Pretende que la política fiscal de los países se maneje desde Bruselas. Capitaliza fondos sin especificar de dónde provendrán los recursos. Mantiene el euro en países poco competitivos.
En otras palabras, este acuerdo promovido por Alemania y Francia es un esperpento. Es cierto que un componente importante de la crisis económica europea es fiscal. En eso tiene razón Alemania. Pero detrás del problema fiscal está el modelo social demócrata, uno que defienden a capa y espada tanto Alemania como Francia. El abuso de ese modelo, en medio de una irreversible tendencia demográfica de envejecimiento de la población, lleva a una insostenibilidad fiscal como la que actualmente padecen los países.
Revertir lo que por décadas los políticos europeos, incluidos los de los países periféricos, han presentado como grandes logros y conquistas sociales, es una decisión de fondo que obviamente no se podrá tomar desde un escritorio en Bruselas. No es simplemente una cuestión de “exigir” y “multar” a los países que incumplan con las metas fiscales, como lo pretende el nuevo acuerdo.
Antes de ese acuerdo, ya existían compromisos fiscales y sanciones, las que fueron completamente inoperantes. Difícil creer que las de ahora si funcionarán, especialmente si las economías permanecen estancadas y si el descontento político aumenta. Más aún si se le sigue vendiendo a la población la idea de que es poseedora de un derecho inalienable a recibir toda clase de regalos, prebendas y beneficios, simplemente por el hecho de ser europeos, sin necesidad alguna de merecerlos con el sudor de la frente como el resto de los mortales del planeta.
Ante la disparidad de productividades y fortalezas de las diferentes economías adscritas a una moneda fuerte como es el euro, y ante la aplicación y extensión del mismo costoso modelo social demócrata a todos los países por igual, es inevitable que aquellos más débiles solo puedan sobreaguar con grandes subsidios y préstamos. Pero como los estratosféricos niveles de deuda ya no permiten la absorción de préstamos adicionales, ni los escandalosos déficit fiscales permiten aumentar y ni siquiera mantener los subsidios, entonces el intento por salvar el euro luce realmente desenfocado.
Con la prolongación del euro, la brecha entre los países más fuertes y los menos productivos se ampliará. La población de los más fuertes reaccionará negativamente ante los rescates de los más débiles. Y estos últimos, no solamente habrán perdido la escasa capacidad de manejo económico que disponían, sino que estarán condenados a sobrellevar la crisis con una moneda fuerte y con el peso de las innumerables regulaciones burocráticas y los altos impuestos que exige Bruselas.
Aparte de lo anterior, el nuevo esperpento contempla prestarle US$200.0000 millones al Fondo Monetario Internacional (FMI) para que esta entidad los preste de vuelta a los países más acosados y angustiados de la Comunidad Europea. No se sabe el por qué de la vuelta que darán estos recursos, pero el punto se entiende si se tiene en cuenta el sesgo burocrático de los personajes que diseñaron el esquema y la necesidad que tienen de darse importancia y de justificar sus puestos.
Además, se acordó el apoyo del Banco Central Europeo (BCE) al Fondo Europeo de Estabilidad Financiera (ESFS), así como darle vida a un espécimen llamado Mecanismo Europeo de Estabilidad (MEE) con una capitalización de US$500.000 millones.
Mejor no preguntar de dónde saldrá el dinero para el MEE. Eso es irrelevante para los políticos europeos y los burócratas de Bruselas. Gobiernos ya quebrados prestarán más para conseguir los recursos requeridos para la capitalización de este fondo, el que a su vez prestará a los gobiernos más quebrados entre los quebrados.
Vueltas y revueltas de los dineros entre una maraña de instituciones gubernamentales y multinacionales, todo para dar la impresión que los problemas se están resolviendo, sin que en realidad se llegue al fondo de la cuestión. Para descrestar calentanos, como se dice en Colombia. Pero los mercados no son tan calentanos y lo más probable es que en poco tiempo vuelvan a poner en duda la supervivencia de una eurozona que no es rescatable con esperpentos como el recientemente aprobado.
