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Lo que le ha pasado a Sidor ilustra lo que ha sucedido con estas nacionalizaciones, las que han contado con un irrestricto apoyo sindical.
 
No hay una sola empresa nacionalizada o expropiada por el gobierno de Hugo Chávez que no esté con saldo rojo o que esté produciendo más que antes. Siderúrgica del Orinoco (Sidor) es un buen ejemplo. Su administración y mayoría accionaria le fue arrebatada a Ternium, perteneciente al grupo ítalo argentino Techint, por allá a finales de 2007. Con bombos y platillos se le entregó su manejo a funcionarios públicos y a los sindicatos.

Al poco tiempo se convirtió en una empresa zombie: una que no es de nadie y que no tiene doliente. O mejor dicho, que si tiene un doliente, pero uno que no siente directamente el impacto de su fracaso. Si Sidor deja de producir, se acaba una fuente de recursos y de empleo productivo para Venezuela. Si Sidor opera a pérdida, alguien la tiene que subsidiar, y ese alguien es el gobierno venezolano, con recursos que son de todos los venezolanos.

Lo que Sidor ha dejado de producir y los subsidios que se le han inyectado para mantenerla a flote, son recursos con un costo de oportunidad: recursos que pueden emplearse en otros fines útiles para la sociedad. La repetición de casos como el de Sidor a lo largo y ancho de la economía venezolana constituye una considerable pérdida tanto para el país como para su población. Pero se trata de una pérdida que es absorbida por muchos y de manera indirecta, por lo que hay millones de venezolanos que no se dan por aludidos de que este proceso de nacionalizaciones y expropiaciones atenta contra su nivel de vida y su futuro económico.

Pues bien, Nerlo Fuentes, secretario de empleados y técnicos del Sindicato Único de Trabajadores Siderúrgicos (Sutiss), se atrevió a denunciar el deterioro de Sidor tras la nacionalización. La Sidor privada producía 4.3 millones de toneladas métricas anuales de acero, en tanto que la Sidor nacionalizada difícilmente alcanzará en 2010 una producción de 0.4 millones de toneladas.

Para el directivo sindical la nacionalización sólo ha dejado “un mejor trato humano, pero más nada.” En realidad lo que la nacionalización ha dejado es una empresa, que luego de haber sido la más importante siderúrgica de los países andinos, es hoy por hoy objeto de burla en círculos relacionados con el negocio internacional del acero.

Después de esa nacionalización, Sidor tuvo que absorber la bobadita de 1.600 trabajadores terciarizados, los que se adicionaron a los 8.000 que estaban contratados como empleados. Un mayor número de trabajadores y una casi nula producción. ¡Qué logro!

De hecho, según Fuentes, durante los últimos dos años las finanzas de la empresa se han mantenido “como una caja negra” y se reportan con saldo rojo desde la estatización. ¿Qué otra cosa imaginaba este sindicalista que sucedería con Sidor?

Los trabajadores de Sidor ya no viven de lo que producen, pues no producen casi nada, sino de la limosna del gobierno. Nerlo Fuentes anota que “los beneficios que encerró la mejor convención colectiva que tanto celebramos no se están cumpliendo ninguno”. De modo que este sindicalista y los demás que promovieron la nacionalización esperaban recibir los mayores beneficios de su historia laboral con una empresa en franco deterioro productivo. Es decir, se sienten con el derecho a ganar más de lo que ganaban, que ya era bastante, produciendo una décima parte de lo que producían. ¡En qué planeta viven!

En este momento los trabajadores de Sidor no tienen asegurado nada. La limosna de un gobierno quebrado no es una fuente confiable de pago. Su empresa está postrada, por decir lo menos. Dejó de ser para siempre la gallina de los huevos de oro que garantizaba altos salarios y repartición de utilidades. Ponerla a producir como lo hizo hasta 2007, probablemente costará más de lo que ella misma vale en las actuales circunstancias. Estos miopes sindicalistas se quedaron con unos hornos que se desvalorizan día a día, y más nada.

En lugar de estar ocupados en la producción de láminas de acero, estos sindicalistas podrán ahora dedicarse a jugar ajedrez o dominó. ¡Qué buen trato humano el que reciben!