En una crónica narra dos encuentros que tuvo con el fallecido jefe de las Farc alias Alfonso Cano. La conclusión es lamentable.
El artículo apareció en el diario El Tiempo (18 de diciembre de 2011). Muchos párrafos para tan poca cosa es una de las críticas que se le puede hacer. En últimas, es un esfuerzo del autor para mostrar el rostro humano de alias Cano y otros guerrilleros con los que se topó primero en Casa Verde (en el departamento de Meta) en 1985 durante el proceso de paz que emprendió el gobierno de Belisario Betancur, y 15 años después en el Caguán durante el proceso de paz del gobierno de Andrés Pastrana.
Lo más interesante de la crónica no es el superficial diálogo que sostuvieron Santos y sus huéspedes, ni la pelea por el título mundial de boxeo que vieron por televisión. Lo que llama la atención es el afán del cronista por quedar bien, por darse pantalla y hacer méritos frente a estos siniestros y oscuros personajes.
En esto de darse pantalla y hacer méritos con los líderes de las Farc, Santos es uno de muchos dentro de la clase dirigente colombiana que durante décadas han usado y abusado de los “diálogos” con el grupo que más daño le ha hecho al país en las últimas cinco décadas. No han sido cientos sino miles los políticos, dirigentes gremiales, obispos, periodistas, y representantes de toda clase de organizaciones no gubernamentales, que han peregrinado a las sedes del secretariado de las Farc.
Todos ellos de primerísimo nivel en representatividad, posición e influencia. Todos ellos pavoneándose por la sola circunstancia de estar presentes en unas reuniones inocuas que nunca condujeron a resultados positivos.
Décadas de peregrinajes, sin que haya importado el mensaje que se ha transmitido tanto al común de los colombianos como a los propios jefes de las Farc. Para estos últimos, se ha tratado de una inequívoca señal de debilidad de las instituciones políticas y sociales colombianas frente a su poderío, uno basado en una muy rentable combinación de formas de delincuencia.
Varios protagonistas de estos peregrinajes atestiguaron sobre la prepotencia de los jefes de las Farc y de sus subalternos. Pero, ¿cómo no iban a volverse prepotentes? Ni que no fueran seres humanos. Era lo mínimo de esperar ante una clase dirigente obsecuente, que permanentemente ha buscado reunirse con ellos para prometerles el oro y el moro.
Con unos dirigentes cuya tesis predominante, cuyo punto de partida, era que las Farc no podían ser derrotadas militarmente y que solo a través de diálogo y concesiones se lograría la mágica transformación de unos siniestros y avezados criminales en ciudadanos ejemplares.
Dicho sea de paso, esta misma creencia fue la que estos dirigentes asumieron en relación con Pablo Escobar y otros jefes de la mafia y del paramilitarismo, con los desastrosos resultados que ya se conocen.
Esta parece ser todavía la posición de Enrique Santos, según se desprende de la conclusión de su crónica. Ahí se queja de que alias Cano, “nunca correspondió como se esperaba a los gestos de un gobierno (el de su hermano) que sí pensó que con él había la posibilidad de concretar una negociación política”.
Sería conveniente y saludable, de una vez por todas y para saber a qué atenerse sobre el futuro de Colombia, qué es exactamente lo que el hermano de Enrique Santos y actual Presidente de la República quiere entregarle a las Farc si llegare a concretarse por enésima vez la farsa de otra “negociación política”.
Lo más interesante de la crónica no es el superficial diálogo que sostuvieron Santos y sus huéspedes, ni la pelea por el título mundial de boxeo que vieron por televisión. Lo que llama la atención es el afán del cronista por quedar bien, por darse pantalla y hacer méritos frente a estos siniestros y oscuros personajes.
En esto de darse pantalla y hacer méritos con los líderes de las Farc, Santos es uno de muchos dentro de la clase dirigente colombiana que durante décadas han usado y abusado de los “diálogos” con el grupo que más daño le ha hecho al país en las últimas cinco décadas. No han sido cientos sino miles los políticos, dirigentes gremiales, obispos, periodistas, y representantes de toda clase de organizaciones no gubernamentales, que han peregrinado a las sedes del secretariado de las Farc.
Todos ellos de primerísimo nivel en representatividad, posición e influencia. Todos ellos pavoneándose por la sola circunstancia de estar presentes en unas reuniones inocuas que nunca condujeron a resultados positivos.
Décadas de peregrinajes, sin que haya importado el mensaje que se ha transmitido tanto al común de los colombianos como a los propios jefes de las Farc. Para estos últimos, se ha tratado de una inequívoca señal de debilidad de las instituciones políticas y sociales colombianas frente a su poderío, uno basado en una muy rentable combinación de formas de delincuencia.
Varios protagonistas de estos peregrinajes atestiguaron sobre la prepotencia de los jefes de las Farc y de sus subalternos. Pero, ¿cómo no iban a volverse prepotentes? Ni que no fueran seres humanos. Era lo mínimo de esperar ante una clase dirigente obsecuente, que permanentemente ha buscado reunirse con ellos para prometerles el oro y el moro.
Con unos dirigentes cuya tesis predominante, cuyo punto de partida, era que las Farc no podían ser derrotadas militarmente y que solo a través de diálogo y concesiones se lograría la mágica transformación de unos siniestros y avezados criminales en ciudadanos ejemplares.
Dicho sea de paso, esta misma creencia fue la que estos dirigentes asumieron en relación con Pablo Escobar y otros jefes de la mafia y del paramilitarismo, con los desastrosos resultados que ya se conocen.