(Advertencia: lanota.com sólo utiliza este nombre. No tiene relación alguna con portales o empresas que emplean la palabra lanota en otras combinaciones de nombres).
Revertir lo que por décadas los políticos europeos, incluidos los de los países periféricos, han presentado como grandes logros y conquistas sociales, es una decisión de fondo que obviamente no se podrá tomar desde un escritorio en Bruselas. No es simplemente una cuestión de “exigir” y “multar” a los países que incumplan con las metas fiscales, como lo pretende el nuevo acuerdo.
Antes de ese acuerdo, ya existían compromisos fiscales y sanciones, las que fueron completamente inoperantes. Difícil creer que las de ahora si funcionarán, especialmente si las economías permanecen estancadas y si el descontento político aumenta. Más aún si se le sigue vendiendo a la población la idea de que es poseedora de un derecho inalienable a recibir toda clase de regalos, prebendas y beneficios, simplemente por el hecho de ser europeos, sin necesidad alguna de merecerlos con el sudor de la frente como el resto de los mortales del planeta.
Ante la disparidad de productividades y fortalezas de las diferentes economías adscritas a una moneda fuerte como es el euro, y ante la aplicación y extensión del mismo costoso modelo social demócrata a todos los países por igual, es inevitable que aquellos más débiles solo puedan sobreaguar con grandes subsidios y préstamos. Pero como los estratosféricos niveles de deuda ya no permiten la absorción de préstamos adicionales, ni los escandalosos déficit fiscales permiten aumentar y ni siquiera mantener los subsidios, entonces el intento por salvar el euro luce realmente desenfocado.
Con la prolongación del euro, la brecha entre los países más fuertes y los menos productivos se ampliará. La población de los más fuertes reaccionará negativamente ante los rescates de los más débiles. Y estos últimos, no solamente habrán perdido la escasa capacidad de manejo económico que disponían, sino que estarán condenados a sobrellevar la crisis con una moneda fuerte y con el peso de las innumerables regulaciones burocráticas y los altos impuestos que exige Bruselas.
Aparte de lo anterior, el nuevo esperpento contempla prestarle US$200.0000 millones al Fondo Monetario Internacional (FMI) para que esta entidad los preste de vuelta a los países más acosados y angustiados de la Comunidad Europea. No se sabe el por qué de la vuelta que darán estos recursos, pero el punto se entiende si se tiene en cuenta el sesgo burocrático de los personajes que diseñaron el esquema y la necesidad que tienen de darse importancia y de justificar sus puestos.
Además, se acordó el apoyo del Banco Central Europeo (BCE) al Fondo Europeo de Estabilidad Financiera (ESFS), así como darle vida a un espécimen llamado Mecanismo Europeo de Estabilidad (MEE) con una capitalización de US$500.000 millones.
Mejor no preguntar de dónde saldrá el dinero para el MEE. Eso es irrelevante para los políticos europeos y los burócratas de Bruselas. Gobiernos ya quebrados prestarán más para conseguir los recursos requeridos para la capitalización de este fondo, el que a su vez prestará a los gobiernos más quebrados entre los quebrados.
Vueltas y revueltas de los dineros entre una maraña de instituciones gubernamentales y multinacionales, todo para dar la impresión que los problemas se están resolviendo, sin que en realidad se llegue al fondo de la cuestión. Para descrestar calentanos, como se dice en Colombia. Pero los mercados no son tan calentanos y lo más probable es que en poco tiempo vuelvan a poner en duda la supervivencia de una eurozona que no es rescatable con esperpentos como el recientemente aprobado.
(Advertencia: lanota.com sólo utiliza este nombre. No tiene relación alguna con portales o empresas que emplean la palabra lanota en otras combinaciones de nombres).