o progresar, tanto a nivel individual o desde el punto de vista comunitario, sin esos deseos a poseer y acumular riqueza. Se trata de una aspiración que se encuentra en todo ser humano consistente en una búsqueda sin fin para mejorar su situación actual y futura, cualquiera que ella sea. 

 

Eso no quiere decir que todos los seres humanos tengan éxito en ese empeño. Incluso los hay muchos que movidos por esta inclinación o propensión se embarcan en acciones que producen resultados negativos. Sobre esto no hay lugar a engaños: hace parte de la condición humana errar o equivocarse en la selección de medios para alcanzar fines, así como culpar a terceros por los malos resultados de las decisiones propias.

 

 

La codicia se presenta con distintos ropajes. En sus formas mas primitivas el medio preferido para satisfacerla es el uso de la fuerza bruta. Apropiarse con el uso de la fuerza y la violencia de los bienes ajenos ha sido una de las maneras preferidas de satisfacerla. 

 

La expoliación y despojo por la fuerza de bienes ajenos ha sido la norma en la mayor parte de la historia conocida de la humanidad. Sobre esto hay que ser realistas. El ser humano es por naturaleza un gran depredador. Cuando no se tiene una idea clara de cómo es la naturaleza humana, cuando se cree que sus aspectos positivos son los dominantes, el auto engaño y sus costosas secuelas están a la vuelta de la esquina.

 

El control a esa naturaleza depredadora del ser humano es condición necesaria para la defensa de las libertades individuales. La razón de que ello sea así es muy simple. Solamente sé es libre en entornos donde las decisiones son voluntarias y no el resultado de imposiciones de distinto tipo. Y mucho menos cuando esas decisiones son alteradas por el uso de la fuerza y la violencia de una de las partes. Si las decisiones no son voluntarias sino obligatorias, es imposible alcanzar unos mínimos grados de libertad.

 

Solamente en la esfera de lo voluntario es que se posibilitan y materializan unas libertades que se basan en el respeto a los derechos de otros seres  humanos, tal como ellos ya están definidos en diferentes códigos y leyes. 

 

En principio, el entorno en el que le corresponde vivir a cada quien, es el que establece unos limites. Por ejemplo, hay entornos muy restringidos en el acceso a medios materiales. Pero siempre y cuando la esfera de lo voluntario sea la que predomine, se crean las condiciones para que surjan y se consoliden las libertades individuales. 

 

Incluso se puede argumentar que las libertades se encogen en comunidades económicamente avanzadas donde, a pesar que no son tan escasos los medios materiales, impera la esfera de lo obligatorio debido a regulaciones gubernamentales de toda clase, a expoliaciones a través de impuestos excesivos, y a restricciones a la libertad de expresión.

 

Las clases políticas y los gobiernos que ellas administran trascienden, penetran y desconfiguran las esferas de las actividades voluntarias. Por eso, el énfasis de los partidarios de la libertad es restrigir al máximo su campo de acción. Por eso políticos y gobiernos deben ser considerados como un 'mal necesario' y no como constructores de panaceas que es la idea que transmiten a la opinión pública y que tantos ingenuos acatan sin cuestionmientos alguno. 

 

 

La esencia depredadora de políticos y gobiernos se manifiesta en distintas formas. Guerras, corrupciones y corruptelas, altas tributaciones  e infinidad de controles a negocios, riquezas y movimientos de capitales privados. Pero, ¿quién está detrás de todo eso?

 

Básicamente las clases políticas y grupos que usufructúan y se lucran con el control y manipulación de los poderes públicos. Los que usan a los gobiernos para defender posiciones monopolísticas y restringir la competencia. Quienes reciben dineros públicos sin aportar o contribuir a la economía a pesar de estar en condiciones de hacerlo. La lista es interminable. 

 

Unos de los aspectos mas despreciables de la depredación emprendida a través de gobiernos es el uso de un lenguaje completamente equívoco dirigido a justificar lo injustificable. Simulan que esa depredación no lo es, y si lo es es porque es un accidente ocasional, mientras condenan la que tiene lugar en la esfera de lo voluntario. A esta última le atribuyen los principales problemas y males que aquejan a las comunidades.

 

La codicia altamente depredadora de quienes controlan y administran a los gobiernos es presentada como regida por principios nobles y como necesaria para redenciones de la condición humana. Se la envuelve en el manto del 'bien común', de la 'justicia social', de la 'igualdad de géneros, culturas, ingresos y riquezas', de la 'lucha contra el cambio climático' y de 'la salvación del planeta', ni mas ni menos.

