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Este personaje no se ubica del todo dentro del gobierno de Juan Manuel Santos. Sin embargo, gracias al esquema de Unidad Nacional se ha convertido en la principal figura opositora al gobierno.
 
La verdad es que la institución de Vicepresidente se presta a equívocos no solamente en Colombia sino en otros países. No son claras sus funciones en el día al día de un gobierno, especialmente si no ocupa un cargo específico. Termina por involucrarse en temas que son de la directa responsabilidad de ministros y otros altos funcionarios. Y se producen toda clase de cortos circuitos.

Angelino Garzón argumenta que “no soy empleado del gobierno, sino que soy Vicepresidente elegido por voto popular”. Cuestionable por decir lo menos. En algunos países el voto por Vicepresidente es independiente del de Presidente. Y se da la circunstancia de que ambos pueden llegar a pertenecer a corrientes políticas muy diferentes e incluso antagónicas. Si este fuera el caso, Garzón tendría toda la razón.

Pero en la mayoría de los países el ciudadano que vota por Presidente lo hace automáticamente por Vicepresidente. El candidato a Presidente escoge a su compañero de fórmula. Nadie se puede lanzar por iniciativa propia como candidato a Vicepresidente. La gente vota ante todo por Presidente, sin preocuparse demasiado por quien es su acompañante. Los votos que eligen a un Vicepresidente no son del todo suyos.

Así las cosas, en un esquema como el colombiano, el Vicepresidente le debe su elección al Presidente. Se supone, entonces, que hace parte del equipo de gobierno. Puede incluso ser nombrado ministro, por ejemplo. Pero, ¿qué pasa si el Vicepresidente no está de acuerdo con las políticas del Presidente y sus ministros?

Ante todo no parecería correcto que ridiculice y entorpezca las labores de los altos funcionarios del gobierno del cual hace parte, tal como ya se le volvió costumbre a Angelino Garzón. Así fuera solo por la única razón de que debe existir unidad de mando en un gobierno. No puede haber dos cabezas, cada una disparando por su lado. No se trata de que “el derecho a pensar, a opinar, es lo que más tenemos que defender en una democracia”, tal como lo expresa Garzón para justificarse. Nadie le está coartando esta libertad. Puede hacerlo, como también podría hacerlo un ministro o cualquier otro alto funcionario.

Sin embargo, cuando un ministro o cualquier otro alto funcionario no está de acuerdo con las políticas gubernamentales, no le queda otra que renunciar. Y expresar sus opiniones y hacer sus reclamos desde afuera. En esto tiene toda la razón Santos. Pertenecer a una organización, cualquiera que sea su naturaleza, trae sus restricciones y ellas no constituyen violaciones al derecho de pensar o de opinar.

En Colombia, ya existe el antecedente de un Vicepresidente que renunció por no estar de acuerdo con el gobierno al cual pertenecía. Fue Humberto de la Calle en la Presidencia de Ernesto Samper, cuando estalló el escándalo del Proceso 8000. Al final de cuentas, el camino por el que optó De la Calle evitó una crisis de carácter constitucional. Carlos Lemos fue nombrado en su reemplazo y hasta allí llegó la historia. Pero el caso actual de Garzón no es dramático como lo fuera en su momento una crisis que casi llevó a la renuncia del propio Presidente.

A diferencia de ese entonces, el gobierno de Santos no enfrenta crisis alguna de legitimidad. Es el propio Garzón el que ha armado la tormenta en un vaso de agua. “Si el Presidente me quita las funciones, me tendré que ir con el cargo a la casa, pero sin perder el derecho a opinar”. O sea, no renunciaría y seguiría haciendo oposición.

Existen antecedentes en países de América Latina de Vicepresidentes que se han convertido en los más fieros opositores de los Presidentes que los escogieron como compañeros de fórmulas. En general, sin muchos dividendos políticos para estos díscolos Vicepresidentes, especialmente en ausencia de grandes crisis y cuando los Presidentes están ejerciendo decorosamente sus funciones.

El díscolo Garzón debería renunciar e irse a una oficina particular a despachar como opositor del gobierno de Santos. Dejar esa actitud tan característica de los líderes sindicales de hacerse la víctima todo el tiempo. E intentar llenar un vacío de liderazgo, dado que la gran mayoría de los partidos políticos que perdieron las pasadas elecciones resolvieron cobardemente ingresar a la coalición de gobierno.

Colombia es actualmente un país sin oposición. Mejor dicho, es un país sui generis en el cual ningún partido importante tiene el coraje de hacer una verdadera oposición. En el cual la única voz discordante es la de un Vicepresidente que tampoco tiene la valentía de renunciar para ejercerla desde donde ella se debe ejercer, es decir, por fuera del gobierno.  

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