Votar por la oposición en la elección para Asamblea no es hacerlo por un programa de gobierno específico, sino para restablecer un necesario contrapeso democrático.
En Venezuela hay actualmente un dramático desequilibrio entre el gobierno de Hugo Chávez y las fuerzas opositoras. Todas las instituciones de control están en manos del gobierno. Pero no de un gobierno cualquiera, sino de uno poco respetuoso con esos controles y con las instituciones propias de un sistema democrático. De un gobierno que ha abusado de su posición dominante para atropellar y vilipendiar a sus críticos.
Se trata de un gobierno que esconde sus errores y omisiones detrás de descaradas mentiras. Su objetivo, si gana en estas elecciones, es el de cercenar aún más la libertad de prensa y de expresión, con la absurda pretensión de lavarle el cerebro a los venezolanos.
El burdo e ineficiente comunismo que pretende implantar Chávez, similar al prevaleciente en Cuba durante más de 50 años, exige la represión de los opositores, cualquiera que sea su procedencia. En ese sistema, el gobierno se convierte en el exclusivo dueño de empleos y recursos, y su burocracia en la que determina a su capricho lo que a los venezolanos más les conviene.
La única manera de empezar a detener este proceso dirigido a llevar a Venezuela a la edad de piedra, tal como hicieron los hermanos Fidel y Raúl Castro con Cuba, es que la oposición obtenga una mayoría en la Asamblea, o por lo menos un número de diputados similar al del gobierno. Si eso no sucede, continuará la destrucción de la economía venezolana y de sus libertades más preciadas.
No se requieren dos dedos de frente para saber por quién votar. No se trata en esta ocasión de ser más papista que el Papa. Ni más críticos de la oposición de lo que son los personeros del oficialismo. Las fallas y los errores de la oposición, en medio de un entorno nada fácil, son lo de menos en las actuales circunstancias.
Lo único realmente importante en las elecciones del 26 de septiembre es detener a Chávez en sus aspiraciones por imponer un régimen totalitario en Venezuela. Un régimen con el cual busca auto perpetuarse en el poder, sin verse obligado nunca más a responderle al pueblo por abusos y errores.
Se trata de un gobierno que esconde sus errores y omisiones detrás de descaradas mentiras. Su objetivo, si gana en estas elecciones, es el de cercenar aún más la libertad de prensa y de expresión, con la absurda pretensión de lavarle el cerebro a los venezolanos.
El burdo e ineficiente comunismo que pretende implantar Chávez, similar al prevaleciente en Cuba durante más de 50 años, exige la represión de los opositores, cualquiera que sea su procedencia. En ese sistema, el gobierno se convierte en el exclusivo dueño de empleos y recursos, y su burocracia en la que determina a su capricho lo que a los venezolanos más les conviene.
La única manera de empezar a detener este proceso dirigido a llevar a Venezuela a la edad de piedra, tal como hicieron los hermanos Fidel y Raúl Castro con Cuba, es que la oposición obtenga una mayoría en la Asamblea, o por lo menos un número de diputados similar al del gobierno. Si eso no sucede, continuará la destrucción de la economía venezolana y de sus libertades más preciadas.
No se requieren dos dedos de frente para saber por quién votar. No se trata en esta ocasión de ser más papista que el Papa. Ni más críticos de la oposición de lo que son los personeros del oficialismo. Las fallas y los errores de la oposición, en medio de un entorno nada fácil, son lo de menos en las actuales circunstancias.
Lo único realmente importante en las elecciones del 26 de septiembre es detener a Chávez en sus aspiraciones por imponer un régimen totalitario en Venezuela. Un régimen con el cual busca auto perpetuarse en el poder, sin verse obligado nunca más a responderle al pueblo por abusos y errores.