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El Vicepresidente de Colombia Angelino Garzón condenó los atentados más recientes de las FARC. Hace años los colombianos se aburrieron de este tipo de condenas.
 
Garzón condenó un atentado de las FARC en Caldono (departamento de Cauca) que dejó un policía muerto y cuatro heridos. También condenó otro atentado cerca de San Vicente de Caguán (departamento de Caquetá) que dejó dos soldados muertos y dos heridos. Ambos atentados tuvieron lugar en el fin de semana de febrero 26 de 2011.

Lo que importa con estas acciones criminales no son las “condenas” de un personaje como Garzón (y la de otros políticos y altos funcionarios), sino las acciones efectivas de las fuerzas públicas para castigar a los culpables. Bien pudiera ahorrarse Garzón este tipo de pronunciamientos. La gran mayoría de los colombianos, ni más faltaba, condenan cualquier asesinato que tenga lugar en el territorio de su país. Nada agrega que Garzón “condene” a unos de los miles de crímenes que las FARC han cometido en su ya larga historia.

Garzón desempeña un papel curioso en el actual gobierno de Juan Manuel Santos. Una de sus funciones ha sido la de abanderar procesos de acercamiento con las FARC. Es la cara “amable” del gobierno frente a las FARC y a las ONGs que apoyan los supuestos “diálogos” de paz con esta organización narcoterrorista.

Garzón hace parte de esa vieja escuela de políticos y sindicalistas que creen que los conflictos, incluidos los relacionados con las actividades de los grupos al margen de la ley, se solucionan mediante diálogos entre las partes. Básicamente son ingenuos. Creen en la buena fe del interlocutor, una premisa muy cuestionable cuando se trata de criminales que llevan décadas asesinando y enredados en el negocio del narcotráfico, de los secuestros y de las extorsiones, tal como es el caso de las cabecillas de las FARC.

Dialogar por dialogar no hace sentido cuando no hay buena fe de una de las partes o de ambas partes. Cabecillas de las FARC como alias Alfonso Cano no ejecutan acciones terroristas y criminales para lograr objetivos negociables. Estos objetivos, por lo general, son tan vagos y utópicos, que son completamente irrealizables. Su falta de concreción, la imposibilidad práctica de llevarlos a feliz término, es precisamente la cómoda excusa que tienen a la mano estos terroristas para continuar por el sendero de la violencia.

El carácter “grandioso” de la causas que personajes como Cano dicen defender es lo que lleva a algunos no directamente comprometidos a tolerar e inclusive justificar acciones de una barbarie y crueldad increíble.

En último término, la conducta de Cano y de algunos de sus compinches (los que no están ahí por negocio) es impulsada por un proceso de exaltación del YO. Cuando extrema, esa exaltación lleva a considerar que los seres humanos que habitan alrededor son simples objetos manipulables. En aras de esa exaltación del YO, se cometen todos los crímenes imaginables, y hasta los inimaginables.

Terroristas como Cano se abrogan la potestad de disponer de la vida y bienes de los demás como si a ellos no se les aplicara los mismos criterios de justicia que al resto de los mortales. El resto de los mortales, los mortales a su alrededor, no tienen la categoría de seres humanos de carne y hueso. Son “enemigos” en abstracto. Son seres desechables; obstáculos en el camino de la exaltación del YO.

Personajes como Garzón creen que todos los conflictos se refieren al poder que unos ejercen sobre otros. Que esos conflictos son de naturaleza política. Creen, por ejemplo, que la “injusticia social” es algo ante lo cual los terroristas están protestando. Y dado que las condiciones de injusticia no se corrigen definitivamente, la causa que los terroristas dicen defender los conmueve.
 
Habría que preguntarle a Garzón si la existencia de “injusticia social” es excusa suficiente para que los colombianos se asesinen, secuestren y extorsionen entre sí. Si lo hacen impunemente Cano y sus compinches, ¿por qué no tales o cuales otros colombianos? ¿Acaso los terroristas tienen el monopolio de las causas "nobles"? De hecho, fue este tipo de raciocinio, la idea de que suficiente con auto nombrarse defensor de una causa "noble" para tener el derecho de cascarle al vecino, la que estuvo detrás de la creación de los grupos paramilitares.

Es una equivocación asumir que detrás de la conducta antisocial de personajes como Cano está el propósito de convertir en paraíso celestial lo que es un imperfecto mundo terrenal. Los terroristas como Cano saben para sus adentros que ese paraíso celestial es inalcanzable y detestan el arduo y a veces desagradecido esfuerzo que hay que realizar para hacer más próspero y justo el entorno social en el que viven.

Sólo se comprometerán a dialogar y eventualmente a negociar si hay claras conveniencias estratégicas. Pero nada más. Su mundo siempre será completamente abstracto. Es un mundo que sólo existe en sus cabezas. Un mundo totalmente orientado hacia la permanente exaltación del YO, que es lo único que verdaderamente les interesa.

Entonces, el problema con el diálogo y la negociación con terroristas es que es que por esa vía se los situa en el pedestal que ellos mismos han escogido para exaltar sus YO. Se los exonera de ser juzgados con los mismos criterios de justicia que aplica al resto de los mortales. El diálogo les da la razón porque de entrada se acepta que son seres humanos excepcionales no sujetos a las mismas reglas que rigen para el resto de la humanidad.

Con el diálogo, sus crueles y terribles crímenes son perdonados y hasta justificados. La sola invitación al diálogo los reafirma en su creencia de que efectivamente la exaltación de sus YO es aceptada por el resto de la humanidad.

Al final de cuentas, cualquier negociación con terroristas como Cano es una confrontación existencial antes que política. Es una confrontación entre la gran mayoría de seres humanos que restringen y administran sus egos en función de convivir en una sociedad crecientemente diversa y compleja, y unos pocos seres humanos que todo lo ven y analizan bajo la óptica de que lo único que cuenta es su desaforada exaltación del YO.

En esa confrontación existencial, no hay punto de encuentro posible. Nadie va a convencer a nadie. Los que alucinan, los que exaltan el YO hasta el infinito, los que prometen el cielo en la Tierra como medio de promoción de esa exaltación, siempre estarán a la ofensiva y tendrán las de ganar. Actúan como si fueran jueces de la sociedad e intentan culpar de todos los males divinos y humanos a quienes se interponen en su camino. Con el diálogo y la negociación con grupos terroristas como las FARC los pájaros siempre terminan tirándole a las escopetas.

Ni estúpidos que fueran los colombianos para que Garzón los convenza de que no es cierto lo que les ha enseñado la historia reciente de Colombia: que entre crímenes similares, no existen los de mejor abolengo (asesinato es asesinato, secuestro es secuestro y extorsión es extorsión); que las justificaciones del criminal, sean las que sean, no retribuyen los daños y perjuicios ocasionados por el crimen; que el castigo para los criminales debe ser consecuente con los daños y perjuicios que ocasiona su crimen; y que son los fiscales y jueces, y no los políticos, los llamados a negociar con los criminales, obviamente dentro del marco de la Constitución y en cumplimiento de las normas del derecho penal.