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A los intelectuales amigos del gobierno de Juan Manuel Santos, la mayoría bogotanos, se los ve manfifios cuando tocan el tema de las negociaciones de La Habana con las Farc.
 
Manfifio aparece definido en el Breve diccionario de colombianismos de la Academia Colombiana de la Lengua como “equivocado o confuso”. Como ejemplo la Academia pone “quedó manfifio con tanto chisme”. Lo que aplicaría a estos intelectuales bogotanos es que “están manfifios con tanta paz”.

No es sino leer las columnas de opinión de los diarios capitalinos para darse cuenta de lo manfifios que se han vuelto. La idea básica de estos intelectuales es la de que, como lo anota Carlos Caballero Argáez, “el interés nacional es poner fin al conflicto armado por la vía de la negociación, como viene haciéndose en las conversaciones de La Habana” (“Hay que modificar el status quo”, diario El Tiempo, 31 de mayo de 2014).

En su columna Caballero cita extensamente al politólogo francés Daniel Pécaut y por ningún lado menciona directamente a las Farc. En realidad esta omisión es curiosa, porque la negociación es con una organización narcoterrorista llamada Farc. Ella es la contraparte y no unos angelitos descarriados. Ella es la que le ha declarado la guerra al país y no al revés.

No es propiamente que Colombia esté en una guerra civil. El propio Pécaut lo reconoce: “el conflicto armado ya no le molesta a la gente de las grandes ciudades puesto que solo afecta a las periferias de Colombia”. Y habría que aclararle al francés que no solamente en las grandes ciudades: también en muchas áreas rurales que fueron recuperadas de la violencia. Esto coincide con la prioridad que los electores le dan al tema de “la paz” en las encuestas, en donde aparece en quinto o sexto lugar.

Se podría argumentar que el éxito en combatir a las Farc elevó al país de “un equilibrio de bajo nivel”, en que cree Caballero que Colombia todavía se encuentra, a “un equilibrio de mas alto nivel”, lo que este intelectual no reconoce. Se ha puesto de moda entre los intelectuales, y especialmente los intelectuales bogotanos, desconocer la Colombia muy distinta que dejó Álvaro Uribe luego de combatir eficazmente las acciones criminales de las Farc y de otras organizaciones al margen de la ley.   

Caballero acoge una tesis que es muy problemática. Es el cuento de que hay unos intereses que desean mantener la guerra o el conflicto armado. Pero para Pécaut y Caballero esos intereses no son los de las Farc sino los de quienes se oponen al actual proceso de negociaciones en La Habana. Se trata de la propaganda electoral que ha difundido el gobierno de Santos y que tan dócilmente ha sido amplificada por estos intelectuales y por algunos medios de comunicación.  

En primer lugar, la gran mayoría de los contradictores de las actuales negociaciones con las Farc no son enemigos per se de “la paz”. Simplemente no ven que este sea el camino mas eficaz para liberar las partes del territorio nacional que están todavía bajo el control de esta organización narcoterrorista. Consideran que las Farc no han dado señales claras de su voluntad de paz, que están aprovechándose de la buena fe de los negociadores para extender nuevamente sus actividades criminales, y que si se continua en este proceso que ya lleva dos años hay que, por lo menos, imponer plazos y condiciones verificables.

Esta última no es una posición “irracional” como pretenden hacerlo ver Caballero y los demás intelectuales. La historia de las negociaciones con las Farc, su involucramiento hasta los tuétanos en actividades como el narcotráfico y la minería ilegal, y el permanente apoyo que recibe del gobierno de Venezuela, indica que esta es la posición mas razonable. La otra posición, la de los intelectuales, es básicamente “pensar con el deseo” y caer en la falsa ilusión de que actualmente existen las condiciones para convertir a Colombia en un remanso de paz y armonía social. Es, en últimas, no enfrentar la realidad por lo que es.

Las Farc siempre han jugado con la sensibilidad de personas como estos intelectuales. Se presentan como unas víctimas del “sistema”. Como luchadores por unas “legítimas” reivindicaciones sociales. Se visten con piel de oveja y expresan su voluntad de llegar a acuerdos. Sin embargo, nunca en negociaciones previas y en la actual han estado dispuestas a abandonar aquella postura de que “el fin justifica todos los medios” y su corolario de que son válidas “todas las formas de lucha”.

Quienes se sientan enfrente a negociar en representación del gobierno no se rigen por estos tenebrosos principios, lo que al final de cuentas hace muy difícil sino imposible hablar en el mismo idioma.

A diferencia de otras organizaciones de ideología izquierdista, las Farc son manejadas por marxistas estalinistas irredentos. Los mismos que se tomaron el poder en Venezuela y que acabaron con la economía y las instituciones democráticas de ese país. Los conceptos básicos de la política, como los de “democracia”, “justicia”, “libertades económicas”, y todos los demás, significan cosas muy distintas para las dos partes sentadas en La Habana.

Por eso lo mas racional es ser realista con estas negociaciones. Hablar en abstracto sobre “la paz”, pensar que gracias a las negociaciones de La Habana Colombia se convertirá como por arte de magia en un país sin narcotráfico ni minería ilegal, sin bandas armadas en su periferia y con posibilidades de reducciones sustanciales en el gasto militar y de policía, luce utópico por decir lo menos. Es caer nuevamente en esas posiciones intelectuales manfifias que se aplicaron con tan malos resultados en el pasado cuando se dieron otras negociaciones con las Farc.