 

Todos estos grandiosos y rimbonbamtes objetivos son los que promueven políticos y gobiernos para crear confusión sobre sus verdaderas motivaciones y para legitimar sus desmedidos afanes por crecientes poderes. Para justificar sus involucramientos e intervenciones en el diario vivir de individuos, negocios y emprendimientos. Pero esto no es lo peor. 

 

Estas clases políticas y los gobiernos que ellas administran emplean tales mensajes para camuflar el uso de dineros públicos en su beneficio. Para enmascarar el desvío hacia sus bolsillos y los de parentelas y personas pertenecientes a sus 'roscas', de unos recursos que provienen de esfuerzos productivos ajenos. 

 

 

Entre mas ambiciosos los objetivos que plantean, entre mas loables, ostentosos y pomposos, mayor debería ser el escepticismo sobre sus verdaderas intenciones. Las mas dañinas y parasitarias codicias son las que están detrás de esas huecas y ridículas promesas de rescatar a las poblaciones de problemas y desgracias con freecuencia causadas por ellos mismos. 

 

Como se insinuó al comienzo de este ensayo, todos somos codiciosos. ¡Que tire la primera piedra quien no lo sea! Pero es sorprendente como los mas codiciosos, los que se esconden en una grandilocuente verborrea para disfrazar sus corruptas y destructivas intenciones, critiquen la codicia de quienes la emplean de manera constructiva y en beneficio de la población en general.

 

La codicia constructiva es la que se mueve por objetivos concretos y próximos, la que tiene lugar en intercambios voluntarios de bienes o servicios, y cuya satist¡facción depende de la provisión de utilidades demandadas por terceros. Son hasta cierto punto medibles los costos y beneficios de su impacto sobre mercados, empresas y negocios. 

 

En patético contraste, son indeterminables los resultados de la parasitaria codicia de las clases políticas y de los gobiernos que ellas administran. Ahí el dinero no es de nadie. La rendición de cuentas es mínima o nula. Cuando no hay resultados sobran las excusas. Cuando se destapan las corrupciones se anuncian 'investigaciones exhaustivas' que nunca llegan a conclusiones firmes. 

 

Por el contrario, en las actividades voluntarias privadas hay una continua y permanente rendición de cuentas. Los dineros tienen dueño. Se pagan las consecuencias de las malas decisiones. Los robos y las desviaciones inapropiadas de recursos  se traducen en el cierre de empresas y negocios. 

 

La mas importante diferencia, sin embargo, es que en los mercados donde prevalece la esfera de lo voluntario, en los mercados libres por llamarlos de otra manera, es donde mejor se atienden las necesidades manifiestas de la población. Ahí fracasan y se abandonan los esfuerzos que no satisfacen esas necesidades. En la esfera de lo voluntario las codicias son las parteras de procesos de creación de riqueza que benefician tanto a productores como consumidores. 

 

Pero en el caso de las clases políticas y de los gobiernos que ellas administran, las codicias son las parteras de relacionamientos no voluntarios en el que se recurre al uso del monopolio de la fuerza. Ahí de lo que se trata es de aumentar burocracias, regulaciones y reglamentaciones. De expoliar las riquezas de las comunidades a través de crecientes impuestos e inflaciones. De contratar sin importar la conveniencia del gasto y su eficacia en la atención de las necesidades mas sentidas de las poblaciones. 

 

 

Dadas las dificultades para manterner a raya las codicias parasitarias de las clases políticas y de los gobiernos que ellas administran, es de sentido común limitar lo mas que se pueda el alcance de sus atribuciones. No creer en cuentos de hadas sino en ejecutorias. Ha pasado mucha agua debajo del puente como para 'tragarse el cuento' de quienes se 'rasgan las vestiduras' por la codicia ajena, siendo ellos quienes mas la padecen. 

 

Las corrientes políticas que enarbolan la bandera de un creciente estatismo para combatir la codicia por lo general son culpables de crear las condiciones propicias para que en las comunidades se impongan las mas parasitarias, las que son altamente destructivas porque se desenvuelven sin límites y controles efectivos y porque asfixian a la esfera de lo voluntario que es la que permite que fructifiquen las mas preciadas libertades individuales y empresariales.