Esta parece ser todavía la posición de Enrique Santos, según se desprende de la conclusión de su crónica. Ahí se queja de que alias Cano, “nunca correspondió como se esperaba a los gestos de un gobierno (el de su hermano) que sí pensó que con él había la posibilidad de concretar una negociación política”.
Sería conveniente y saludable, de una vez por todas y para saber a qué atenerse sobre el futuro de Colombia, qué es exactamente lo que el hermano de Enrique Santos y actual Presidente de la República quiere entregarle a las Farc si llegare a concretarse por enésima vez la farsa de otra “negociación política”.
A renglón seguido Santos escribe: “Habrá que ver qué sucede ahora con las Farc bajo el liderazgo del veterano 'Timochenko', que ya ha hecho varios pronunciamientos de novedoso tono erudito y literario. Si el estilo es el hombre, podría resultar más propenso a una salida política que su antecesor.”
Como para enmarcar este párrafo. Lo de siempre: un asesino, secuestrador y extorsionador como “Timochenko” es para el cronista un “veterano”, “erudito y literario”, dispuesto a la negociación política. Es decir, basta una negociación política para que el asesino, secuestrador y extorsionador se convierta en todo un estadista.
Continúa Santos: “Pero, más que un cambio de retórica, las Farc tienen que demostrarle al país con hechos que sí piensan asumir su responsabilidad histórica. Liberar a todos los secuestrados y reconocer que las armas no son el camino serían pasos contundentes”. ¿Cuántas veces otros no le han hecho la misma solicitud a las Farc? ¿Cientos de miles de veces? Tantas veces que se ha vuelto una frase de cajón.
Pero, ¿creerá Enrique Santos que él es capaz de convencer con una frase de cajón a esa organización para que abandone todas sus formas de delincuencia, de las que se lucra y las que son la base de su poderío?
Y finalmente Santos finaliza su crónica más esperanzado que nunca. “Cuando lo hagan (o sea cuando hagan gestos contundentes), se facilitará, seguramente, el marco constitucional que abra salidas legales para quienes quieran hacer política sin sangre en las manos”.
Que final tan lindo el de la crónica de Santos. Como diciendo: cuando los asesinos dejen de ser asesinos, cuando los secuestradores dejen de ser secuestradores, cuando los extorsionadores dejen de ser extorsionadores, cuando los narcotraficantes dejen de ser narcotraficantes, cuando los ladrones dejen de ser ladrones, entonces se redactará una nueva Constitución para que los colombianos jubilosos puedan votar por ellos para puestos públicos en agradecimiento porque dejaron de asesinar, de secuestrar, de extorsionar, de traficar y de robar.
Francamente sorprende este final de la crónica. Después de toda la sangre y sufrimiento que ha pasado debajo del puente este connotado periodista, hermano del Presidente de la República, no se ha dado por enterado de que el solo llamado a negociaciones manda señales perniciosas, dándole nueva vida e importancia a unas resquebrajadas Farc, y desdeñando olímpicamente el inmenso sacrificio en que ha incurrido el pueblo colombiano para sustraerse de su abominable yugo.
(Advertencia: lanota.com sólo utiliza este nombre. No tiene relación alguna con portales o empresas que emplean la palabra lanota en otras combinaciones de nombres).
Como para enmarcar este párrafo. Lo de siempre: un asesino, secuestrador y extorsionador como “Timochenko” es para el cronista un “veterano”, “erudito y literario”, dispuesto a la negociación política. Es decir, basta una negociación política para que el asesino, secuestrador y extorsionador se convierta en todo un estadista.
Continúa Santos: “Pero, más que un cambio de retórica, las Farc tienen que demostrarle al país con hechos que sí piensan asumir su responsabilidad histórica. Liberar a todos los secuestrados y reconocer que las armas no son el camino serían pasos contundentes”. ¿Cuántas veces otros no le han hecho la misma solicitud a las Farc? ¿Cientos de miles de veces? Tantas veces que se ha vuelto una frase de cajón.
Pero, ¿creerá Enrique Santos que él es capaz de convencer con una frase de cajón a esa organización para que abandone todas sus formas de delincuencia, de las que se lucra y las que son la base de su poderío?
Y finalmente Santos finaliza su crónica más esperanzado que nunca. “Cuando lo hagan (o sea cuando hagan gestos contundentes), se facilitará, seguramente, el marco constitucional que abra salidas legales para quienes quieran hacer política sin sangre en las manos”.
Que final tan lindo el de la crónica de Santos. Como diciendo: cuando los asesinos dejen de ser asesinos, cuando los secuestradores dejen de ser secuestradores, cuando los extorsionadores dejen de ser extorsionadores, cuando los narcotraficantes dejen de ser narcotraficantes, cuando los ladrones dejen de ser ladrones, entonces se redactará una nueva Constitución para que los colombianos jubilosos puedan votar por ellos para puestos públicos en agradecimiento porque dejaron de asesinar, de secuestrar, de extorsionar, de traficar y de robar.
Francamente sorprende este final de la crónica. Después de toda la sangre y sufrimiento que ha pasado debajo del puente este connotado periodista, hermano del Presidente de la República, no se ha dado por enterado de que el solo llamado a negociaciones manda señales perniciosas, dándole nueva vida e importancia a unas resquebrajadas Farc, y desdeñando olímpicamente el inmenso sacrificio en que ha incurrido el pueblo colombiano para sustraerse de su abominable yugo.
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