Este pecado capital es el causante de uno de los grandes males actuales de la humanidad. La obesidad es primero que todo resultado de la cantidad de lo que se ingiere.
Para alguien que haya visitado a Estados Unidos durante las últimas cinco décadas, o sea para alguien con perspectiva histórica, es patético observar cómo a medida que han pasado los años han variado las cantidades de comida en los restaurantes y otros sitios públicos, así como en los hogares. Hoy en día los platos que se sirven los norteamericanos son el triple o el cuádruple de lo que eran en los años sesenta.
Igual sucede con las tallas en los almacenes de ropa. Encontrar en un almacén una talla para una persona alta y delgada es casi imposible. Tallas que cinco décadas atrás eran las mas comunes, hoy en día han desaparecido de las estanterías.
Claro está que actualmente se considera como políticamente incorrecto hablar abiertamente de pecados capitales como la gula. Pero eso no debería ser obstáculo para desconocer la realidad tal como es. La definición de pecado capital a la que aquí se hace referencia es la de un apetito desordenado o desmedido. No hay que darle connotación religiosa al asunto.
Pero como no nos gusta hablar de nuestras falencias, le echamos la culpa a factores exógenos. Que la culpa es de las comidas rápidas. Que la culpa es de los alimentos procesados. Que la culpa es del stress. Que la culpa es de la vida moderna sedentaria.
Nadie discute que hay alimentaciones mas sanas que otras, o que hay que combatir el stress, o que es importante hacer ejercicio. Pero nada de eso realmente evita que una persona se engorde si su dieta diaria consiste en ingerir grandes cantidades de alimentos a todas horas.
Es mas, aquello del círculo vicioso aplica. A una persona ya obesa le es mas difícil alimentarse con los mejores alimentos, evitar el stress ocasionado por problemas de salud y auto estima, y hacer ejercicio en forma sistemática. Es verdaderamente un contrasentido pedirle a un obeso que lleve una vida ejemplar en estas tres áreas.
Consideremos únicamente el caso de la mejor alimentación. La sola cantidad de alimentos que tiene que ingerir el obeso para satisfacerse atenta contra este propósito. En un almuerzo o en una cena: snacks previos, entradas de todos tipo, voluminoso plato central, postres a discreción, diferentes bebidas y aun así hambre al poco tiempo. De seguro, entre todos estos alimentos y bebidas los hay saludables y los hay mucho menos saludables. Pero para el obeso lo principalísimo es calmar el hambre. Un almuerzo o una cena frugal no cumple con ese objetivo. Un hambre desbordada solo se calma con una gran cantidad de alimentos. No con tal o cual alimento sino con todo lo que esté al alcance de la mano.
Igual sucede con las tallas en los almacenes de ropa. Encontrar en un almacén una talla para una persona alta y delgada es casi imposible. Tallas que cinco décadas atrás eran las mas comunes, hoy en día han desaparecido de las estanterías.
Claro está que actualmente se considera como políticamente incorrecto hablar abiertamente de pecados capitales como la gula. Pero eso no debería ser obstáculo para desconocer la realidad tal como es. La definición de pecado capital a la que aquí se hace referencia es la de un apetito desordenado o desmedido. No hay que darle connotación religiosa al asunto.
Pero como no nos gusta hablar de nuestras falencias, le echamos la culpa a factores exógenos. Que la culpa es de las comidas rápidas. Que la culpa es de los alimentos procesados. Que la culpa es del stress. Que la culpa es de la vida moderna sedentaria.
Nadie discute que hay alimentaciones mas sanas que otras, o que hay que combatir el stress, o que es importante hacer ejercicio. Pero nada de eso realmente evita que una persona se engorde si su dieta diaria consiste en ingerir grandes cantidades de alimentos a todas horas.
Es mas, aquello del círculo vicioso aplica. A una persona ya obesa le es mas difícil alimentarse con los mejores alimentos, evitar el stress ocasionado por problemas de salud y auto estima, y hacer ejercicio en forma sistemática. Es verdaderamente un contrasentido pedirle a un obeso que lleve una vida ejemplar en estas tres áreas.
Consideremos únicamente el caso de la mejor alimentación. La sola cantidad de alimentos que tiene que ingerir el obeso para satisfacerse atenta contra este propósito. En un almuerzo o en una cena: snacks previos, entradas de todos tipo, voluminoso plato central, postres a discreción, diferentes bebidas y aun así hambre al poco tiempo. De seguro, entre todos estos alimentos y bebidas los hay saludables y los hay mucho menos saludables. Pero para el obeso lo principalísimo es calmar el hambre. Un almuerzo o una cena frugal no cumple con ese objetivo. Un hambre desbordada solo se calma con una gran cantidad de alimentos. No con tal o cual alimento sino con todo lo que esté al alcance de la mano.
Entonces el énfasis para quienes quieran corregir su problema de obesidad, o para evitarla, debería ser primero que todo en las cantidades que se ingieren. Y solo después, cuando las cantidades estén bajo un mínimo control, en el tipo de alimentos que se ingieren. Mas importante que la calidad es establecer unos hábitos relacionados con las cantidades. Proceder al revés es inocuo.
También una vez que se han reducido las cantidades como resultado de cambios en los hábitos o costumbres se puede empezar a administrar temas relacionados con la vida sedentaria que se lleva. Pedirle a un obeso que no se ha disciplinado con las cantidades que lleve una vida menos sedentaria es inducirle un mayor y mas desenfrenado apetito.
Así las cosas, lo que parecería mas acertado para enfrentar el problema de la obesidad es reconocer abiertamente que la causa central es la cantidad de alimentos que se ingiere. Es decir, que el paciente es víctima del pecado capital de la gula. Una vez hecho este diagnóstico proceder a intentar introducir modificaciones de conducta relacionadas con las cantidades. Y si estas modificaciones de conducta se dan, entonces se puede proceder gradualmente con los demás temas como la calidad de los alimentos y los ejercicios mas aconsejables, pero subordinándolos por completo a los progresos hechos con las cantidades.