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El clima no es predecible como pretenden los modelos actuales. Pero si sabemos cuál sistema económico es más amigable con el medio ambiente.
 
Al igual que en la economía, en el clima intervienen un número infinito de variables conocidas y desconocidas, lo que hace imposible construir modelos que permitan predecir su futura evolución. Con el clima no hay experimentos, ni repetición de escenarios. Se desconoce la importancia relativa que han tenido, que tienen y que tendrán las distintas variables que lo afectan.

Es más, esa importancia relativa se altera en cada punto en el tiempo: el planeta Tierra actual no es el mismo al de hace un hora, ni al de hace un mes, ni al de hace un año, ni al de hace una década. En cada punto en el tiempo hay una nueva combinación de variables, y cada una de ellas se interrelaciona de manera diferente con las otras, lo que permanentemente modifica las importancias relativas de su impacto.

Por lo tanto, todo modelo que proyecte un cambio climático con base en la evolución de una sola variable, por ejemplo, las emisiones CO2, constituye una aberrante simplificación de la realidad. Supone 1) que esa variable es tan importante que otras variables adicionales conocidas y desconocidas que afectan el clima son irrelevantes; y 2) que la importancia relativa de esa variable permanece constante a lo largo del tiempo de predicción.

Un ejemplo del punto (1) es el desconocimiento que actualmente existe sobre el impacto de la actividad solar en el clima. Se sabe que es muy importante. No se sabe, pero se sospecha, que puede ser más importante que las emisiones CO2. Entonces, un modelo que no incorpore la actividad solar, tal como en el caso de los que utiliza Naciones Unidas para pronosticar el supuesto calentamiento global producido por la actuales y próximas emisiones de CO2, está completamente equivocado.

Si son sólo dos variables importantes las que afectan el clima –las emisiones CO2 y la actividad solar– y si el impacto de ambas variables va en la misma dirección –calentamiento global– el tomar una sola de esas variables como la determinante lleva a exagerar o distorsionar seriamente su impacto. Y esto sólo para mencionar dos de varias importantes variables que alteran el clima.

Pero ojalá la discusión terminara ahí. El punto (2) establece que si hay dos variables importantes y aún conociendo su importancia relativa en un punto en el tiempo (lo que no es cierto), eso no no quiere decir que las interrelaciones entre las dos permanezcan invariables. Por ejemplo, la influencia de las emisiones CO2 sobre el clima puede no ser la misma cuando el planeta está sometido a una actividad solar más intensa que cuando esa actividad es menos intensa. Y viceversa.

Y si son más de dos las variables significativas que intervienen en el clima, como de hecho lo son, la cuestión se complica aún más. Todo lo cual lleva a pensar que las proyecciones de los artesanales modelos que ha utilizado Naciones Unidas, y algunos políticos y científicos oportunistas, para asustar a media humanidad sobre la dirección del cambio climático, son, ni más ni menos, una gran mentira.

Obviamente lo anterior no significa que no se deban preferir las tecnologías más limpias a las más sucias y que no se deban realizar significativos esfuerzos por proteger bosques y las fuentes naturales de agua, por ejemplo. Pero como en todo lo relativo a la actividad humana, es preciso cotejar los beneficios con los costos. Si los costos son exorbitantes y si los procedimientos para obtener unas estáticas metas ambientales producen estancamiento o retroceso económico, entonces, la cura puede llegar a ser peor que la enfermedad.   

No se puede condenar de manera irresponsable al sistema económico actual, que le ha brindado a una creciente población humana una calidad de vida sin precedentes, porque en el proceso ha producido una inevitable contaminación. Gracias a ese sistema de relativa libertad económica, que ha generado un cambio tecnológico y un avance científico de proporciones insospechadas hace apenas un siglo, es que es cada vez es mayor el acceso a sistemas productivos más amigables con el medio ambiente.

Optar por sistemas económicos ineficientes, que aumentan la pobreza, que coartan las libertades y que sofocan la creatividad humana, no es la solución para rescatar al planeta de la contaminación que produce toda actividad productiva.

Guste o no guste, la salud del planeta está supeditada a que haya más crecimiento económico, más países ricos, y un ulterior desarrollo de tecnologías que actualmente no están al alcance, pero que si lo estarían con una mayor base de capital. Tal es la única apuesta válida, puesto que sólo ella armoniza las aspiraciones de una creciente población a una superior calidad de vida, con una contaminación cada vez menos influyente en el cambio climático.